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La muerte, maestra de la vida


2016-11-02

Por: P. Mariano de Blas

"Según se vive, así se muere"

No pretendamos asustar a nadie al hablar de la muerte. Vamos a considerarla como maestra de vida, vamos a decirle que nos enseñe a vivir: será una maestra severa, pero nos dice la verdad. Aunque sólo fuera para que no nos ocurra aquello de: “Cuando pude cambiar todo, arreglar todo, no quise hacerlo; y ahora que quiero, ya no puedo”.

Vivir como si fuera hoy el último día de mi vida es una fantástica forma de vivir. A la luz de este último día deberíamos analizar todas las decisiones grandes y pequeñas de la vida. Ahora nos engañamos, hacemos cosas que no nos perdonaremos a la hora de la muerte. Simplemente analiza esto: Si hoy fuera el último día, ¿que pensarías de muchas cosas que has hecho hasta el día de hoy? En ese último día pensarás de una forma tan radicalmente distinta del mundo, de Dios, de la eternidad, de los valores de esta vida.

Si nosotros no pensamos en la muerte, ella si piensa en nosotros. Dios nos ha dado a cada uno un cierto numero de años y desde el día en que nacemos se puede decir que comienza a terminar el reloj de nuestra vida, el que va a contar uno tras otros todos los días, el que se parará el último día, el día de nuestra muerte. Este reloj está caminando en este momento. ¿Me encuentro en el comienzo, en la mitad, cerca del final? ¿Quizá he recorrido ya la mitad del camino? Si alguna vez he visto morir a una persona, debe pensar que por ese trance tengo que pasar yo también. La muerte no respeta categorías de personas, mueren los reyes, los jefes de estado, los jóvenes los ricos y los pobres. Como decía hermosamente el poeta latino Horacio: “La muerte golpea con el mismo pie las chozas de los pobres y los palacios de los ricos”.

Hay una fecha en el calendario que sólo Dios conoce, no la conocemos nosotros. La muerte no avisa, simplemente llega. Podemos morir en la cama, en la carretera, de una enfermedad....., algunos hemos tenido accidentes serios, pudimos habernos quedado ahí. Cada uno podría contar muchos casos de estos. La muerte sorprende como ladón, según la comparación puesta por el mismo Cristo hablando de la muerte. No es que nos pongamos pesimistas. Él quería que estuviésemos siempre preparados. Sus palabras exactas son: “Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora; a la hora que menos pensáis vendrá el Hijo del Hombre”. El ladrón no pasa normalmente su tarjeta de visita, llega cuando menos se piensa.

Nadie de nosotros tenemos escrito en nuestra agenda: “tal día es la fecha de mi muerte y la semana anterior debo de arreglar mis asuntos, despedirme de mis familiares, para morir cristianamente”.

Si somos jóvenes estamos convencidos de que no moriremos en la juventud, nos sentimos con un gran optimismo vital: “No niego que voy a morir algún día, pero ese día está muy lejano”. Si es uno mayor, suele contestar: “Me siento muy bien”.

La experiencia nos demuestra que cada día mueren en el mundo alrededor de 200 mil personas. Entre ellas hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y muchos niños. Ningún momento más inoportuno para la cita con la muerte que un viaje de bodas ; y sin embargo, varios han muerto así. Con 20 años en el corazón parece imposible morir, y sin embargo se muere también a los 20 años.

Puesto que hemos de morir sin remedio, no luchemos contra la muerte sino a favor de la vida. Si hemos de morir, que sea de amor y no de hastío.

Nos vamos a fijar ahora en los efectos que produce la muerte:

Recordemos serenamente, fríamente lo que hace con nosotros la muerte.

En primer, lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido, que cuando llegue la muerte tenga poco que hacer. Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada.

Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado. Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. Las máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello en su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre.

La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el arbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda. Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará sólo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, única que tenía.

Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta, para un viaje. Para el momento de cual depende toda tu eternidad ... ¿Te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿Por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso, es decir, he llenado mi vida hasta este momento?

Conviene no dejar pasar un sólo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz. Pero, “hay tiempo todavía, no hay que preocuparse ahora”. Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos?

“Ya me prepararé cuando llegue la hora...” Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como las de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y aunque me quedase mucha vida por delante y conociese el día de mi muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida, es para eso?

Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida! Nos damos cuenta verdaderamente de lo que es, en una enfermedad.

Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con su tiempo. Que es placer. Que aprovechen. Para otros, el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz... ¿Qué escoges tú? ¿Qué son para ti la vida y el tiempo?

La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.

Hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: “He cumplido mi misión”.

Una muerte así, es comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el día de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento. La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor.....!", decía en su lecho de muerte.

Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años”; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado. Otro decía: "No sé por qué lloran”. Aquel muchacho moría pidiendo perdón a todos , incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: “No tengo qué perdonarte y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena”. ¿Lo podrías decir tú, de tu novio, de tu novia, de tu esposo, de tu esposa?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante: no el cuándo, sino el cómo voy a morir; es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, si podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre y nunca te arrepentirás; pero si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, y aún así, sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: “Hubo un buen ladrón para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe”. Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado? ¿tendía mis manos llenas, vacías o medio vacías?

¿Estaré preparado el día de mi muerte? Esta es la gran pregunta. Podríamos terminar esta reflexión con las palabras de un gran hombre que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida:

“Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal y no hay posible ahorro: los años son esos, no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro”.

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.



JMRS


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