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"Panorama postrero a un intercambio nuclear"
Almte. Manuel Rodrìguez Gordillo " Corea vs Estados Unidos" "¿Cuántos millones tendrán morir para satisfacer la egolatría de un estúpido?" La pugna entre egolatrías narcisistas que iniciaron Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, y Kim Jong-Un, gobernante absoluto de Corea del Norte, que sostienen amenazándose mutuamente con desplantes pendencieros y armas nucleares, como si fueran bufones bélicos de una carpa arrabalera, estas amenazas han ido subiendo de tono y acercándose cada vez más al riesgo de convertirse en un choque armado, situación que tiene al mundo en estado de alerta ante el peligro de que por insensatez e ignorancia se cumpla el vaticinio del “Invierno nuclear” planetario, pronosticado hace 35 años por Carl Sagan y un grupo de científicos después de calcular los daños irreversibles que causarían las explosiones de múltiples bombas atómicas. En 1984 fue publicado el libro “El Frío y las Tinieblas” escrito por el citado divulgador de la ciencia, alertando sobre las consecuencias que acarrearía una guerra nuclear, señalando sobre una carta meteorológica de superficie la dispersión planetaria de hollín y polvo que serían arrastrados por los vientos superiores y la “corriente de chorro” cubriendo toda la superficie del planeta, dado que las cenizas serían elevadas a la atmósfera superior y estratósfera por las explosiones y quedarían suspendidas allí durante años, estos detritus taparían la luz del sol obscureciéndolo cuyo efecto inmediato sería la desaparición del efecto de fotosíntesis que produce la luz solar en todas las plantas, mismas que constituyen el eslabón principal de la cadena alimenticia, que al romperse llevaría a la extinción de la vida tal y como actualmente la conocemos, además de iniciar una nueva Edad de Hielo por el enfriamiento que provocaría la ausencia de luz solar. De la misma manera es necesario señalar que la onda explosiva de una bomba atómica (ya sea de fisión nuclear o de fusión termonuclear), emite una gran cantidad de radioactividad con alta penetración, que es letal para los organismos vivos por su capacidad destructiva de los tejidos orgánicos, además de producir alteraciones genéticas y diversos tipos de cáncer, estas radiaciones acompañan a las partículas de polvo y ceniza de la explosión. Geográficamente la república mexicana con sus mares e islas adyacentes se encuentran al sur inmediato de la frontera con los Estados Unidos de Norteamérica, vecindad geográfica que históricamente ha sido problemática en ocasiones, debido a divergencias culturales, políticas y de valores, agravadas por los protagonismos expansionistas y hegemónicos de nuestros vecinos, que, según sus propias declaraciones, nos suponen como su “patio trasero”. Actualmente y ante la situación de incertidumbre para la seguridad nacional de nuestro país, derivada de los daños colaterales (tanto al territorio y a sus recursos, como entre la población), que plantea el posible conflicto bélico-nuclear entre Corea del Norte y los Estados Unidos a punto de cruzar la línea de no retorno nos obliga a plantear este escenario posible, con el fin de que anticipadamente se conozcan los peligros y se tomen las medidas pertinentes de seguridad y protección de los intereses nacionales. En el caso de producirse un bombardeo atómico preventivo o de respuesta al territorio norteamericano, los blancos más importantes para su enemigo serían las áreas estratégicamente indispensables para sostener el conflicto armado, que lógicamente incluirían a los centros de producción industrial, las bases militares, zonas de producción alimentaria y centros logísticos, así como los del mando político; Un bombardeo como el descrito requeriría un mínimo de 10 misiles con cargas nucleares superiores a las empleadas en Hiroshima y Nagasaki, causantes de la rendición de Japón y del final de la Segunda Guerra Mundial. Cabe señalar también que un bombardeo de esta naturaleza provocaría (además de una enorme destrucción), una serie de ondas explosivas de dimensiones dantescas, impulsando toneladas de polvo, humo y cenizas acompañadas de radiaciones letales que cubrirían cientos de kilómetros a sus alrededores, mismos que quedarían desolados. Estando nuestro país contiguo al territorio norteamericano y conociendo el comportamiento de los vientos en estas áreas continentales y marítimas, México sería la primera víctima en sufrir los daños colaterales, en caso de ocurrir un bombardeo atómico al territorio norteamericano. Los daños colaterales a México podrían clasificarse por el tiempo que tarden en presentarse, definiéndolos entonces como inmediatos, a mediano y a largo plazo, o por la naturaleza del daño que ocasionen, también por su extensión, por su permanencia en el tiempo, y por el grado de intensidad destructiva de los mismos. En caso de que una bomba nuclear explotara en algún sitio cercano a la frontera sur de los Estados Unidos, los primeros daños colaterales de su conflicto con los norcoreanos los ocasionaría la onda explosiva que va acompañada de detritus contaminados con radioactividad, lo que desolaría biológicamente (seres humanos, animales y vegetación), las áreas por donde se desplazara, mientras que su alcance sería directamente proporcional a la potencia en megatones del artificio nuclear. Los terrenos contaminados de radioactividad se volverían inútiles para la vida y para la explotación agropecuaria durante muchos años, y los seres vivos, incluyendo las personas que sobrevivieran a las quemaduras ocasionadas por la radioactividad, tendrían un altísimo riesgo de desarrollar múltiples enfermedades que son concomitantes con la exposición a la radioactividad, además de mutaciones cromosómicas que le provocarían malformaciones congénitas a su descendencia. Los daños colaterales de un bombardeo atómico a los Estados Unidos con impactos alejados a nuestra frontera norte, así como los cercanos ya referidos, lanzarían humo, cenizas y detritus de la explosión al espacio atmosférico, desde la superficie hasta alturas superiores a la tropopausa (estratósfera), desde donde (además de oscurecer los rayos solares modificando el clima), los vientos contraalisios de la circulación general de la atmósfera ya contaminados de radiactividad y partículas subatómicas, que generalmente se dirigen hacia el sureste, se encargarían de repartirlos por toda la república en forma de lluvia radioactiva o por las corrientes atmosféricas descendentes, que llevarían la contaminación radioactiva a los suelos agrícolas y ganaderos, que a su vez pasaría a la población en forma de lácteos, verduras, granos y semillas, o las frutas que cotidianamente consume nuestro pueblo, esta contaminación radioactiva ocasionaría un incremento de las enfermedades, así como daños genéticos, lo que aumentaría la incidencia de muertes, creándose un desastre sanitario entre la población, además del altísimo costo económico que acarrearía. Por otro lado, y desde una óptica distinta que descansa en la interdependencia comercial y alimentaria entre los Estados Unidos y México (según información publicada cercana al 80%), la consecuencia de una reorientación de la economía e industria norteamericana hacia un esfuerzo de guerra, que impactaría negativamente a la economía y a la seguridad nacional, como otro e importante daño colateral del conflicto armado-nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte. Resumiendo lo anteriormente expuesto y como colofón del mismo, cabría señalar, como recomendación sensata, que la mejor política que pudiera seguir nuestro gobierno, ante el conflicto que parece inminente, es trabajar intensamente en el marco de nuestras relaciones internacionales (especialmente con los Estados Unidos), en el ámbito de la ONU, para desacelerar el clima de odio que se ha generado y buscar la forma de detener las amenazas paranoides, derivadas de egocentrismos patológicos que parecen dirigirse a la destrucción mutua, en un conflicto que más que una guerra para imponer voluntades, parece ser un pacto suicida sin esperanzas de triunfo para nadie, que además arrastraría severos daños colaterales para el resto del mundo. JMRS |
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