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Dramática escalada en el éxodo de los rohingyas que abandonan Birmania: 123,000 refugiados en 10 días


2017-09-05

MÓNICA G. PRIETO / El Mundo


Sólo 10 días después de los ataques rebeldes que desataron la ofensiva del Ejército birmano, el imparable éxodo de civiles rohingya que huyen de los incendios y las masacres en sus aldeas ya ha superado con creces la marea humana que acompañó la última operación militar, iniciada en octubre de 2016.

Si en aquellos seis meses huyeron unas 87,000 personas, la actual oleada de violencia que comenzó el pasado 25 de agosto ha obligado a escapar a 123,600 rohingya, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). A ellos se sumarían cientos de personas atrapadas en tierra de nadie, entre el estado de Rakhine (escenario de la operación "antiterrorista" lanzada por el Tatmadaw o Ejército birmano) y Bangladesh, que esperan una oportunidad para cruzar con cierta seguridad mediante el río Naf, en precarios botes, o atravesando los cultivos de arroz en las zonas de Ukhiya y Teknaf, al sureste de Bangladesh.

En el interior del estado de Rakhine, escenario de la represión militar, las autoridades birmanas afirman haber evacuado a 12,000 personas, budistas, hindúes o de la etnia Mro, para ponerlos a salvo de la "violencia" musulmana. El Gobierno heredero de la Junta militar birmana, dirigido por la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, culpa a los "extremistas terroristas" -así se refiere a los rohingya, tras los ataques del Ejército de Salvación Rohingya de Arakán, ESRA- de los incendios y asesinatos: las autoridades hablan de 400 muertos desde el 25 de agosto, de los cuales 369 serían combatientes rohingya. La cifra no se ha actualizado desde hace días y no incluye a las víctimas rohingya pese a las abrumadoras denuncias de asesinatos de civiles de los refugiados, y los numerosos heridos, muchos con heridas de bala, que han atravesado la frontera bangladeshí.

A la huida, descrita por los supervivientes como una odisea, se suma la reciente presencia de minas antipersonales: según Reuters, una mujer de avanzada edad perdió la pierna derecha a unos 50 metros de la frontera con Bangladesh cuando uno de estos artefactos explotó. Una doble deflagración fue escuchada con nitidez por los periodistas presentes en la zona: poco después, la mujer, amputada, con serias heridas en la pierna izquierda y en el vientre, fue transportada a través de la frontera. Refugiados rohingya aseguraron a Reuters haberse acercado al lugar donde ocurrió el suceso, y haber constatado la presencia de otros dos artefactos cuya descripción coincide con minas terrestres.

Dos testigos aseguraron haber visto al Ejército birmano en la zona horas antes, pero un portavoz de Aung San Suu Kyi -quien acusa a las ONG de connivencia con los "terroristas" y a la comunidad internacional de inflamar las tensiones religiosas en Birmania- culpó a los rohingya, alegando que hay mucho que investigar. "Habrá que aclarar dónde explotaron, quién pudo acudir allí y colocar esas minas. ¿Quién puede asegurar, sin lugar a dudas, que no fueron colocadas por los terroristas?". Los uniformados birmanos suelen actuar en la frontera disparando contra los refugiados, según han constatado las agencias internacionales desplegadas en el sur de Bangladesh.

"La punta del iceberg"

En el Hospital Sadar de Cox's Bazar, a dos horas de la frontera, los médicos han tratado a más de 30 heridos con fracturas óseas y heridas de bala, casi todos en las piernas, según declaró el médico Shaheen Abdur Rahman Choudhury a AP. Muchos refugiados han denunciado que los militares birmanos disparan a las piernas para impedir la huida de los rohingya. Según el doctor, el hospital está "enormemente sobrecargado" aunque considera que "sólo estamos viendo la punta del iceberg".

El cerrojazo de los militares a la región de Maungdaw impide confirmar el volumen de las atrocidades cometidas en el interior: sólo vídeos de incendios masivos, poblados y cadáveres calcinados dan pistas sobre el nivel de violencia que se vive en Rakhine. Los escasos medios que han podido visitar la zona lo han hecho de la mano de los militares y sólo han tenido acceso a desplazados budistas e hindúes que denuncian violencia musulmana.

El Gobierno ha declarado zona militar de operaciones el distrito de Maungdaw, que incluye cinco áreas del estado de Rakhine -donde reside la mayoría de la comunidad rohingya, estimada en un millón de personas-, con el objetivo de "aprobar que se adopten acciones decisivas contra las organizaciones terroristas durante las operaciones de limpieza", ha asegurado el responsable de la Policía, Ko Ko Soe, en declaraciones recogidas por el diario online 'Irrawaddy'.

Incendios de monasterios

El pasado domingo, la Oficina de la Consejera de Estado birmana mostró imágenes de templos budistas atacados, monasterios incendiados y figuras de Budda destrozadas en episodios atribuidos a los musulmanes, en otro intento de 'islamizar' un conflicto desigual, en el que los paupérrimos rohingya se encuentran atrapados entre los insurgentes del ESRA -hasta hace unos meses, de escasas eficacia operativa- y la represión militar.

Las autoridades suelen culpar a los rohingya de quemar sus propias casas y sus propias aldeas para concitar la simpatía internacional, sin mostrar ninguna prueba: eso hace dudar de la veracidad de las acusaciones sobre desecralizaciones. Para algunas ONG como Human Rights Watch y Fortify Rights, que están siguiendo de cerca la actual violencia, se trata de una estrategia de "tierra quemada" destinada a impedir el retorno de una comunidad que, para Birmania, está compuesta de "refugiados bangladeshíes" pese a que lleva varias generaciones establecida en el país asiático. La negación histórica de sus derechos -Birmania no les concede derechos básicos como la ciudadanía, el acceso a la sanidad o a la educación, o la libertad de movimientos- son los motivos que esgrime el ESRA para tomar las armas.

Los testimonios de los refugiados hablan de masacres con helicópteros, a disparos, con cuchillos y con lanzallamas en los que estarían participando, además de las fuerzas de Seguridad, civiles arakaneses no musulmanes. El miedo hace escapar a los civiles con lo puesto, en muchas ocasiones separándose del resto de sus familiares: cuando llegan a Bangladesh, no pueden dar noticias de sus hijos, padres o hermanos perdidos en la huida.

Los campos, barrizales

"Los refugiados [de oleadas anteriores] acogen en sus casas a los recién llegados", explicaba a Reuters Vivian Tan, portavoz del ACNUR. Otros muchos buscan espacio en los poblados bangaldeshíes, o en descampados: hay testimonios de partos en plena calle. "Lo que necesitamos de forma más desesperada es terreno para levantar refugios de emergencia", añadió Tan. "Esta gente lleva días caminando. No han comido muchas veces desde que abandonaron sus hogares. Están exhaustos, traumatizados... Y entre ellos hay niños, algunos recién nacidos, que han sido expuestos a todos estos elementos".

"Se trata de una verdadera crisis", afirmaba Mohammad Abul Kalam, miembro del Comité de Apoyo al Refugiado y de Repatriación. "El número de personas ha doblado con creces a los residentes de los campos. Kutupalong (uno de ellos) ya está por encima de su capacidad. Cada familia ha acogido a recién llegados, cada espacio disponible está ocupado. No sé cuánto vamos a poder resistir así". "Esta gente está hambrienta, sedienta y enferma tras una huida tan terrible. Al menos, merecen un techo sobre sus cabezas", añadió Shubhash Wostey, responsable de ACNUR en Cox's Bazar.

La precipitación de la huida ha quedado en evidencia con el número de refugiados ahogados en el río Naf en un intento de encontrar cobijo en Bangladesh: ya se han reportado 53 muertes de refugiados que naufragaron durante el éxodo. El paupérrimo país, que oficialmente no admite la entrada de más refugiados rohingya -ya alberga oficialmente a 400,000 desde los años 90 del siglo pasado- ha decidido permitir el paso ante la tragedia humanitaria que se vive al otro lado de sus fronteras, si bien sus limitaciones se aprecian en sus medios: muchos de los heridos que han sido ingresados en los abigarrados hospitales están siendo atendidos en el suelo, según periodistas locales, y sólo están siendo alimentados gracias a las escasas ONG presentes en la zona. A la miseria del refugio y la huida se suma el monzón que ha convertido los campos en barrizales.

La dramática escalada en esta crisis ha puesto en la diana a Aung San Suu Kyi: desde Indonesia hasta Turquía, pasando por Bangladesh o Malasia, se está criticando duramente lo que algunos califican de genocidio. La también Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai ha pedido a Suu Kyi que condene el trato "trágico y vergonzoso" de los rohingya, si bien Birmana nunca ha mostrado la más mínima empatía por el sufrimiento de la comunidad rohingya.



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