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La pelea contra la propaganda rusa: Lloyd
Por John Lloyd / Reuters
Como la mayoría de los rusos, culpó a las políticas liberales de Mikhail Gorbachev, el último líder de la Unión Soviética, por la mayor parte de la catástrofe. Pero Putin también vio a Occidente, especialmente a Estados Unidos, como incesante en su esfuerzo para destruir al país por el que él, como oficial de la KGB, había sido entrenado para venerar y servir. Decenas de millones de rusos que se habían mudado o habían nacido en Ucrania, los estados bálticos, Asia Central y el Cáucaso se encontraron como extranjeros en nuevos estados nacionales cuando cayó la URSS. En esos países usualmente eran vistos con hostilidad, como en los estados bálticos y Georgia. Putin consideró que su primera tarea era proteger al país y hacer lo posible para proteger a los rusos exiliados. A juzgar por sus estándares, le fue bastante bien en esas tareas. Él libró una guerra salvaje en la república caucásica de Chechenia para impedir su separación de Rusia, e instaló un dictador en el país. Barrió a un lado los intentos de los georgianos para recuperar su provincia norteña de Osetia del Sur e hizo que sus tropas llegaran casi hasta la capital, Tiflis, para mostrar que podían aplastar la independencia de Georgia, antes de retirarlas. Invadió la provincia ucraniana de Crimea, habitada principalmente por rusos, y la declaró parte de Rusia. Patrocinó, y todavía lo hace, a rebeldes principalmente rusos en Ucrania oriental en una guerra que continúa, drenando los recursos y la soberanía de Ucrania. Mientras, sus motivos para odiar a Occidente se han convertido en temas constantes de la propaganda rusa, tanto doméstica como extranjera. Occidente ha expandido la OTAN hasta las fronteras rusas, después de que prometió no hacerlo (en ese reclamo, Putin tiene medio punto). Occidente bombardeó Serbia, aliado histórico de Rusia (lo hizo: para evitar un derramamiento de sangre peor en Kosovo). Invadió Irak, bombardeó Libia. Respalda a Ucrania contra Rusia. Financia a ONGs e institutos occidentales (muchos de los cuales han sido designados “agentes extranjeros”) en Rusia, que supuestamente se oponen a su gobierno y buscan derrocarlo (Revelación: yo soy el presidente de una de esas ONG, designada “agente extranjero”). Esta es una hoja de acusaciones grande, y aún es mayor que eso. Justifica, en las mentes de Putin y de muchos rusos, las represalias. ¿Pero qué forma adquieren? En los últimos años se ha tornado claro que los rusos (y otros, como los chinos, típicamente más cautos y delicados) buscan convertirse en expertos en guerra híbrida, con una fuerte dependencia de internet y las redes sociales. En un evento en Londres la semana pasada, organizado por la revista mensual Prospect, uno de los jefes del espionaje británico e intelectual del mundo de la seguridad, Sir David Omand, habló de formas presentes y futuras de librar la guerra - advirtiendo que eran más difíciles de contrarrestar y peligrosas que durante la era de la Unión Soviética. Esto es debido a la naturaleza de internet, y las posibilidades de las redes sociales. Ambas habían sido publicitadas como benignas, capaces de abrir el mundo a la curiosidad humana en una forma sin precedentes, vinculando personas con personas y naciones con naciones. Bill Clinton, cuando era presidente, al elogiar el potencial de internet para cambiar al mundo, dijo que buscar frenarla era “como clavar gelatina en la pared”. Los chinos y los rusos tomaron nota de eso, y ambos tuvieron éxito en clavar la gelatina y volcarla contra los inventores. Aparte de sus efectos benignos, que expanden la mente, el mundo online -hemos aprendido- es la guarida de delincuentes, estafadores, pederastas, obsesionados repletos de odio, mentirosos y varios tipos de potencias, entre las cuales hay estados poderosos que la usan para sus propios fines, incluyendo librar un nuevo tipo de guerra. El problema subyacente es, como destacó Omand, que el modelo de negocios de internet somos nosotros. Nosotros, que usamos internet comúnmente sin entrenamiento ni cuidado, alegremente damos enormes cantidades de información a corporaciones, delincuentes y estados hostiles que luego la usan para dañarnos a nosotros, a nuestros países y nuestros hábitos democráticos. Un ejemplo: en mayo de 2017, cuando Emmanuel Macron se preparaba para enfrentar a Marine Le Pen del Frente Nacional en la última vuelta para la presidencia de Francia, un hackeo “masivo” de computadoras descargó muchos miles de correos electrónicos de su campaña en internet, vía WikiLeaks. Un experto en inteligencia cibernética, Vitali Kremez, dijo que eran consistentes con filtraciones organizadas por APT28, un grupo cercano al servicio de inteligencia militar rusa GRU - y comentó que la filtración apuntaba a “intentos más directos para influir en el resultado (de las elecciones)” (Rusia ha negado fuertemente cualquier vinculación). El grado, o posibilidad de otros ataques sobre gobiernos y elecciones - en Alemania y, en forma más famosa y aparentemente amplia, en Estados Unidos - siguen siendo investigados. También se sospecha de mensajes falsos de redes sociales destinados a lograr el resultado del Brexit en el referendo británico de 2016 sobre la membresía a la Unión Europea, nuevamente con los rusos en el cuadro. Ciaran Martin, jefe del Centro de Ciberseguridad Nacional de Reino Unido, dijo que en los 12 meses previos, hackers rusos habían tratado de atacar a las industrias británicas de energía, telecomunicaciones y medios. La primera ministra Theresa May, en un discurso, dijo que Rusia amenazaba “el orden internacional del que dependemos todos”. El comentario de May deja en claro la escala del problema. El hackeo de computadoras, alguna vez considerado un juego, ahora socava los fundamentos ya debilitados de nuestras democracias liberales. En manos de estados y organizaciones hostiles, se usa para propagar mentiras sobre gobiernos, temas políticos y partidos. Quita lo que es una condición necesaria para una ciudadanía democrática - la capacidad de decidir después de considerar la evidencia. Esto compromete profundamente al disfrute de internet, que aún persiste. Necesitamos protección contra semejante juego sucio - pero también necesitamos protegernos nosotros mismos, buscando educación, adoptando un adecuado escepticismo y comprendiendo lo que distingue a las noticias falsas y la propaganda de hechos y opiniones honestas.
regina |
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