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La vida después de que casi te parte un rayo 


2017-07-20

Lizette Alvarez, The New Yor Times


MIAMI — Esa mañana de enero estaba lloviznando pero James Church agarró su caña de pescar y la caja de su equipo. Se subió a su Jeep y se dirigió al muelle, en busca de una manera de relajarse después de una intensa semana de trabajo.

Traía puestas unas botas de goma color café y un rompevientos amarillo para protegerse del frío. Church, de 55 años, lanzó su anzuelo. Al horizonte se avistaban relámpagos pero parecían estar lejos, por lo que se sintió a salvo. Luego lo azotó un rayo. Solo recuerda el ruido estremecedor y una luz tan brillante que sentía como si se le quemaran los ojos.

Despertó con la espalda contra un pasamanos, a casi dos metros de distancia de donde estaba; solo en la oscuridad y se sintió paralizado. Sabía que tenía que alcanzar su celular que estaba en la caja del equipo. “Me activó la voluntad de sobrevivir”, dijo Church. “Necesitaba moverme en vez de quedarme ahí”.

Semillero de rayos

Florida es un estado con muchas amenazas naturales como los caimanes, tiburones y huracanes pero también podemos incluir a los relámpagos. Se registran 20,8 rayos por cada 2,5 kilómetros cuadrados y 54 personas han muerto desde 2007 a causa de esto, según el Servicio Nacional Meteorológico. La cifra de muertes en lo que va de este año es de cuatro personas: dos trabajadores de construcción, un campista y el bebé de una mujer embarazada azotada por un rayo.

Los rayos probablemente prevalecen en Florida debido a su ubicación, clima y topografía; es una península rodeada por dos masas de agua, el Atlántico y el golfo de México. Esto produce un aire caliente y húmedo.

En Florida se registran tormentas durante todo el año y es una zona en la que abundan los barcos, las personas en la playa, los entusiastas de la pesca y el golf… todos pararrayos humanos en espacios abiertos.

Aunque la probabilidad de ser azotado por un rayo es extremadamente baja, los relámpagos son impredecibles. A muchos floridenses les enseñan a estar pendientes y escuchar los truenos; otros sabemos que hay que contar los segundos entre cuando se ve el destello de luz y se escucha el trueno, pues hay una distancia de kilómetro y medio por cada cinco segundos transcurridos. Pero el rayo desafía a las expectativas: puede azotar hasta a 10 kilómetros de distancia de una nube.

Golpe de suerte

Church dijo que no escuchó los truenos desde el muelle. Apenas estaba lloviznando. Pero lo alcanzó el relámpago, y con fuerza. Ese 7 de enero, estaba de espaldas y Church, maestro de artes marciales, intentaba moverse sin poder hacerlo. Los rayos causan un cortocircuito en el cuerpo. Después de un rato pudo voltearse pero no podía levantarse. Sintió cómo le salía líquido de la panza. Era sangre.

Comenzó a arrastrarse hacia la caja de herramientas e intentó abrirla. Ahí fue cuando se dio cuenta de que dos de sus dedos habían desaparecido casi por completo. Usó sus pulgares, alcanzó su celular dentro de la caja y llamó al 911. “Me acaba de caer un rayo”, le dijo al despachador de los servicios de emergencia. “Perdí dos dedos. Ya no están”, agregó, entre gemidos de dolor. “Me está empezando a doler todo”.

Tuvo suerte: el relámpago no afectó su corazón. La mayoría de las personas golpeadas por un rayo mueren porque su corazón se detiene.

Aunque Church sí sufrió heridas duraderas. El rayo cayó sobre su caña de pescar e hizo que el gancho de la caña estallara en dirección de su cara; estaba descansando la caña en su cadera y la fuerza del rayo la hundió en su estómago. Tenía el codo pegado a esa misma cadera y la corriente se transfirió por todo su antebrazo hasta sus dedos. Pasó nueve horas en cirugía. Los doctores le abrieron el estómago y quitaron partes de su intestino que estaban quemadas. Cosieron sus dedos. Todavía tiene marcas de quemaduras en el estómago, brazo y muñeca.

Seis meses después dice que el incidente lo ha convertido en una persona más dispuesta a disfrutar de la vida, aunque ha tenido problemas para pagar sus facturas médicas porque no tiene seguro y ahora se asusta fácilmente cuando hay cualquier tipo de tormenta.

Lo peor casi le pasó a Falk Weltzien. Su corazón se detuvo por varios minutos. Weltzien tenía 39 años e iba a hacer kitesurfing en la playa Vilano con su hijo de 14 años, el 1 de octubre de 2012. No había nubes grises ni truenos.

Por suerte, una enfermera estaba en la playa y le dio reanimación cardiopulmonar. Se había formado espuma en su boca y la piel se estaba tornando morada. Sus quemaduras se extendían por todo el cuello y el brazo izquierdo.

El peor dolor le sobrevino poco después, según recuerda. Sentía como si su espalda estuviera en fuego. “Eran los nervios, recuperándose”, dijo acerca de esa condición conocida como neuropatía. “Duró 30 días y fue un dolor insoportable. No ayudaron los analgésicos y se sentía todo el tiempo. Fue terrible”.

Su brazo izquierdo todavía tiene nervios dañados y sus tímpanos son particularmente sensibles, lo que descubrió cuando se subió a un avión después del accidente. Dijo que la presión en sus oídos era casi insoportable y notó que, a diferencia de antes, se quedaba sin aliento al surfear. Le hicieron estudios y los médicos encontraron problemas en su pulmón izquierdo.

Mary Ann Cooper, profesora emérita en la Universidad de Illinois en Chicago y experta en heridas por rayos, dijo que pueden causar diversos tipos de daños, desde cosquilleos y adormecimientos hasta paros cardiacos y problemas cerebrales. Dos tercios de los afectados pierden el conocimiento, aunque menos de la mitad terminan con marcas en su piel, dijo. La mayoría son heridos por la electricidad después de que la corriente viaja desde el piso.

El Servicio Meteorológico estima que solo muere un 10 por ciento de quienes son azotados por un rayo. Usualmente los sobrevivientes buscan estar en compañía y eso produjo la creación del Lightning Strike & Electric Shock Survivors International, un grupo al que pertenecen personas de trece países.

El resultado más común al ser azotado por un rayo es sufrir una contusión, dijo Cooper. Pueden desarrollarse problemas de memoria, daños nerviosos y dolor crónico.

Eso es lo que le sucedió a Cameron Poimboeuf, residente de Carolina del Norte que fue azotado por un rayo en julio del año pasado. Cameron tenía 15 años y estaba jugando Pokémon Go con un amigo. Corrieron para esconderse de la tormenta pero el rayo los alcanzó y el corazón de Cameron se detuvo. Cassandra Thomas, una vecina y enfermera pediátrica que estaba en su balcón, alcanzó a ver todo y bajó los nueve pisos corriendo para ayudarlo. Le dio RCP durante 20 minutos con la ayuda de un policía.

Los pronósticos para Cameron no eran buenos: o no se recuperaría o su cerebro terminaría severamente dañado.

Pero sobrevivió, casi sin problemas. “Es difícil no ver la mano de Dios”, dijo su madre, Karen Poimboeuf. Las heridas de Cameron no se ven a simple vista: estrés postraumático, dolor de nervios, insomnio y ansiedad. Su amigo tuvo inmovilizada una pierna durante un tiempo, pero ya se recuperó.

Weltzien, por su parte, no ha dejado que el dolor lo detenga. Todavía hace kitesurfing y juega al golf. “Realmente no tengo miedo. Creo que las cosas suceden por una razón”, dijo.

El reporte de un meteorólogo

A Brad Sussman lo alcanzó un relámpago quizá forjado por Zeus a modo de broma. “Sabía todo sobre los rayos”, dijo Sussman. Era el meteorólogo en jefe en una estación de Jacksonville y estaba en la junta de seguridad contra relámpagos del condado en el que vivía.

Una tarde a principios de los años noventa, la lluvia caía sobre su casa y Sussman vio que había una ventana abierta. Caminó para cerrarla y puso su mano sobre el marco de metal. Cuando recobró el conocimiento, estaba a casi a seis metros de distancia, tirado de espaldas.

“Mi hijo de 2 años y medio me dijo: Papá, fue chistoso. Hazlo otra vez'”, dijo Sussman, quien ahora es vendedor de seguros en Cleveland. Un vecino escuchó el ruido y entró a la casa. “¿Cómo puede ser que a mí me golpeó un rayo? Soy un meteorólogo”, recordó Sussman que le dijo a su vecino.

La respuesta estaba en su techo: un hoyo. El rayo se había trasladado de ahí al marco de la ventana. Sussman sobrevivió con apenas una quemadura pequeña en su omoplato derecho, aunque estuvo desubicado durante algunas horas, y ahora le tiene un gran respeto a los relámpagos.

“Cuando azotan cerca de la casa, wow, sí que me asusto”, dijo.



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