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Las afganas evalúan los riesgos de denunciar a los abusadores 


2017-12-15

ROD NORDLAND y Fatima Faizi, The New york Times


KABUL, Afganistán — “Eres fea, Maryam, todos lo dicen, pero creo que eres virgen, así que cuando estés lista para tener sexo, dime y me dará gusto…”. Un colega hombre escribió ese mensaje en la cuenta de Maryam de Facebook, y terminó la oración de forma obscena.

Eran las diez de la mañana de un día normal en la vida de una trabajadora afgana. La periodista Maryam Mehtar, de 24 años, dijo que esa mañana ya había sido acosada o atacada por lo menos cinco veces: en el autobús hacia el trabajo, en la calle mientras esperaba el autobús por un hombre que le agarró los glúteos, por otro que le preguntó cuánto cobraba y por un niño que le dijo que tenía una “bonita vulva”.

Por último, en la relativa seguridad de su oficina, encendió su computadora y leyó el ofrecimiento de quitarle la virginidad que su colega había publicado en su cuenta de Facebook.

Animadas por la reacción de algunas mujeres en Estados Unidos y Europa en contra del acoso sexual, un grupo de valientes afganas también están hablando sobre un problema que desde hace mucho se aceptaba como algo común e irresoluble en su sociedad.

“La mayoría de mis amigas guardan silencio”, dijo Mehtar, quien trabaja para la agencia de noticias afgana Sarienews. “Creen que si hablan todos las culparán a ellas. Y tienen razón”.

Mehtar es una de las pocas afganas dispuestas a nombrar y avergonzar a sus atacantes, algo que la mayoría teme hacer, y no solo por miedo a la humillación pública.

Cuando las mujeres hablan se arriesgan mucho, dijo Shaharzad Akbar, de 30 años, quien trabaja como asesora del presidente Ashraf Ghani y asegura que la atacaron sexualmente cuando era pasante, al inicio de su carrera. “En Afganistán las mujeres no pueden decir que han sufrido acoso sexual. Si una mujer revela la identidad de un hombre, este la matará a ella o a su familia. Nunca podemos acusar a los hombres, en especial a los de cargos altos, sin correr un gran riesgo”.

No solo temen que los abusadores cobren venganza sino que, en muchos casos, incluso le tienen miedo a su propia familia, dijeron Akbar y otras mujeres.

Zubaida, de 26 años, era policía cuando su superior le manoseó los senos y le exigió tener relaciones sexuales. Renunció a su trabajo, pero no se atreve a dar su nombre completo ni el de su acosador. “Si dijera su nombre, definitivamente me mataría a mí o a algún miembro de mi familia”, dijo. Peor aún, si se conociera públicamente, dijo que temería que sus propios parientes pudan asesinarla para limpiar su honor.

Incluso las víctimas de violación en ocasiones son asesinadas por sus propios familiares, quienes creen que la vergüenza de la violación es peor que el sufrimiento de la víctima.

“En Afganistán somos tanto la víctima como el delincuente”, dijo Zubaida. “Ni siquiera le puedo decir a mi propia familia que renuncié por acoso sexual”.

Una mujer de 31 años, quien temía que ella y sus hijos pudieran ser asesinados si se mencionaba su nombre, regresó a Afganistán después de varios años de vivir en Irán. En ese país le fue bien en sus estudios y pronto encontró trabajo en una oficina gubernamental en la provincia de Ghazni.

En su primera semana, el director de su departamento la lanzó sobre un mueble y trató de atacarla sexualmente; pero ella logró huir de la oficina y renunció. En Kabul fue a comprar un terreno del gobierno y el director del departamento comenzó a mandarle fotos desnudo y a pedirle tener relaciones sexuales, principalmente mediante mensajes por Facebook.

El acoso que enfrentan muchas de ellas se extiende incluso a los empleados afganos de instituciones internacionales y occidentales, según señalaron varias mujeres entrevistadas para este artículo.

Una mujer dejó su empleo en el gobierno luego de sufrir un acoso reiterado y fundó su propia organización no gubernamental. Luego comenzó a solicitar donaciones a las Naciones Unidas, a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y a varias embajadas occidentales.

“Siempre es lo mismo: el personal afgano me dice: ‘Aprobaré tu propuesta si te acuestas conmigo’”, dijo, pidiendo que no se mencionara su nombre porque aún tiene esperanzas de obtener una donación y no quiere enojar a sus posibles donantes. “Todos creen que las mujeres que trabajan fuera de casa son prostitutas, y los afganos pueden decir y hacer con ellas lo que quieran”.

En los medios, las mujeres son víctimas frecuentes, en parte porque son conocidas y a menudo usan las redes sociales con su identidad real. Eso suele atraer a los hombres que les lanzan con descaro su retorcido comportamiento sexual, a veces sin siquiera molestarse en disfrazar sus nombres. El abuso incluye casi siempre fotografías sexuales explícitas.

Cuando Mehtar publicó en Facebook que “las afganas no están seguras ni en su propia casa”, recibió una avalancha de correos de odio y comentarios sexualmente abusivos. Recibió cientos de mensajes por Facebook y Twitter, que archivó. Uno provenía de un escritor afgano llamado Jalil Junbish, quien se describió como una autoridad en los derechos de las mujeres. Decía: “Eres una puta y has tenido sexo con muchos hombres”.

Contactado a través de Facebook Messenger sobre el abuso, Junbish no solo confirmó que él lo había escrito, sino que también repitió su acusación. “Maryam es una puta”, le dijo a una reportera afgana de The New York Times. “¿Por qué eres su amiga?”, añadió: “Porque también eres una puta”.



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