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Reglas, bienes y discernimiento
Por: P. Fernando Pascual, L.C.
Encontramos continuamente reglas, normas, leyes, mandatos, que configuran el modo de actuar, y que tienen niveles de importancia menor o mayor. No es lo mismo evitar ruidos al limpiarse la nariz que respetar el rojo del semáforo. Las reglas, en sus distintos niveles, tienen sentido cuando están elaboradas correctamente, cuando sirven para evitar males o peligros, cuando promueven bienes o mejoras en las personas y en las sociedades. Por eso, una regla o ley sería dañina si ordena algo injusto. Por ejemplo, las leyes que imponen una segregación racial en la vida pública. O las normas que impiden a una tienda poner letreros en un idioma usado por una importante minoría. A la hora de actuar, en ocasiones experimentamos ciertos conflictos. Si uno no aparca en doble fila, y no existe otra opción, el hijo que tiene una hemorragia puede agravarse y entrar en el hospital con graves daños. Por eso, en muchos pueblos existe una sana condena del "legalismo" frío, porque ese legalismo, en vez de promover el bien, lleva a situaciones ridículas, como la de multar a unos bomberos por haber aparcado en un lugar prohibido mientras apagaban un incendio... El mundo antiguo, con Aristóteles, y el mundo medieval, con santo Tomás, entre otros autores, explicaron la importancia de un maduro discernimiento para encontrar cuándo el respeto de una regla promueve el bien y cuándo tal respeto podría ser dañino al impedir otro bien de mayor importancia. Enseñar lo anterior nos apartará del legalismo malsano y nos impulsará a vivir con prudencia y sensatez en la vida cotidiana. Porque a veces uno puede aplazar una cita "transgrediendo" la palabra dada si ha descubierto que es mejor visitar a un familiar enfermo en ese mismo horario...
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