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México no tiene por qué quedarse callado� puede responderle a Trump


2016-11-25

Jorge G. Castañeda, The New York Times

Este año, por primera vez desde que Ronald Reagan atacó a la Unión Soviética en 1980, un candidato presidencial hizo campaña de manera activa contra los intereses nacionales de otro país. Al amenazar con deportar a todos los inmigrantes indocumentados —aproximadamente la mitad mexicanos—, construir un muro en la frontera con México y acabar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el cual es más importante para México que para Estados Unidos, Donald Trump convirtió a México en uno de los asuntos centrales de la campaña.

¿Cómo deberían responder los mexicanos ahora que Trump ha sido elegido?

El presidente Enrique Peña Nieto ha optado por un acercamiento no contencioso. Desde su bochornosa invitación a Trump en agosto, en repetidas ocasiones ha intentado satisfacer las exigencias de Trump. Ha aceptado reabrir las discusiones del TLCAN y ha limitado el debate acerca de “el muro” a quién pagará por él… no si debería construirse. Peña Nieto ha dicho que ayudará a los mexicanos a quienes Trump dice que deportará, pero no ha adoptado una postura firme contra las deportaciones en sí.

México no tiene que apaciguar a Trump así. Puede contraatacar. No ganará todas las batallas, pero podría lograr más mediante la oposición al nuevo presidente, lo que aumentaría el costo de sus políticas antimexicanas, de lo que logrará mediante el apaciguamiento.

En cuanto al TLCAN, México simplemente debería decirle a Washington que no está dispuesto a renegociar el tratado. Podría haber argumentos para crear acuerdos secundarios para complementar el tratado y abordar problemas como la devaluación de la moneda o los salarios. Sin embargo, la idea de renegociar el TLCAN debería ser completamente inaceptable para el gobierno mexicano.

Si el gobierno de Trump amenaza con abandonar el TLCAN en respuesta, pues que así sea. Trump sería responsable de terminar con un acuerdo que mantuvieron tres presidentes estadounidenses, cinco mexicanos y seis primeros ministros canadienses a lo largo de los últimos 22 años y que, a pesar de algunas fallas, ha funcionado razonablemente bien.

La culpa de retirarse del tratado sería suya y los intereses comerciales de muchos estadounidenses y fuerzas políticas, incluyendo numerosos republicanos, llegarían a estar resentidos con Trump por hacerlo. El daño a la economía mexicana sería enorme sin duda.

En cuanto a las deportaciones, México puede afirmar legalmente que recibirá de regreso solo a quienes Estados Unidos pueda probar que en efecto son mexicanos. Esto tendría que llevarse a cabo mientras están en Estados Unidos.

Ya que muchos inmigrantes mexicanos no autorizados no tienen documentos, esto pasaría el costo político y económico de la deportación de México a su vecino del norte. Habría casos pendientes, litigación y centros de detención abarrotados. Las redes sociales transmitirían escenas de niños separados de sus padres atrapados en el limbo legal.

Esto podría equivaler a una catástrofe humanitaria, algo que nadie quiere ver. La comparación no puede hacerse con el statu quo; en vez de eso, debería hacerse con las millones de deportaciones prometidas por Trump. Puede que a sus simpatizantes no les importe, pero a muchos otros estadounidenses sí. El clamor podría obligarlo, de manera concebible, a abandonar intentos detestables de deportaciones masivas.

¿Y qué hay del muro que fue tan importante en la campaña de Trump? Es absurdo que México diga que no le importa mientras no tenga que pagarlo. El gobierno mexicano debería oponerse por completo a su construcción. Construir un muro fronterizo es un acto hostil; enviaría un mensaje terrible al mundo. El costo y el peligro de cruzar sin documentos aumentarían, lo que aumentaría el lucro del contrabando aun más para las mafias del crimen organizado.

Una vez que México anuncie que se opone al muro, su gobierno debería recurrir a todas las herramientas legales, ambientales, políticas, sociales, culturales y regionales para detener la construcción. Debería movilizar a las comunidades binacionales en Arizona, California, Nuevo México y Texas contra la construcción del muro, hasta que el costo de continuar esta idea absurda se vuelva demasiado alto para Trump. Estas ciudades binacionales, como Ciudad Juárez-El Paso, deberían organizar manifestaciones y presentar demandas para tratar de asegurarse de que un muro hostil construido por Estados Unidos no las divida.

Finalmente, México debería aprovechar la decisión de California de legalizar la marihuana recreacional. A pesar de la victoria de Trump, la aprobación de la propuesta en el estado más poblado de Estados Unidos hace que la guerra contra la droga en México sea ridícula. ¿Cuál es el propósito de enviar soldados mexicanos para que quemen campos, busquen camionetas y ubiquen narcotúneles si cuando la marihuana llegue a California, podrá venderse en el 7-Eleven local?

Además, con la agresión de Trump contra México, hay un motivo adicional para que el país adopte una actitud pragmática de entendimiento implícito frente a las exportaciones de marihuana a Estados Unidos: el gobierno mexicano no tiene motivos para cooperar con un gobierno hostil en Washington. En vez de eso, nuestras autoridades simplemente deberían hacerse de la vista gorda cuando se trata de la marihuana.

Ninguna de esas posturas estará libre de riesgo para México. Podría haber represalias por parte de Estados Unidos, contragolpes en algunas regiones y crisis humanitarias. Un gobierno mexicano débil y poco popular no podría resistir la presión del gobierno de Trump. No obstante, si los métodos actuales no son una opción, estas sugerencias podrían serlo. Los líderes de ambos lados de la frontera deberían contemplarlas.



JMRS


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