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El nuevo desorden mundial


2018-05-12

Juan Luis Cebrián, El País

La denuncia por parte del presidente Trump del tratado de seguridad nuclear con Irán pone de relieve una vez más la debilidad institucional y el deterioro de los organismos multilaterales encargados de velar por el mantenimiento de la paz y la mejora de las relaciones entre los países. Aunque el presidente Macron y la canciller Merkel han reaccionado ofreciendo seguridades al régimen de Teherán respecto al cumplimiento por su parte de los términos del acuerdo, la ruptura unilateral de este por Estados Unidos sitúa al mundo en tal situación de riesgo que hubiera merecido una reacción más sólida por parte de la Unión Europea y el Consejo de Seguridad de la ONU. Se corre el riesgo de que el Tratado de No Proliferación no sea en adelante respetado, con la consiguiente amenaza de una nueva carrera internacional por la obtención del poder atómico. Además, la decisión de Trump afecta seriamente al equilibrio interno del régimen iraní, país clave para la estabilidad en Asia Central y Oriente Próximo. Cuestiones que afectan de lleno a la seguridad de los europeos, de manera especial en el sur del continente.

Las dificultades para elaborar y llevar a cabo una política de seguridad y defensa en Europa son coherentes con el deterioro institucional de la propia Unión, asediada por el crecimiento de los nacionalismos y movimientos xenófobos en buena parte de las naciones que la integran. El aumento del populismo y las manifestaciones contra el sistema en nuestras democracias tienen sus causas inmediatas en el destrozo generado por la crisis financiera mundial que estalló hace una década, el empobrecimiento de las clases medias con el consiguiente aumento de las desigualdades, y el quebranto del modelo tradicional de la sociedad del bienestar. La descomposición a la que asistimos se refleja en las cada vez más frecuentes crisis internas en los países miembros de la Unión (desde el Brexit hasta el descalabro y la desaparición de los partidos tradicionales en Francia, Italia y España), y es todo un síntoma de lo que ha dado en llamarse el malestar de la globalización, generador de un nuevo desorden mundial.

Al tiempo que los sistemas bipartidistas se ven contestados por doquier en la estructuración interna de los Parlamentos democráticos, los viejos imperios (Estados Unidos y Rusia) y los emergentes (China) encuentran enormes dificultades para organizar con coherencia y normalidad un marco de relaciones internacionales estable, perturbado como está, además, por la fragilidad europea. Diversos Estados de mediano y aun pequeño tamaño toman decisiones que afectan a la paz mundial, o a la de extensas áreas geopolíticas, sin ningún tipo de caución por parte de quienes todavía se creen los amos del planeta y están dispuestos a comportarse como tales. Arabia Saudí, el Irán de los ayatolás, la Turquía de Erdogan o el Israel de Netanyahu contribuyen, entre otros, a generar esa fragmentación del poder en un escenario en el que resplandece el creciente dominio de los mercados financieros sobre las decisiones políticas de los Gobiernos.

En tales circunstancias, el silencio y el pasmo de la Unión Europea frente a la frecuente vulneración de los derechos humanos en su propio territorio comienzan a ser preocupantes. Las generaciones que no vivieron la guerra ni la posguerra mundial, ni siquiera el Mayo del 68, se ven tan frustradas en sus expectativas como sorprendidas por el aparente éxito del capitalismo no democrático en China y los países de su entorno. En el seno de lo que fuera el anterior imperio soviético, la falta de tradiciones democráticas, la corrupción y el fanatismo ideológico, avivado por la irritación popular, están llevando a naciones como Hungría o Polonia a situaciones casi prefascistas mientras se observan tendencias autoritarias en algunos de sus vecinos. La vulneración de derechos fundamentales, los ataques y amenazas a la libertad de expresión, la persecución y exclusión de inmigrantes y refugiados que huyen de las hambrunas africanas o de la destrucción de sus países asolados por la guerra comienzan a ser señas de identidad en extensas áreas de la Unión. Mientras tanto, la OTAN se muestra más efectiva a la hora de reprimir la migración ilegal en el Mediterráneo que en su respuesta a los problemas creados por la anexión rusa de Crimea.

El atlantismo fue una prioridad para garantizar la paz en nuestro continente tras el cataclismo de la Guerra Mundial

Javier Solana, primer alto representante para la Política Exterior de la UE y uno de los iniciales negociadores del tratado con Irán, ahora roto por el histriónico presidente americano, declaraba recientemente su preocupación por la decisión de Trump, al tiempo que insistía en la necesidad de privilegiar las relaciones transatlánticas de Europa. El atlantismo fue una prioridad para garantizar la paz en nuestro continente tras el cataclismo de la Guerra Mundial y frente a la amenaza del expansionismo soviético. Sus bases y filosofía seguirán teniendo sentido en tanto en cuanto nuestros aliados de la otra orilla no identifiquen como enemigos de la democracia a todos aquellos que lo son únicamente de sus intereses particulares, y no les hostiguen innecesariamente. Ver al presidente de Estados Unidos envuelto en secretos trapicheos con la Rusia de Putin para lograr su victoria electoral y alinearse entusiasta ahora con el régimen despótico de Arabia Saudí son motivos serios de preocupación para cuantos crean en el futuro de la democracia representativa y la defensa de los derechos humanos. Valores ambos que son fundamentos esenciales del Tratado de la Unión.

Si es verdad, como ha dicho Angela Merkel, que Europa no puede confiar ya en Estados Unidos, nos encontramos ante una quiebra definitiva del orden mundial establecido tras la victoria aliada y del ejército ruso sobre el terror nazi. Cuestión añadida es averiguar si Europa puede confiar en sí misma y si será capaz de emprender las reformas ineludibles que garanticen la supervivencia de la Unión. Ya hay una hoja de ruta propuesta por el presidente francés. Ahora falta saber si los egoísmos nacionales y la mediocridad de los líderes políticos no acabarán frustrando el empeño.



JMRS


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