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El Estado Islámico aún no está muerto 


2017-07-12

Antony J. Blinken, The New York Times


La liberación de Mosul —la capital de facto del Estado Islámico en Irak— marca un momento clave en la guerra contra el grupo terrorista más peligroso del mundo. Dáesh, como se conoce al Estado Islámico (EI) en Medio Oriente, ya no controla el importante territorio de Irak donde podía albergar a combatientes extranjeros y explotar recursos como el petróleo.

Además, su discurso principal —crear un verdadero Estado— está hecho trizas. Sin embargo, aunque el gobierno de Trump ya puede celebrar el final del califato tal como lo conocimos, es demasiado pronto para sentirse cómodo, en especial porque no hay una estrategia para el día después de terminar con EI.

Hace quince años, al comienzo de la carrera del presidente George W. Bush hacia la invasión de Irak, los entonces senadores Joe Biden y Richard Lugar plantearon una inquietud profética: “Una vez que Saddam Hussein se haya ido, ¿cuáles serán nuestras responsabilidades? Esta pregunta no se ha explorado, pero podría resultar ser la más importante”.

Si se sustituye “Saddam Hussein” por “Estado Islámico”, la pregunta que plantearon mantiene actualmente su gran urgencia. Incluso si el Estado Islámico es derrotado militarmente, las condiciones políticas y económicas que facilitaron su surgimiento —desatadas en parte por la invasión de 2003— continuarán causando estragos. ¿Cómo, entonces, asegurarse de que EI se mantenga derrotado?

Lo más urgente es un esfuerzo que cuente con todos los recursos para estabilizar, asegurar, gobernar y reconstruir las ciudades liberadas con el fin de que la gente pueda regresar a casa de manera segura.

La buena noticia es que una coalición de 68 países dirigidos por Estados Unidos, cuyo objetivo es combatir al Estado Islámico, ha reunido los fondos necesarios para comenzar el proceso a través de las Naciones Unidas. Existe un plan similar para Siria.

Sin embargo, la guerra civil en curso ahí hará que sea un reto implementarlo, como lo ha demostrado el lento proceso de regresar a la vida a la ciudad de Tabqa —que fue liberada hace dos meses y es una puerta de acceso a la capital siria del Estado Islámico, en Al Raqa—.

Lo que viene ahora es aún más desafiante: 25 millones de musulmanes sunitas viven entre Bagdad y Damasco. Han estado distanciados de sus gobiernos. A menos que se les pueda convencer de que su Estado los protegerá en lugar de perseguirlos, un Estado Islámico versión 2.0 encontrará muchísimos nuevos reclutas y defensores.

Irak ofrece mayores probabilidades de éxito pero, si se le deja actuar por sí mismo, es muy probable que sus dirigentes mantengan las condiciones que dieron origen al extremismo violento. Además, los vecinos de Irak se alinearán con la secta que respalden, lo que reforzará en ese país la mentalidad de que unos perderán en la medida en que los otros ganen.

Ahí es donde la diplomacia estadounidense puede entrar en acción.

Estados Unidos no puede imponerle resultados a un Irak soberano. Pero puede respaldar, dar incentivos y movilizar a quienes quieran orientar a Irak en la dirección correcta. Esto comienza con respaldar lo que el primer ministro de Irak, Haider al Abadi, llama federalismo funcional: dar a los iraquíes, a nivel local, la responsabilidad y los recursos para brindarse su propia seguridad, servicios y escuelas, así como para tener el control de su vida cotidiana.

Esa es la mejor manera de convencer a los sunitas de que su futuro está en Irak y no en un nuevo Estado Islámico. Los iraquíes sunitas se oponían al federalismo y preferían un gobierno central fuerte; cada vez lo aceptan más.

La Constitución de Irak permite la descentralización, pero tiene que ponerse en marcha. Algunos miembros de la comunidad chiita, provocados por Irán, insistirán en conservar el botín del mando mayoritario y mantendrán un Bagdad dominante que controle a los sunitas.

Hacer que el federalismo funcional cobre vida comenzará implementando de manera eficaz leyes que regulen a la milicia iraquí, conocida como Unidades de Movilización Popular. Las UMP chiitas deben estar bajo el control del Estado, además de mantenerse alejadas de la política y de las áreas sunitas.

Las UMP sunitas movilizadas en la lucha contra el Estado Islámico deben seguir en la nómina estatal y asumir la responsabilidad de la seguridad en su propio territorio. Bagdad también debe asegurarse de que las inversiones y los proyectos de infraestructura más importantes no releguen a las regiones sunitas.

Al mismo tiempo, el gobierno de Trump debe usar las sólidas relaciones que ha establecido con los vecinos árabes sunitas de Irak para presionarlos con el fin de que involucren a Bagdad e impulsen la integración regional de Irak, mientras modera las ambiciones de la comunidad sunita.

Su ausencia en Irak ha dejado un vacío que Irán deberá llenar. Su respaldo incondicional a cada una de las exigencias sunitas alimenta el sectarismo que empodera más a Irán con Bagdad y supone el riesgo de que Irak se divida.

Las ambiciones kurdas plantean un desafío igualmente explosivo para la estabilidad de Irak. El líder kurdo de la región, Massoud Barzani, ha convocado a un referendo para la independencia en septiembre.

Mientras tanto, los kurdos han aprovechado el combate contra el Estado Islámico para tomar el control del 70 por ciento de los territorios en el norte de Irak que se disputan árabes y kurdos, y que no querrán ceder. La independencia kurda es un sueño poderoso, y Barzani considera que concretarlo será el núcleo de su legado.

No obstante, actuar con demasiada rapidez causaría la ira tanto de Bagdad como de los sunitas, sin mencionar a Turquía e Irán. Si los precios del crudo se mantienen bajos, los kurdos se sentirán apremiados por volverse autosuficientes.

Estados Unidos también debería retomar su papel como negociador honesto. Se debe concertar un acuerdo que dé a los kurdos mayor control del petróleo en su región, al mismo tiempo que se mantenga fuera a las tropas federales y se negocie una responsabilidad compartida sobre la peleada ciudad de Kirkuk, rica en crudo. Tal acuerdo no se dará por sí solo.

Una pregunta final: ¿qué tipo de presencia militar estadounidense debería, en su caso, permanecer en Irak para asegurar que el Estado Islámico no resurja?

La salida de Estados Unidos a finales de 2011 reflejó en ese entonces la realidad de que la mayoría de los iraquíes simplemente los querían fuera. Ahora que Irak despierta de la pesadilla del Estado Islámico, puede haber un mayor deseo de mantener a algunos estadounidenses por ahí para entrenar y habilitar a las fuerzas iraquíes, así como para proporcionar apoyo en inteligencia y contraterrorismo, pero sin que participen en combates. La manera en que el gobierno de Trump se mueva por este campo minado político será otra prueba crucial de su estrategia.



yoselin


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