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Vladimir Putin, un cóctel de modernidad multipolar y nostalgia soviética


2018-03-19

XAVIER COLÁS | El Mundo

"Si sabes que va a haber pelea, ataca primero". A Vladimir Putin le gusta decir que aprendió esto en las turbias calles de Leningrado, donde descubrió que si acorralas a una rata saltará contra ti. Sus maneras suaves y su carácter circunspecto no dejan entrever el niño trasto que fue cuando la URSS todavía parecía eterna.

Cuando alcanzó el poder Putin se comprometió a reconstruir el Estado, proteger la soberanía de Rusia, preservar la estabilidad y garantizar la seguridad nacional. No dijo cómo, pero ésa era una pregunta que pocos se hacían en la Rusia que cerraba el negro capítulo de los noventa.

Antes había dado alguna pista sobre los separatistas de Chechenia, que eran entonces el problema nacional. "Si los capturamos en el retrete, los mataremos en el retrete", dijo en 1999, cuando llevaba apenas dos meses como primer ministro. Su segunda guerra chechena arrasó la capital, Grozny, y avivó una insurgencia que duró 10 años: sólo fue aplastada cuando Putin nombró a un hombre fuerte local con una reputación brutal, Ramzan Kadirov, para terminar el trabajo. Putin ha dicho después que se arrepentía de haber usado ese lenguaje, pero no le ha temblado el pulso en cuanto a lo acontecido en el Cáucaso. La religión del presidente son los hechos.

La sociedad pronto se abonó a la 'marca Putin', que ofrecía democracia sin riesgos pero también sin cambios. Los rusos, al fin y al cabo, salían ganando. Cambiaron a un borrachín por un abstemio. Los oligarcas pasaron de ser los dueños de los teatros de marionetas del Kremlin a deber su fortuna y su seguridad al presidente. Después fueron los gobernadores y demás caudillos regionales los que vieron depender de Moscú su continuidad en el cargo. Los medios de comunicación, poco a poco, fueron cayendo en manos de sus leales y hasta el petróleo se portó bien y subió de precio. Los rusos mejoraron su vida, y aceptaron el trato de vivir tranquilamente en una situación de libertad y dejar que la política la hiciesen los de arriba.

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Putin ha revalidado el cargo al que volvió en 2012. En aquel año de su regreso al Kremlin afloraron algunas decepciones. La clase media urbana, la que se había beneficiado más, se volvió contra él tomando las calles: querían cambios. Occidente también se portó mal: extendiendo la OTAN y sus misiles hasta lo que fueron los descampados de la URSS. "América se ha extralimitado más allá de sus fronteras nacionales y en todas las esferas", dijo en 2007 en la conferencia de seguridad de Munich.

Putin comprendió que las reglas de la democracia occidental estaban escritas en su contra: las mejoras económicas traen deseo de cambio y agitación al reforzar la sensación de seguridad y elevar las expectativas. Y la cooperación con Occidente tras traumas como el 11-S reforzaba el liderazgo de EU como gendarme de un planeta en el que Rusia también necesita más sitio del que físicamente ocupa en los mapas.

Putin se convirtió pronto en el líder más veterano en las cumbres. Tal vez el único que había estado 'de servicio' en la Guerra Fría. Putin monitoreaba a los extranjeros en Leningrado y en 1985 comenzó su trabajo en Dresde, Alemania. Regresó a Leningrado en 1990, para trabajar para el alcalde reformista de la ciudad. Aquella experiencia 'liberal' no salió bien: su mentor perdió las elecciones. La democracia y el capitalismo empezaron mal para Putin, que en aquel momento se planteó ponerse a trabajar de taxista. "El colapso de la Unión Soviética fue el gran desastre geopolítico del siglo", dijo en 2005, dirigiéndose a los diputados.

Putin no tiene smartphone ni cuenta en Twitter y casi no usa internet, pero ha hecho su concepción política con un cóctel de modernidad multipolar y nostalgia soviética. Una fórmula que se decidió a mover de la pizarra al campo de batalla cuando vio a Occidente dudar ante la crisis de Georgia en 2008 y la de Siria en 2011. Así se anexionó Crimea en 2014, sabiendo que no pasaría nada porque en el oeste las guerras salen muy caras electoralmente. Ahora Putin tiene seis años por delante para hacer lo contrario de lo que ha llevado a cabo estos años: tiene que dejar de ser la alternativa al caos y buscar una sucesión sin desorden que entronice su legado y su vejez. Para un hombre que aprendió a patinar con 60 años no parece una tarea imposible. Pero nadie imagina cómo lo hará.



regina


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