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Narcotraficantes de Río, inmutables ante la presencia militar, esperan a que pase la ocupación


2018-04-24

Por Brad Brooks

RÍO DE JANEIRO (Reuters) - Líderes de bandas de narcotraficantes fuertemente armadas de Río de Janeiro están de acuerdo en al menos una cosa con el jefe del Ejército de Brasil: la intervención militar en curso no puede resolver el creciente crimen y ni la violencia que está sacudiendo la metrópoli de la costa de Brasil.

“¿Romperá el Ejército este ciclo de violencia?”, se preguntó un líder del Comando Vermelho, la banda de narcotraficantes más poderosa de Río, en una reciente noche de trabajo, mientras sus subordinados pesaban marihuana y cocaína en una balanza digital en la favela desde la que operan. “De ninguna manera”.

Los comentarios, durante una inusual visita de Reuters a líderes de las dos pandillas de narcotraficantes más influyentes de Río, los hizo dos meses después de que el presidente Michel Temer desplegó 30,000 soldados con el argumento de que el crimen organizado “se había apoderado de Río de Janeiro”.

Los líderes de las pandillas se reconocen como criminales, a quienes la policía busca por su papel en la violencia relacionada con las drogas.

Su punto de vista, que Reuters reporteó en un esfuerzo por comprender ambos lados del conflicto en Río, muestra a organizaciones que no se disculpan por sus actividades criminales, pero que probablemente no atacarán a un ejército que consideran, en el peor de los casos, como un inconveniente pasajero.

“Nada cambiará”, dijo un líder del Terceiro Comando Puro, la segunda pandilla más poderosa de Río y archirrival del Comando Vermelho. Explicó que se mantendría menos visible durante la intervención militar, pero que sus soldados seguirán vendiendo drogas.

“Regresaré a trabajar cuando se vayan”, agregó.

Dos meses después del despliegue del Ejército por 10 meses, el área metropolitana de más de 12 millones de personas está más tensa que antes, dividida por el reciente asesinato de una importante concejal y, días más tarde, por la muerte de ocho jóvenes a manos de la policía en Rocinha, la barriada más grande de Río.

Los asesinatos se suman a un aumento de los homicidios tras la reciente recesión que golpeó a la economía de Brasil y al presupuesto de seguridad pública de Río. En solo tres años, en que la policía tuvo problemas de paga y de equipo, las muertes violentas aumentaron un 35 por ciento, según cifras del estado.

Si bien la violencia ha sido un problema de Río durante décadas, la tasa es el indicador que desespera a los cariocas. Antes de la recesión, muchos pensaban que la ciudad finalmente había dado vuelta a la página, en pleno auge del petróleo en sus costas y por el éxito los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol.

Hoy, incluso el jefe del Ejército, el general Eduardo Villas Boas, dice que Río no debe esperar una pronta solución a la violencia que enfrenta una policía sin los fondos suficientes contra bandas de narcotraficantes y milicias paramilitares que controlan grandes extensiones del área metropolitana.

En marzo, el primer mes completo de presencia del Ejército a cargo de la seguridad, se reportaron 191 muertes violentas dentro de los límites de la ciudad de Río, un aumento del 24 por ciento frente a febrero. Los muertes a manos de la policía aumentaron un 34 por ciento en el mismo período.

Si bien los militares trabajan para reestructurar la organización policial y erradicar focos de corrupción bien conocidos, las soluciones reales deben ser “a muy largo plazo”, precisó el general en un informe de marzo.

Los problemas de Río surgen de “décadas y décadas de abandono y de no satisfacer las necesidades básicas de la población”, agregó.

“SIN IMPACTO REAL”

Casi la quinta parte de la población de Río de Janeiro vive en favelas, barrios marginales donde muchos carecen de servicios básicos de agua, alcantarillado o recolección de basura. Las favelas son el hogar de millones de ciudadanos respetuosos de la ley, así como también -debido a la falta de presencia del Estado- de las bandas de narcotraficantes más poderosas de Río.

A pesar de su papel en el tráfico de drogas, que causa estragos en las comunidades y engendra sangrientas guerras territoriales, las pandillas han proporcionado autoridad donde el gobierno no lo ha hecho. Los pandilleros son tolerados e incluso bienvenidos por muchos residentes temerosos de lo que ven como policías de gatillo fácil.

Los tiroteos de marzo en Rocinha fueron una muestra de las contradicciones que a menudo rodean a las operaciones policiales en Río, muchas de las cuales nunca se investigan por completo. La policía dice que los jóvenes eran narcotraficantes, pero sus familias negaron cualquier conexión con las pandillas.

Reuters recientemente pasó tres días y noches en reductos del Comando Vermelho y, por separado, en los del Terceiro Comando Puro. Sus líderes, que hablaron bajo la condición de anonimato y de que no se mencionarían los lugares, discutieron sobre la intervención militar y la gran división social que de muchas maneras fomenta su poder, pero no hablaron de crímenes específicos o incidentes recientes.

Decenas de subordinados, armados con pistolas y rifles del estilo AR-15, vigilaban las calles alrededor de ambos escondites. No había cerca ni soldados, ni policía -que conservan la responsabilidad de patrullar las calles-, ni otras fuerzas del orden.

El líder del Comando Vermelho, quien comenzó hace tres décadas como vigilante de las pandillas cuando tenía 11 años, dijo que espera poca interferencia durante la intervención.

Los despliegues en 2014 y 2016, cuando los soldados reforzaron a las fuerzas policiales para el Mundial y los Juegos Olímpicos, apenas afectaron los negocios, recordó.

“Lo intentaron antes”, dijo. “No hubo un impacto real en la violencia ni en nuestra capacidad para funcionar”.

Ocurre en parte porque las pandillas, que a menudo tienen mejor armamento que la policía, provienen y son los gobernantes de facto de muchas de las aproximadamente 1,000 favelas de Río. No sólo controlan el tráfico de drogas, sino que tienen la autoridad, especialmente en momentos de conflicto, para ordenar el cierre de comercios y escuelas.

“Para atacarnos de verdad tendrían que convertir esto en una guerra urbana”, dijo el líder del Comando Vermelho. “Las pandillas, no importar cuál, son parte de la favela. Venimos de ella y nos fundimos con ella, somos parte del tejido ¿Cómo van a acabar con eso sin una matanza?”

“POR NUESTRA CUENTA”

El líder del Terceiro Comando Puro dijo a Reuters en una favela a unos 25 kilómetros de la del Comando Vermelho, que los despliegues previos dejaron en claro a las pandillas que, tras los frecuentes enfrentamientos armados con la policía, son combatientes más experimentados que las tropas.

Después de todo, el Ejército de Brasil no ha librado una guerra en casi 150 años.

“Los soldados son niños inexpertos que han visto menos combate que nosotros”, dijo. “En realidad no quieren venir a buscarnos”.

El Ejército de Brasil no respondió a las solicitudes de comentarios más que los que hizo el general.

Sin embargo, expertos en seguridad que no participaron en la intervención están de acuerdo con la evaluación de las pandillas. A lo sumo, dicen, el Ejército puede ayudar a las autoridades de Río a analizar los problemas de una fuerza policial conocida como corrupta, violenta e ineficaz.

“Lo mejor que puede salir de esto es que el Ejército ofrezca un diagnóstico completo de los desafíos”, dijo Paulo Storani, un excomandante de policía de Río que ahora trabaja como asesor de seguridad.

En las calles caóticas de las favelas donde operan las pandillas, los desafíos están a la vista. La basura se amontona en caminos llenos de hoyos, donde hay un estruendo de motores y bocinas de motocicletas que circulan entre los peatones.

En la barriada donde Reuters se reunió con el líder del Comando Vermelho, un grupo de niños, sin camisa y sin zapatos, jugaba a perseguirse con improvisadas pistolas talladas en espuma blanca.

A unos pocos kilómetros de distancia, unos adolescentes participaban de verdad. Algunos en motocicletas Kawasaki montadas a horcajadas, otros apoyadas en autos y con pistolas Glock de 9 milímetros enfundadas en sus caderas.

“Nos quedamos solos aquí”, dijo Flavia Rocha, de 26 años y madre de dos, quien administra una pequeña tienda de abarrotes cerca.

Rocha se lamenta de la calidad de la política en Río, una ciudad y un estado del mismo nombre donde cada gobernador electo en las últimas dos décadas ha sido condenado por corrupción, enfrenta cargos criminales o está bajo investigación.

“Y la gente se pregunta cómo los delincuentes llegaron a dominar estas áreas”, agregó.

En la medida en que las instituciones de Río se debilitaron, los líderes de las pandillas dijeron que sus facciones se habían fortalecido. No sólo pudieron recuperar el territorio que las fuerzas policiales habían ocupado antes de la recesión, ahora ya no están a la defensiva.

“Si la policía entra, somos más fuertes que antes y podemos combatirlos con aún más fuerza”, dijo el líder del Terceiro Comando Puro.



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