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Reforma migratoria: distintas ideas, distintos futuros


2016-10-17

Eduardo Porter, The New York Times

Si Donald Trump gana la presidencia y cumple su escandalosa promesa de construir un muro a lo largo de la frontera con México, tanto sus defensores como sus detractores opinan que eso convertiría a Estados Unidos en un país muy distinto.

En realidad no saben ni la mitad de lo que pasaría: con las propuestas migratorias de Trump, la población estadounidense podría reducirse a 323 millones de habitantes para 2024, cerca de un millón de personas menos de las que hay ahora, y 22 millones menos de las proyectadas por la Oficina del Censo para dentro de ocho años.

Del otro lado de la moneda, si Hillary Clinton es la próxima presidenta, lo más probable es que la población estadounidense aumente a 360 millones de habitantes para 2024, en contraste con los 324 millones actuales.

Estos distintos futuros fueron calculados por Joseph Chamie, un demógrafo que dirigió la División de Población de las Naciones Unidas, y dependen de algunas presuposiciones. Trump expulsaría a 11 millones de inmigrantes que están ilegalmente en el país; Clinton los legalizaría. La inmigración futura en un Estados Unidos presidido por el candidato republicano caería a cero, pero crecería en el caso de Clinton pues muchos residentes legalizados traerían a sus familias.

La brecha (37 millones de personas, más de un décimo de la población) subraya la importancia de la política de inmigración en el futuro de Estados Unidos. También resalta las deficiencias de un viejo debate sobre cómo arreglar un sistema migratorio que no ha tomado en cuenta la desconexión entre quienes hacen las políticas y la realidad poblacional del país.

“Uno de los principales efectos demográficos se reflejaría en términos del tamaño de la población general”, dijo Michael S. Teitelbaum, quien en la década de los noventa fue vicepresidente de la Comisión de Migración Internacional de Estados Unidos. “Habría otro efecto importante en la composición demográfica en términos de origen nacional, lengua, educación, religión, raza, etnicidad, y demás”.

Nadie niega que el sistema migratorio de Estados Unidos no funciona. La ley que prima sobre la migración tiene muy poco que ver con la realidad de este fenómeno. Sin embargo, no se puede simplemente remendar el sistema.

Los intentos de reforma se han enfocado en agrupar a electorados que recibirían ganancias resultantes de cambios específicos: negocios dispuestos a conseguir mano de obra barata, sindicatos interesados en organizar a extranjeros recién legalizados, grupos defensores que protegerían los derechos de los migrantes que batallan con pocos recursos legales.

Sin embargo, un problema de este enfoque es que ha ignorado a los votantes estadounidenses.

La mayoría de estadounidenses preferirían no aceptar a más inmigrantes en el país.  En 2010, tres de cada cuatro estadounidenses dijeron que estaban a favor de mayores restricciones migratorias.

Esto no significa que Estados Unidos deba cerrar sus puertas, como propone Trump. Sin embargo, sí sugiere que cualquier esfuerzo por cambiar las leyes y prácticas migratorias será un enorme desafío democrático.

La estrategia migratoria de Trump está desconectada de la realidad. Incluso en las circunstancias más favorables, sus costos excederían sus posibles beneficios. De acuerdo con algunos expertos en migración, su tan sonado muro en la frontera podría, de hecho, aumentar la cantidad de inmigrantes que viven y trabajan ilegalmente en Estados Unidos.

A menos que Trump también estuviera preparado para imponer un Estado policiaco que cazara y deportara a cualquier extranjero, es muy posible que los inmigrantes que deberán esforzarse cada vez más para entrar (tarifas más altas a los polleros, más posibilidades de morir en el camino) quieran quedarse una vez logren ingresar.

“Lo que está haciendo el gobierno de Estados Unidos en términos de patrullaje fronterizo, deportaciones masivas y otras políticas restrictivas simplemente no tiene que ver con la decisión de quedarse en casa”, señaló el Programa de Educación e Investigación de Campo sobre la Migración Mexicana de la Universidad de California en San Diego, que ha entrevistado a miles de inmigrantes y posibles inmigrantes en comunidades de todo México.

Wayne A. Cornelius, que encabeza este esfuerzo, concluyó que “proteger la frontera, de cualquier forma y a cualquier nivel, nunca ha sido un elemento de disuasión eficaz”.

Si Trump fuera capaz de reducir la inmigración a cero, esto traería otras consecuencias: Estados Unidos no solo tendría una población más pequeña en el futuro, sino también una más vieja. La fuerza laboral, la cual genera el crecimiento económico, también sería más pequeña. Cada trabajador tendría que mantener a más jubilados.

Ahora bien, Trump no es el único político que engaña a la gente con respecto a la migración.

Durante décadas, el debate político sobre la migración ha quedado empantanado entre posibilidades poco viables. Es de notar que incluso los reformistas a favor de la inmigración todavía tratan de vender la idea de que la inmigración ilegal podría detenerse después de que el último lote de inmigrantes no autorizados obtuviera la residencia legal.

Esta propuesta no puede tapar los huecos de una política de vigilancia ineficaz y una frontera que, para la mayoría de los votantes, parece queso suizo. Lo que hace es tirar por la borda la confianza de los votantes. “El error aquí es que los políticos continuamente declaran cosas que resultan no ser ciertas”, dijo Chamie, el demógrafo.

La descontrolada popularidad de la postura extrema de Trump entre una gran porción del electorado muestra lo desconfiados que se han vuelto los votantes ante las falsedades de la clase política.

En 1965, cuando el presidente Lyndon B. Johnson hizo ley una propuesta de inmigración para abolir las cuotas nacionales que favorecían a los migrantes de países de Europa occidental, les dijo a los estadounidenses que eso “no afectaría las vidas de millones” ni “daría una nueva forma a la estructura de nuestra vida diaria”.

Dos décadas después, el presidente Ronald Reagan firmó la Ley de Reforma y Control de Inmigración, que ofreció amnistía a varios millones de personas que residían en el país ilegalmente y prometía cerrar la puerta a aquellos que entraran ilegalmente en el futuro, haciendo responsables a sus patrones.

Muchas cosas han pasado en las últimas décadas. Lo que es cierto es que la inmigración no siguió el patrón previsto por Reagan. Su impacto en la apariencia de Estados Unidos tampoco concordó con el modesto pronóstico de Johnson.

Los inmigrantes, sus hijos y sus nietos han representado el 55 por ciento del crecimiento poblacional del país desde 1965, de acuerdo con el Pew Research Center. Entonces, el país era 84 por ciento blanco, cuatro por ciento hispano y menos de uno por ciento asiático. Hoy en día, es 62 por ciento blanco, 18 por ciento hispano y seis por ciento asiático. Los inmigrantes ilegales, que casi llegaron a cero después de la ola de legalización de la década de los ochenta, han regresado, y hoy se calcula que son 11 millones de personas.

La inmigración trae consigo muchos beneficios, incluyendo diversidad de experiencias y talentos, nuevas ideas, costumbres y habilidades. Según un informe de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, el flujo migratorio hacia Estados Unidos entre 1990 y 2010 produjo ganancias netas para los estadounidenses nacidos en el país que fueron más allá de las acumuladas por los inmigrantes mismos: de 50 mil millones de dólares anuales, una cantidad pequeña pero no despreciable. Es mayor que las ganancias económicas esperadas de la Asociación Transpacífico, el acuerdo comercial entre 12 naciones de la costa del Pacífico que se encuentra detenido en el congreso.

Por otra parte, admitir a nuevos inmigrantes también implica costos, como que haya más presión sobre la tenencia de la tierra, la vivienda y los recursos naturales, así como salarios más bajos para los trabajadores locales poco educados, quienes compiten directamente con los inmigrantes en el mercado laboral. Puede que sea una mala idea elaborar la política con base en el recelo de los estadounidenses hacia el cambio étnico y cultural. Aun así, esto debe incluirse en el diálogo.

Cualquier intento de reforma migratoria durable debe reconocer que expulsar a 11 millones de personas y hacerlas esperar en una fila inexistente para regresar legalmente no solo sería inhumano sino también imposible. El intento debe conciliarse con el hecho de que la economía estadounidense se beneficia de los trabajadores de distintas ascendencias. Debe aceptar que detener la inmigración ilegal de regiones más pobres del mundo requeriría ofrecer una vía legal de entrada.

La reforma no puede simplemente enfocarse en cuestiones como los controles fronterizos o pedir a los patrones que verifiquen el estado legal de los trabajadores. La educación, tanto de los inmigrantes como de quienes nacieron en Estados Unidos, será crucial para alimentar lazos de identidad.

Los encargados de la reforma deben escuchar los miedos de los estadounidenses, al tiempo que deben ofrecer a aquellos que padecen pérdidas económicas los medios para superarlas. Los esfuerzos reformistas no tendrán éxito si no logran que los estadounidenses se unan a ellos.



JMRS


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