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México vive enclaustrado en un presente eterno


2018-03-30

Javier Lafuente, El País

México vive enclaustrado en un presente eterno. Sumido en un diagnóstico crónico de las fallas del sistema, este evidencia la necesidad de revocar las soluciones y dar un giro para no seguir abocado en una repetición incesante. El hartazgo y el desencanto con la clase política que se expande sin freno por el mundo conviven con males de antaño tan actuales: corrupción, impunidad, violencia… En el horizonte cercano, un escenario de catarsis electoral que agita de nuevo debates y la urgencia de que algo cambie.

Ante la cita del 1 de julio, en la que el país elegirá nuevo presidente y más de 3,000 cargos públicos, las publicaciones más recientes, sean ensayos, compilaciones, novelas o manifiestos, urgen a buscar una salida a la actual situación con la que encaminar el paso definitivo a la modernidad en todos sus ámbitos. Repensar el México que surgirá a partir del próximo verano se ha vuelto ineludible. “Nada de lo que tiene irritada a la gente tiene remedios fáciles o rápidos, y el hartazgo no incluye la paciencia. El antídoto más a la mano son las elecciones mismas”, opina el escritor y periodista Héctor Aguilar Camín, coordinador de una treintena de ensayos que, agrupados bajo el título de¿Y ahora qué? México ante el 2018 (Nexos, Debate y la Universidad de Guadalajara), aportan “el remedio y el trapito, como se suele decir en México: el diagnóstico y la enfermedad”. “Lo que tenemos que pensar con rigor es cómo transformar institucionalmente el país, cómo mejorarlo en todos los órdenes con cambios precisos”, ahonda el director de la revista Nexos.

El próximo julio, 14 millones de personas podrán votar por primera vez y uno de cada tres potenciales electores será menor de 29 años

En su texto, Aguilar Camín disecciona el panorama actual sin titubeos: “El país que irá a elecciones en 2018 es inferior al que soñaron estos años sus Gobiernos y sus ciudadanos y al que ambos hubieran podido construir equivocándose menos. La frustración y el desencanto de estos años han echado sobre nuestros problemas una mirada crítica que impide hacerse ilusiones y obliga a encontrar respuestas, porque el solo diagnóstico no alcanza: estamos también fatigados, aburridos si no hartos de diagnósticos sin salida, de denuncias sin consecuencias y de soluciones mágicas, demagógicas o providenciales”.

Los problemas son recurrentes. La corrupción, la impunidad, la violencia, la violación de los derechos humanos son asuntos que recorren las decenas de ensayos publicados en el último año; también las novelas: la devastadora Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor (Literatura Random House); el conjunto de relatos La superficie más honda, de Emiliano Monge (Literatura Random House), o la más reciente Una novela criminal, de Jorge Volpi (Alfaguara), en la que documenta la farsa del encarcelamiento de Florence Cassez, son apenas algunos ejemplos.

En ningún caso se vislumbra un horizonte alentador y, si este se atisba, siempre resulta brumoso. La particularidad, si acaso, reside en que lo que en muchos otros lugares se volvería un hiperbólico dictamen, en México se asume como una secuencia de adjetivos calificativos de la realidad actual. “Lo que más se ha visto últimamente es un México exaltado, irritado, encolerizado, convulsionado, que se siente engañado, agraviado, amenazado y perseguido”, escribe Juan Ramón de la Fuente en La sociedad dolida (Grijalbo), una radiografía del momento, que México comparte con el mundo. “No es tarea fácil examinar, con las luces de la razón, lo que está ocurriendo en el país. Pero parece que lo que predomina en la esfera pública son las sombras de un discurso mal construido, con justificaciones que no impactan porque no mitigan el daño”, prosigue el exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más grande de América Latina. De la Fuente, médico, advierte en su diagnóstico que “la política ya no es lo que fue. El problema es que el descontento social no se agota en una reflexión nostálgica. El malestar sale a la calle y se expresa de muchas maneras”. Con los consiguientes riesgos: “El peor escenario es, como siempre, despertar al México bronco y luego querer domarlo a garrotazos. Eso no funciona. La violencia no es creativa, es destructiva. Nada resuelve”.

El temor a que todo salte por los aires sacude casi los textos. Uno de los académicos más respetados de México, José Woldenberg, alerta de ello en un particular epistolario a una joven anónima, Cartas a una joven desencantada con la democracia (Sexto Piso). “Nuestra democracia es joven. Muy joven, diría yo. Tiene apenas 20 años y ya ha dejado un poderoso reguero de desencanto”, admite Woldenberg. “Ojalá ese malestar ‘en’ la democracia no se convierta en un malestar ‘con’ la democracia”.

Inspirado en Cartas a un joven disidente, de Christopher Hitchens, el libro es el resultado de un encuentro con su editor, Eduardo Rabasa, de 40 años, y una de las pocas obras que ponen el acento en una generación que siente la política como algo ajeno a su cotidianeidad, un fenómeno universal que en México se acentúa este año. El próximo julio, 14 millones de personas podrán votar por primera vez y uno de cada tres potenciales electores será menor de 29 años. Woldenberg, de 65 años, defiende ante estas generaciones la necesidad de reforzar el sistema actual, en tanto la no participación política se vuelve un acto político per se. “Contra aquellos que creen que entre Estado y sociedad civil existe una especie de juego de suma cero, es decir, que lo que gana uno lo pierde el otro, la verdad es que entre Estado democrático y sociedad civil (ciudadanía organizada) se da, en principio, un juego de mutuo fortalecimiento: para que exista una sociedad civil fuerte y expresiva se requiere un Estado democrático asentado, y éste será más dinámico si se despliega en un contexto de exigencia marcado por una robusta sociedad civil”.

“Tener un Estado débil es una de las razones por las que las élites viven tan bien en México. Esa debilidad les permite hacer lo que quieren, ya que permite comprarlo todo, o casi todo", opina el politólogo Carlos Elizondo

Ante la carencia de alternativas, imaginación. Inventar lo posible es la premisa de Manifiestos mexicanos contemporáneos (Taurus), en la que decenas de creadores de diversas disciplinas –narradores, poetas, artistas, periodistas, activistas, ­chefs— fabulan creativamente, a través de una serie de proyectos compilados por Luciano Concheiro, un futuro colectivo.

Esa urgencia por un parteaguas que plantean los manifiestos se ve reflejada también en otros ensayos, como Pensar México (Taurus). En él, Maruan Soto Antaki cuestiona a un país que se ha dado tantas soluciones a sí mismo. Un debate que se debe extender por encima de la coyuntura electoral. “Hace falta revisar las cosas fuera de sus síntomas”, considera el autor, que destaca, entre esos, la corrupción. “¿Es razón o consecuencia?”, plantea. “¿Repensamos esos fundamentos o seguimos, como hasta ahora en muchos de los libros de los que hablábamos, dando soluciones amparadas en el convencimiento de la razón propia? Al entrar al ejercicio del solucionólogo, arriesgamos a descansar en lo meramente pragmático. No. Equilibremos dando un paso atrás y combinemos con eso que parece ocioso, casi filosófico: mientras no acortemos la inmensa inequidad de este país, no podremos hablar de futuros compartidos. Entonces tampoco de ciudadanos iguales. Si la inequidad no es nuestra principal preocupación, estamos siendo unos verdaderos irresponsables”, opina Soto, para quien México carece de espacios de discusión que incomoden. “Aquí los que más hemos fallado al país somos las élites. No solo las políticas o financieras, también las periodísticas, académicas o culturales. Todas, que relativizamos nuestras responsabilidades al infinito”.

“Mientras no acortemos la inmensa inequidad, no podremos hablar de futuros compartidos ni de ciudadanos iguales”, dice Maruan Soto Antaki

Entre corrupción, impunidad y violencia, la desigualdad que lo permea todo y que complica cualquier cambio inmediato. En Los de adelante corren mucho (Debate) el politólogo Carlos Elizondo Mayer-Serra traza una radiografía de los privilegios de las élites en América Latina, con claro aterrizaje para su país. “En México, el poder político ha sido un mecanismo para hacerse rico. Esto no sólo es ilegal e inmoral, sino que hace al gobernante menos capaz para atender los asuntos públicos a su cargo”, escribe Elizondo. “Tener un Estado débil es una de las razones por las que las élites viven tan bien en México y en otros países de la región. Esa debilidad les permite hacer prácticamente lo que quieren. Una de las cosas que más quieren es mantener ese Estado débil, ya que permite comprarlo todo, o casi todo”.

Dibujar un horizonte meridianamente claro se ha vuelto imperioso aunque para muchos resulte quimérico. “Hay que dibujar con claridad el futuro posible, volverlo un lugar no solo deseable, sino alcanzable, práctico y utópico a la vez”, sostiene Aguilar Camín. O añadir, como recuerda Woldenberg en una de sus cartas, lo que escribía Jorge Ibargüengoitia en 1976: “Para percibir cambios con claridad, no hay como alejarse por un tiempo y después regresar



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