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Derechos humanos en duda�


2017-06-21

DAVID BOONE DE LA GARZA, El País


Desde que se firmó la Carta de las Naciones Unidas de 1945 y, sobre todo, a partir de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, la humanidad ha experimentado la mayor evolución formal de su historia, en cuanto al consenso en torno a la identificación de valores universales, la consagración jurídica de principios y el reconocimiento de libertades y derechos.

Producto de uno de los debates más amplios de la historia, la Declaración Universal inauguró una nueva era. La visión de sus impulsores ha trascendido enormemente en el ámbito internacional y hacia el interior de la mayoría de las naciones. No era para menos. En palabras de Charles Malik, cuya intervención fue determinante para su confección y aprobación, fue la primera vez que los principios de derechos humanos y libertades fundamentales se describieron con autoridad y al detalle.

La influencia de la Declaración de 1948 ha quedado acreditada. Bajo su sombra se han producido más de 200 instrumentos internacionales, entre declaraciones y convenciones que, de acuerdo con Naciones Unidas, figuran en las resoluciones de la Asamblea General y las cuales forman parte del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Algunos de ellos, siguiendo la línea marcada por la Declaración, no teniendo incluso vinculación jurídica, sino fuerza moral, han trasminado las fronteras del derecho interno de los Estados; su contenido hoy forma parte de muchos sistemas jurídicos.

Así, desde mediados del siglo pasado, una gran cantidad de prácticas sociales, valores, principios y libertades han sido reconocidos mundialmente y nacional. Nuevos derechos y obligaciones, como los relativos a la protección de las mujeres (quienes hasta hace poco tiempo en algunos lugares ni siquiera tenían reconocida la calidad de ciudadanas), las niñas, los niños, adolescentes y personas mayores, los grupos de diversidad sexual, así como las relativas a la conservación del planeta, el cuidado de los animales y, en general, los de dimensión cultural, ecológica y tecnológica, todos ellos y otros, han sido tutelados y son ahora fuente de un sin fin de políticas públicas y programas gubernamentales que tienen como finalidad la persona y su dignidad.

Pero ¿por qué si los seres humanos han evolucionado tanto en el terreno de los derechos, se han acentuado los niveles de desconfianza, odio y transgresión de esos mismos derechos, entre las personas y entre estas y sus Gobiernos?

De acuerdo con el Barómetro de Confianza Edelman 2016 (IMCO, 2017), en el mundo la desconfianza en las instituciones gubernamentales, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los medios de comunicación ha aumentado, alcanzando su mayor nivel desde la Gran Recesión. En el caso de América Latina, por ejemplo, según el estudio Latinobarómetro, los niveles de confianza en las instituciones públicas, sociales y privadas disminuyeron hasta en un 11% de 1995 a 2015.

En su informe 2016/17 La situación de los derechos humanos en el mundo, Amnistía Internacional hace un recuento de situaciones que cuestionan la razón, la conciencia y la voluntad humana, como los bombardeos en Siria, los ataques contra la población civil en Yemen, el empeoramiento en Myanmar, los homicidios masivos en Sudán del Sur, las brutales medidas contra los disidentes en Turquía y Bahréin, y el auge creciente de los discursos de odio en buena parte de Europa y Estados Unidos.

Amnistía Internacional da cuenta de algunos sucesos concretos que significan un retroceso en la protección de los derechos, entre los que se encuentran la retirada de la Corte Penal Internacional de tres Estados miembros de la Unión Africana, el homicidio de la activista defensora de derechos humanos Berta Cáceres en Honduras, y la matanza de centenares y la detención arbitraria de miles de personas que protestaban por el despojo de tierras en Etiopía.

¿Qué hace coincidir dos fenómenos contradictorios, como lo son, por una parte, la evolución en cuanto al reconocimiento de derechos, por la otra, la proliferación de actitudes y conductas contrarias a los valores humanos universales? La respuesta puede encontrarse en la convergencia de tres hechos: el estancamiento de los niveles de pobreza y el aumento de la desigualdad social; el incumplimiento de algunas de las promesas de la democracia, y el incremento de las expectativas de los seres humanos, como consecuencia de los avances de la ciencia, la tecnología y la explosión de Internet.

Otro de los fenómenos que ha impactado en el acrecentamiento de sentimientos negativos y emociones adversas es la "alienación del mundo" a la que se refiere Hannah Arendt. "La evidencia histórica demuestra que los hombres modernos no fueron devueltos al mundo sino a sí mismos", precisa Arendt, quien explica de qué forma "la exclusiva preocupación por el yo" ha reducido todas las experiencias con el mundo y con otros seres humanos, a las propias consigo mismo. "El interés y preocupación por el yo", es la idea con la que, apoyada en Weber, Hannah Arendt acusa a la forma en que ha sido adoptado el capitalismo.

Hacer un alto para reflexionar acerca de los costos, saldos y el rumbo que se ha dado a la evolución —evidentemente parcial y endeble— de la humanidad, a partir del acuerdo cimentado en la tríada democracia-capitalismo-derechos, es esencial para no equivocarnos, para asegurar que realmente sea eso, una evolución, y que sea para todos. No se trata de cuestionar la conquista de los derechos, sino de reconocer que su efectividad depende de la capacidad humana para lograr un desarrollo que sea incluyente y sostenible, para combatir privilegios y asumir los compromisos que implican esas nuevas expectativas.



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