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Sobrevivir en 2018, el annus horribilis de Trump
JORGE TAMAMES | Política Exterior
A pesar de todo, el presidente ha logrado algo que en varios momentos del año llegó a parecer difícil: mantenerse en el cargo. Si resistir es vencer, Trump podría darse por satisfecho con terminar 2018 como inquilino de la Casa Blanca. El nuevo año se presenta repleto de retos difíciles de superar. Fuego, furia y un mundo incendiado De puertas para afuera, Estados Unidos cuenta con un secretario de Estado desautorizado y hace frente a una situación incendiaria, en gran medida generada por los desmanes de su presidente. La decisión de trasladar la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén no ha generado una espiral de violencia, pero ha aumentado exponencialmente la tensión en una región de por sí inestable. Ocurre algo similar con el veto migratorio de Trump a varios países de mayoría musulmana, su alineamiento irreflexivo e incondicional con Arabia Saudí y el deterioro de la alianza entre EU y Pakistán, hoy aún más convulsa que de costumbre. La guerra estadounidense en Afganistán, convenientemente olvidada, no hace más que recrudecerse. La pieza más delicada de la región posiblemente sea Irán, donde las protestas contra el régimen que comenzaron a finales de 2017 han contado con el apoyo entusiasta y oportunista de Trump. A partir del 12 de enero, el presidente podría retomar la política de sanciones contra el país, poniendo en peligro el acuerdo nuclear. La obsesión de Trump por romper el legado de Barack Obama, unido al cheque en blanco que ha otorgado a la acción exterior saudí y su tendencia a hacer lo contrario de lo que le aconsejan sus asesores en política exterior (como en el caso de la embajada israelí), podrían poner fin al tímido deshielo entre Washington y Teherán. Con todo, el principal reto exterior continúa siendo Corea del Norte. Un reciente montaje, en el que Kim Jon-Un aparece leyendo Fuego y Furia (el libro de Michael Wolff sobre la administración Trump, que ha sacado de quicio al presidente al poner en evidencia su personalidad deslavazada) ilustra hasta qué punto el choque entre Pyongyang y Washington parece determinado por la personalidad abrasiva de los dirigentes de cada país. Pero el desarrollo del programa nuclear norcoreano plantea un reto diplomático y políticos real, que la actual administración simplemente parece incapaz de abordar constructivamente. En el lado positivo de la balanza, acaba de arrancar un proceso de mediación entre las dos Coreas, con el fin de encauzar futuras escaladas de tensiones. En el negativo, los tambores de guerra comienzan a redoblar en Washington. El domingo Edward Luttwak, el reconocido académico y estratega conservador, defendía bombardear Corea del Norte en la revista Foreign Policy. En último lugar, la relación de EU con Rusia se mantiene como una incógnita incómoda. El muy cacareado romance entre Trump y Vladímir Putin (que espera ser reelecto en las elecciones presidenciales de marzo) no se ha traducido en una política exterior más afín a los intereses rusos. Pero la supuesta cooperación entre la campaña de Trump y los servicios de inteligencia rusos continúa debilitando a la administración en clave interna. La investigación del fiscal Robert Mueller difícilmente terminará con una inhabilitación de Trump, como desearían muchos de sus detractores. No obstante, el círculo de confianza del presidente (incluido su influyente yerno, Jared Kushner) podría verse sacudido. Sin logros en el frente interno A la erosión constante de este escándalo, que Trump no logra sacudirse definitivamente, se une su incapacidad para poner en práctica el programa que prometió a sus votantes a lo largo de 2016. De puertas para adentro se acumulan las promesas incumplidas: la construcción del muro con México, el desarrollo de un plan de infraestructura nacional y la sustitución de la reforma sanitaria de Obama (recortada durante la reciente bajada de impuestos, pero parcialmente en pie) se cuentan entre los principales proyectos que el ejecutivo no ha querido o no ha sido capaz de abordar en 2017. El reto más urgente, sin embargo, es negociar una ampliación del techo de la deuda pública antes de la primavera. En el pasado, los republicanos provocaron cierres del gobierno federal cada vez que Obama lo intentó. Pero nada hace pensar que Trump vaya a representar el retorno a las cuentas austeras que su partido exige siempre que está en la oposición. Tampoco el relevo en la Reserva Federal, donde Trump ha nominado a Jerome Powell para sustituir a Janet Yellen como presidente en febrero, augura grandes cambios en política monetaria. El examen final de la gestión de Trump ya tiene fecha. El 6 de noviembre se celebran las midterms, elecciones en la Cámara de los Representantes y un tercio de los escaños del Senado. Impulsado por la impopularidad del presidente, el Partido Demócrata parece posicionado para remontar posiciones en el Congreso, recortando la mayoría republicana en la cámara baja e incluso retomando el Senado. Aunque estas elecciones tienen un importante componente local y regional, el rechazo que genera Trump se ha convertido en un potente factor de movilización. Incluso los bastiones de la derecha podrían flaquear. Del resultado de las midterms dependerá el futuro de Trump. No solo sus posibilidades de reelección –seriamente dañadas ante un revés– sino la relación con su propio partido, que podría volverse menos dócil si considera que su líder se ha convertido en un lastre. La gran baza del presidente, como en su momento señaló el pensador provocador Nassim Taleb, es lo bajas que se mantienen las expectativas respecto a su gestión. Esta baza es, si acaso, más pronunciada en 2018 que en 2017. Ante un año repleto de retos que parecen superarle, cualquier gesto medianamente aceptable de Trump será un éxito en términos relativos. Queda por ver si basta con eso para resistir hasta 2020. regina |
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