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Amor interrumpido: cómo el veto de Trump separó a algunas parejas


2017-02-14

Jack Healy y Anemona Hartocollis, The New York Times

AURORA, Colorado — Le tomó once días de llamar a abogados, suplicarles a oficiales de inmigración y tratar de reservar boletos de avión pero el martes, a Osman Nasreldin le devolvieron al amor de su vida.

Su prometida, Sahar Fadul, había sido detenida a fines del mes pasado después de llegar al Aeropuerto Internacional de Dulles desde la casa de sus padres en Sudán, y la subieron a un avión de regreso a África; a la visa que le había tomado un año obtener le pusieron un sello que decía “CANCELADA” con tinta púrpura.

Volvieron a encontrarse en una tarde hace poco en Colorado, y se unieron así a la avalancha de viajeros que aprovechaban la suspensión temporal de la orden migratoria del presidente Trump, con la que se restringía la entrada de refugiados y las llegadas de personas desde siete países predominantemente musulmanes del Medio Oriente y África. Otras parejas en todo el mundo aún estaban en el limbo.

“¿Qué significa vivir en el cielo si no estás con la persona que amas?”, preguntó Nasreldin, un higienista dental nacido en Sudán que ahora vive en Aurora.

Para las parejas de nacionalidades distintas que intentan navegar por el sistema migratorio estadounidense, la orden ejecutiva del presidente y la conmoción legal que provocó han hecho que sus relaciones y matrimonios entren en crisis.

Los estadounidenses con parejas provenientes de Siria o Sudán que se encuentran fuera de Estados Unidos se desvelan hasta después de la medianoche para comprar boletos de avión solo de ida y planean reuniones atormentadas mientras la orden de ejecución sigue suspendida. Además de los desafíos legales, las parejas de origen iraní y estadounidense están replanteando sus planes de establecerse juntos en un país donde un miembro de la pareja ya no se siente bienvenido. Las fiestas de compromiso en otros países se han cancelado y los vestidos de novia se han devuelto.

Nasreldin y Fadul estuvieron entre quienes se apresuraron a reunirse, esperando permanecer juntos sin importar el resultado de los procesos de los tribunales federales que desafían la legalidad del veto temporal de Trump.

Muchas de las parejas que se vieron afectadas por la orden ejecutiva están acostumbradas a vivir separadas. Se habían conocido en internet, en viajes de negocios o en visitas a sus países de origen. Muchos dijeron que lo que cambió fue su certidumbre de que lograrían superar el proceso del veto migratorio y poder vivir juntos en Estados Unidos.

“Todo está por decidirse”, dijo Guy R. Croteau, un psicoterapeuta en Boston que conoció a su prometido, un hombre iraní, a través de Facebook y se comprometió con él después de algunas visitas relámpago en Estambul y Malasia.

Su prometido —Croteau se refiere públicamente a él como “M” porque le preocupa su seguridad siendo un hombre homosexual que vive en Irán— recibió una visa de prometido K-1 que es válida hasta julio, una de las 30,000 a 40,000 visas de ese tipo que se otorgan cada año. Pero la pareja no está segura de que la visa aún sea válida después de que se apruebe el veto migratorio de 90 días de la administración de Trump. Están esperando.

“No lo sabemos”, dijo Croteau. “¿Habrá un veto adicional? No lo sabemos”.

Mientras tanto, las parejas intentan superar la distancia a través de los medios digitales. Olivia Cross charla por video con su esposo, Yahya Abedi, un iraní, mientras camina entre las clases de la Universidad de Michigan. Abedi ha pegado fotografías de su boda en las paredes de su apartamento en Bandar Abbas para que Cross, una ciudadana estadounidense, pueda verlas cuando lo llama.

Después de conocerse en internet, se casaron en febrero pasado en Tiflis, Georgia, y habían estado tramitando la visa cuando Trump firmó la orden. Irán respondió diciendo que no permitiría que ciudadanos estadounidenses viajaran al país. En ese momento se acabaron los planes de la pareja para reunirse en Irán, en mayo.

“Solo siento como si, haga lo que haga, intente lo que intente, todo está bloqueado”, dijo Cross. “Solo queremos poder vivir nuestras vidas juntos”.

Cuando Michelle Brady charla por video con su esposo, un trabajador humanitario nacido en Sudán que se está recuperando en Polonia después de una cirugía de corazón, su hijo de 21 meses, Jad, reconoce el rostro de su padre en la pantalla. Cuando se desconectan, Jad intenta encontrar a su padre en la computadora.

“Está llorando y se siente mal porque su padre no está aquí”, dijo Brady, quien no está segura de cuándo podrá llegar su esposo y reunir a toda la familia en su casa en Washington.

Incluso quienes no están separados dicen que la orden ha cambiado sus planes de boda. Familiares de Irán o Siria no están seguros de poder asistir a las bodas de verano en Estados Unidos. Las parejas que tienen padres inmigrantes dicen que no creen que podrán viajar a sus países de origen para celebrar.

Arash Afshinnik, quien dirige una unidad de cuidado neurointensivo en Fresno, se casó hace tres semanas en California y planeaba volar a Irán con su esposa, Sandra Shahinpour, para tener otra ceremonia matrimonial con su familia. Él ha estado en Estados Unidos desde que tenía tres meses de edad, pero ella pasó parte de sus veinte en Irán y es cercana a amigos y primos que habían querido celebrar.

“Hemos cancelado nuestros planes”, dijo Afshinnik, de 40 años. Su esposa devolvió el vestido que había comprado para la ceremonia. “Aunque estamos resolviéndolo todo, lo que no ha cambiado es la incertidumbre. ¿Para qué meter las manos al fuego? Podríamos quemarnos”.

Durante gran parte de su cortejo de 21 meses, Jehan Mouhsen y Khaled Almilaji vivieron separados. Ella estudió medicina en Montenegro. Almilaji, de 35 años, es un médico sirio muy reconocido entre los trabajadores humanitarios y estaba en Turquía ayudando a los médicos en la zona de conflicto de Siria. Es un romántico que le envió a Mouhsen, de 26 años, “baldes llenos de rosas” y la sorprendió con visitas a Montenegro.

Se casaron en julio y en agosto se habían establecido en Rhode Island, donde Almilaji había recibido una beca para estudiar una maestría en salud pública en Brown University, que pudo aceptar gracias a una visa de estudiante. Él estaba emocionado de mejorar sus aptitudes para ayudar a reconstruir su país. Ella estaba emocionada porque le parecía que sus días de separación se habían terminado.

Ahora Almilaji está varado en Gaziantep, Turquía, cerca de la frontera con Siria, después de hacer una visita que supuestamente duraría una semana para encargarse de asuntos personales y profesionales. Su visa de retorno original ya no fue válida. Fue al Consulado de Estados Unidos en Estambul el 20 de enero buscando obtener una nueva visa para regresar, pero no ha tenido noticias.

Mouhsen escapó de la soledad de su apartamento en Providence para quedarse con amigos en Nueva York, donde está estudiando para sus exámenes de junta médica mientras enfrenta las náuseas matutinas. Está embarazada.

“Me dice que coma frutas y vegetales, que me cuide a mí y al bebé”, dijo.

Aunque Mouhsen tiene raíces montenegrinas, ambos crecieron en Alepo, Siria, y planean regresar ahí algún día. En 2013, el sistema de detección temprana de Almilaji encontró que la polio había vuelto a surgir en Siria, un país azotado por la guerra, y coordinó una campaña mediante la cual se vacunó a más de un millón de niños sirios.

Aunque su trabajo fue respaldado por poderosas organizaciones como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Unicef, la Organización Mundial de la Salud y la Fundación Bill y Melinda Gates, no hay mucho que puedan hacer para ayudarlo.

A principios de la guerra civil, el régimen arrestó, torturó y encarceló a Almilaji durante seis meses. Sin embargo, dice que se siente aún más impotente ahora que su esposa está sufriendo a causa de una separación abrupta provocada por la acción del gobierno de Estados Unidos.

“Me han arrestado, me han torturado y todo”, dijo en una conversación telefónica desde Turquía. “Pero mi esposa no tiene por qué sufrir esto”.



JMRS


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