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Trump, actos de guerra


2017-01-12

Luis Linares Zapata

Atentos a las posibilidades de complicadas y hasta rijosas relaciones con la futura administración de Donald Trump en Estados Unidos (EU), los centros de estrategia chinos no pierden el tiempo. Parten de suponer que una guerra comercial entre estas dos potencias es factible y se preparan para hacerle frente. Llevar a este extremo las suposiciones del trato económico bilateral los obliga a revisar sus muchas debilidades y dependencias. Pero también, analizan, con prudencia y realismo, las armas de ataque y defensa a su disposición. Las rasposas referencias del republicano a las manipulaciones del yuan por los chinos han sido, como lo acostumbra el magnate, no sólo constantes, sino también intemperantes. Los chinos no piensan dejarlo para cuando sobrevenga el cambio de poderes en Washington, porque las líneas de actuación posibles ya están mostradas hasta de manera burda y soberbia. Saben que un personaje como Trump no cambiará de repente su volátil manera de ser y actuar, aun cuando sea sujetado por las presiones inherentes al poder de gran escala.

El déficit comercial de EU con China es monumental y Trump desea hacer algo drástico al respecto para reducirlo o, más todavía, convertirlo en franco superávit. El magnate parece asumir que puede adoptar cuantas medidas de represalias imaginen él y sus asesores. Y también suponen que las podrán imponer sin ser contestadas de inmediato por aquellos que se sienten afectados en sus intereses, algunos de éstos incluso vitales para su continuidad o supervivencia. A lo mejor piensan que China recibirá mansamente los dictados que pondrán, de nueva cuenta, los asuntos en equilibrio, peor todavía, para tornarlos ventajosos para sus deseos. Trump nada ha mencionado de los déficits que su país mantiene con Japón o con Corea, ambos de gran tamaño. El del primero inclusive mayor que el actual de China, si se le mide por el grado de integración productiva. Tal discriminación del republicano apunta en realidad a la disputa que ya mantienen con China por el estatus hegemónico mundial. Ni Japón ni Corea –otro país con abultado superávit integral– plantean el reto que los pondría en la mira de Trump y sus geoestratégicos consejeros.

Los chinos de tiempo atrás han reducido sus compras de bonos del Tesoro estadunidense. Aun así siguen siendo los mayores acreedores y sus inversiones en esos papeles alcanzan montos mayúsculos: cientos de miles de millones de dólares. En caso de una disputa que afecte el precio de sus respectivas monedas, China planea volcar sus recursos provenientes de su superavitaria balanza comercial hacia la propia producción de oro. Hay que decir que son los chinos los principales productores mundiales del precioso metal. Movimientos como este los protegerían de una apreciación del yuan respecto del dólar, afectando el valor de sus masivas reservas en tal moneda. En cuanto a las amenazas de Trump de castigar, con impuestos adicionales, a sus importaciones de China, los analistas de este país de oriente estudian, con precisión, las implicaciones de la integración de las cadenas productivas. Un crucial detalle al parecer no considerado en esta aproximación grosera del magnate. Las cadenas productivas son, por lo demás, el factor básico de la globalización.

En este específico caso de la integración global, Japón, por ejemplo, sobrepasa a China y sería más dañado que cualquier otro país de Oriente. Otros aliados de EU también padecerían, Alemania sería un caso preciso por sus exportaciones con alto grado de integración local. Es por este tipo de desplantes trumpianos que los europeos toman muy en serio lo que se pretende hacer de manera unilateral. El periódico Le Monde Diplomatique (enero 2017) le dedica trabajos a lo que llama "El mundo según Donald Trump" o, más incisivo aún: “A nombre de la ley… americana”. Con ellos destacan y alertan sobre la egocéntrica y casi infantil unilateralidad de sus alegatos autoritarios.

Pero, aunque en el proceso de ajuste que sobrevendría el pueblo estadunidense resintiera efectos hasta dramáticos en su bienestar, muchas otras naciones la pasarán mal, muy mal. México ha quedado enredado hasta la coronilla en esta clase de politiquería verbal que encierra ambiciones hegemónicas desproporcionadas. Pero, a diferencia de chinos o franceses que se adentran en las previsiones implícitas en estos cambios inesperados, el gobierno mexicano adopta medidas por completo indeseables. El nombramiento –por cierto esperado con irónico cinismo de cuates– desprende un concentrado tufo entreguista y falto de un enérgico espíritu defensivo, de independencia y dignidad nacional. Trump ha tenido actitudes que, en rigor, debían ser considerados bélicas. Soslayar, hasta con desprecio, la validez y vigencia de leyes y tratados internacionales no se puede ni debe tolerar. Amenazar con levantar muros, deportaciones masivas, pagos forzados y prohibiciones a las inversiones de terceros países no es un juego cualquiera o que pueda suavizarse y tratarse como un tema de amigos o de buenas conexiones. La voracidad de negociantes enriquecidos torciendo manos de socios (aunque sean menores o dependientes) y despellejando trabajadores que sudaron sus ingresos no es una ruta digna. Peor es agachar la testa y esperar, con resignación, el golpe siguiente. Uno o varios más que, de seguro, sobrevendrán tras los ya asestados con alevosía.



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