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Cómo Trump transformó las políticas migratorias de Estados Unidos


2017-12-27

Michael D. Shear y Julie Hirschfeld Davis; The New York Times


WASHINGTON — Llegó tarde a su propia reunión con un manojo de cifras; era un día de junio y Donald Trump entraba enfurecido a la Oficina Oval.

Hace cinco meses había ordenado que oficiales federales fueran a los aeropuertos del país para evitar que los viajeros de varios países musulmanes entraran a Estados Unidos, en una demostración clara de cómo cumpliría su promesa de campaña de fortalecer las fronteras del país.

Sin embargo, al ver las grandes cifras de extranjeros que habían entrado al país desde enero, le confesó a su equipo de seguridad nacional que su promesa se había vuelto una burla. Sus amigos lo llamaban para decirle que estaba quedando como un tonto, dijo Trump.

Según seis funcionarios que asistieron o que fueron informados sobre la reunión, Trump comenzó a leer en voz alta el documento que Stephen Miller, su asesor de políticas nacionales, le había dado justo antes de la reunión. El informe describía cuántos inmigrantes habían recibido visas para entrar a Estados Unidos en 2017.

Más de 2500 provenían de Afganistán, un paraíso terrorista, se quejó el mandatario. Haití había enviado a 15,000 personas. Todos “tienen SIDA”, gruñó, según cuenta una persona que asistió a la reunión y cuya versión fue confirmada por otro funcionario.

Cuarenta mil habían llegado de Nigeria, agregó Trump. Una vez que vieran Estados Unidos jamás “regresarían a sus chozas” en África, recordaron los dos funcionarios quienes pidieron conservar su anonimato para poder relatar lo sucedido en la Oficina Oval.

Conforme avanzaba la reunión, John F. Kelly, quien era el secretario de seguridad nacional, y Rex W. Tillerson, el secretario de Estado, intentaron intervenir explicando que muchos eran viajeros temporales que visitaban el país. Sin embargo, mientras el presidente continuaba, Kelly y Miller dirigieron su ira hacia Tillerson, lo culparon por el flujo de extranjeros y provocaron que el secretario de Estado alzara las manos en señal de frustración. Si era tan malo en su trabajo, quizá debería dejar de emitir visas, respondió Tillerson.

Sarah Huckabee Sanders, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, negó el sábado por la mañana que Trump hubiera hecho declaraciones despectivas sobre los inmigrantes durante la reunión.

“El general Kelly, el general McMaster, el secretario Tillerson, el secretario Nielsen y todos los demás miembros sénior del personal que estuvieron en la reunión niegan estas declaraciones atroces”, dijo, refiriéndose al jefe de gabinete actual de la Casa Blanca, al asesor de seguridad nacional y a los secretarios de Estado y de seguridad nacional. “De cualquier forma, es triste y revelador que The New York Times imprima estas mentiras de sus ‘fuentes’ anónimas”.

La reunión de junio refleja el enfoque visceral de Trump sobre un tema que definió su campaña y que ha influido de manera clara en el primer año de su presidencia.

Trump dice que la inmigración es la causa de un sinfín de problemas y  tomó el cargo con una agenda de metas simbólicas que no tenían ninguna planificación; no se trataba del fruto de un riguroso debate de políticas, sino de interacciones personales cargadas emocionalmente y de un instinto para aprovechar las ideas nativistas de los estadounidenses blancos de la clase trabajadora.

Como muchas de sus iniciativas, su esfuerzo para cambiar la política migratoria estadounidense se ha ejecutado a través de un proceso desordenado que desde el inicio buscó desafiar a la burocracia encargada de aplicarlo, según entrevistas con tres decenas de funcionarios previos y actuales de la administración, legisladores y otras personas cercanas al proceso, muchas de las cuales hablaron con la condición de mantener su anonimato para poder detallar interacciones privadas.

Sin embargo, mientras Trump se ha frustrado en repetidas ocasiones por los límites de su poder, sus iniciativas para rehacer décadas de política migratoria han obtenido cada vez más ímpetu mientras la Casa Blanca se hace más disciplinada a la hora de ignorar o socavar la arraigada oposición de muchos sectores del gobierno.

“Hemos tomado un buque gigante que va a toda velocidad”, dijo Miller en una entrevista reciente. “Lo frenamos, lo detuvimos, comenzamos a redirigirlo y conducirlo hacia la dirección opuesta”.

Volver a la prohibición

Trump tomó el poder con una larga lista de promesas de campaña que incluyeron no solo construir un muro en la frontera con México (y hacer que México lo pagara), sino también crear una “fuerza de deportación” con la que se prohibiría que los musulmanes entraran al país, así como deportar de inmediato a millones de inmigrantes con antecedentes delictivos.

Miller y otros funcionarios tuvieron la tarea de convertir esas promesas en una agenda de políticas que también incluiría un ataque contra la burocracia a favor de la inmigración. Trabajando en secreto, redactaron media docena de órdenes ejecutivas. Una iría tras las ciudades santuario. Otra propuso cambiar la definición de extranjero criminal para incluir a personas arrestadas, no solo sentenciadas.

Sin embargo, consciente de su promesa de campaña de imponer rápidamente una “prohibición extrema”, Trump decidió que su primera acción simbólica sería una orden ejecutiva para establecer una prohibición mundial a viajes desde países que la Casa Blanca consideraba afectados por el terrorismo.

Sin expertos en políticas y con mucho recelo hacia funcionarios de carrera considerados espías del presidente Obama, Miller y un pequeño grupo de asistentes comenzaron con un documento que identificaba a siete “países preocupantes con tendencias al terrorismo”. Después se saltaron prácticamente cada medida en la guía estándar de la Casa Blanca para la creación e introducción de una política importante.

El anuncio de la prohibición de viaje realizada un viernes por la noche, siete días después de la toma de posesión de Trump, creó escenas caóticas en los aeropuertos más grandes de Estados Unidos conforme cientos de personas fueron detenidas, y desató una confusión generalizada y grandes manifestaciones. Los legisladores del gobierno se apresuraron a defender las acciones del presidente contra los dictámenes de los tribunales, mientras que los ayudantes del mandatario tuvieron problemas para explicarle la medida a los legisladores durante una cena formal al día siguiente.

Obligado a retroceder

Pero el mensaje de exclusión ayudó a disminuir los cruces ilegales en la frontera hasta un 70 por ciento.

Los funcionarios de inmigración capturaron a 41,318 inmigrantes que estaban en el país ilegalmente durante los primeros 100 días del mandato, una aumento de casi un 40 por ciento. El Departamento de Justicia comenzó a contratar más jueces de inmigración para acelerar las deportaciones. Los funcionarios amenazaron con retener el financiamiento de las ciudades santuario. Se frenó el flujo de refugiados que entraban al país.

Sin embargo, Trump estaba furioso por lo que consideró como un retroceso ante los adversarios políticamente correctos. No quería una versión diluida de la prohibición de viaje, le gritó a Donald F. McGahn II, el asesor de la Casa Blanca, mientras el tema alcanzaba un punto crítico el viernes 3 de marzo en la Oficina Oval.

Enojado con su fiscal Jeff Sessions, que el día anterior se había desvinculado de la investigación en torno a Rusia, Trump se rehusó a responderle las llamadas. Los asesores le dijeron a Sessions que tendría que volar a Mar-a-Lago en la Florida para pedirle al presidente en persona que firmara la nueva orden.

Trump cedió mientras cenaba con Sessions y McGahn. De regreso en Washington, firmó la nueva orden. Era una indicación de que había empezado a entender —o, por lo menos, a aceptar a regañadientes— la necesidad de seguir un proceso.

Incluso mientras el gobierno estaba metido en una batalla en los tribunales por la prohibición de viaje, comenzó a poner atención a otra manera de asegurar la frontera, limitando el número de refugiados admitidos anualmente en Estados Unidos.

Trump ya había utilizado la prohibición de viaje para disminuir la cantidad de refugiados en 2017 a 50,000, solo una fracción de los 110,000 que había establecido Obama. Ahora, el mandatario tendrá que decidir el número para 2018.

Un enfoque más disciplinado

En septiembre, una tercera versión de la prohibición de viaje se emitió con poca fanfarria y nuevas justificaciones legales. Entonces, Trump desestimó las objeciones de los diplomáticos y limitó a 45,000 las admisiones de refugiados para 2018, la cifra más baja desde 1986. En noviembre, el presidente puso fin a un programa humanitario que le otorgó la residencia a 59,000 haitianos desde que un terremoto de 2010 destruyó ese país.

Conforme se acercaba el nuevo año, los funcionarios comenzaron a considerar un plan para separar a los padres de sus hijos cuando se atrapara a las familias en el momento de ingresar ilegalmente al país, un cambio que los grupos de defensa de los inmigrantes calificaron de draconiano.

Sin embargo, Trump ha llegado a demostrar cierta apertura respecto a los enfoques distintos. En discusiones privadas, regresa periódicamente a la idea de un acuerdo “integral de inmigración”, aunque le han advertido que no utilice esa frase porque sus principales simpatizantes la consideran una forma de amnistía. Durante una cena con líderes demócratas, Trump exploró la posibilidad de un trato para legalizar a los “Dreamers” —inmigrantes que habían llegado a Estados Unidos de niños— a cambio de la seguridad fronteriza.

“Quiere hacer un trato”, dijo el senador Lindsey Graham, un republicano de Carolina del Sur que apoya la legalización de los “Dreamers”. “Quiere arreglar todo el sistema”.

Sin embargo, incluso después de un año de progresos hacia su idea de un país resguardado de las amenazas extranjeras, el presidente aún consideraba que el sistema de inmigración estaba plagado por la complacencia.

“Somos tan políticamente correctos”, se quejó con los reporteros en el salón del gabinete, “que tememos hacer cualquier cosa”.



yoselin


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