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Argentina 78, el fútbol como coartada de la dictadura


2018-06-12

Ezequiel Fernández Moores

 

“Los que creen que el deporte no tiene nada que ver con la política o no saben nada de deporte o no saben de política”, es una frase que hace tiempo me dijo Gerardo Caetano, exfutbolista y hoy destacado historiador uruguayo. Lo recuerdo porque la Argentina de hace algunos días estaba agitada por la negativa de la selección blanquiceleste a jugar en Jerusalén.

Fue el polémico escenario que eligió Israel y que Lionel Messi y sus compañeros consideraron riesgoso a menos de una semana de su debut en Rusia 2018. Es una Argentina que, además, celebra este junio los cuarenta años del Mundial 78. Fue su primera Copa del Mundo, pero la alegría quedó históricamente opacada porque fue ganada bajo la peor de sus dictaduras, que intentó ocultar asesinatos, desapariciones y torturas con los goles de Mario Alberto Kempes, héroe de la conquista.

La Copa del 78 fue también el primero de los siete Mundiales que cubrí como periodista. Tenía diecinueve años y era novel cronista de Noticias Argentinas (NA). La agencia era uno de los pocos medios de prensa en los cuales, en aquellos tiempos del horror, las Madres de Plaza de Mayo podían dejar sus comunicados que avisaban la masacre.

Yo no tenía militancia ni formación política. Vivía en una clase media que, recuerdo, celebró aliviada el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 liderado por el general Jorge Rafael Videla. Parecía un golpe más en la accidentada vida democrática del país, que en aquellas décadas siempre era interrumpida por el llamado “Partido Militar”. Pero la de Videla fue la dictadura más sangrienta de todas. Y llegó el Mundial.

Estuve en el estadio Monumental de River Plate el 1 de junio de 1978 cuando Videla, acompañado de autoridades eclesiásticas, declaró inaugurado “el Mundial de la paz”, como lo llamó en su discurso de apertura. A su lado también estaba el brasileño João Havelange, que quería que todo funcionara perfecto en su primer Mundial como presidente de la FIFA.

Más de setenta mil personas colmaban las tribunas. Algunos ya eran víctimas del horror, como el exfutbolista Claudio Morresi, que años después fue Secretario Nacional de Deportes durante el kirchnerismo. Su hermano Norberto, militante de 17 años de la Unión de Estudiantes Secundarios, estaba desaparecido desde 1976. Unos 1800 estudiantes secundarios hicieron coreografías bajo melodías militares.

La dictadura había decretado asueto. El periodista holandés Frits Jelle Barend eligió ir ese día a la Plaza de Mayo, ubicada a cuarenta cuadras del Monumental. Filmó a las Madres dando vueltas en círculo con pañuelos blancos en sus cabezas, desesperadas y pidiendo ayuda. Fueron las primeras imágenes que se conocieron en Europa sobre el drama.

Las Madres, igual que la mayor parte de la población, no sabían que muchos de sus hijos estaban secuestrados a solo setecientos metros del Monumental. La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) fue el principal centro de detención, tortura y muerte de la dictadura. En los alrededores de la ESMA y del Monumental, dos militantes se animaron aquel 1 de junio a repartir folletos denunciando el horror.

Se llamaban Rubén Alfredo Martínez y Celestino Omar Baztarrica. Sus nombres abren la lista de los cincuenta desaparecidos que hubo durante el mes del Mundial, nueve de ellos mujeres embarazadas, algunos de cuyos hijos aún siguen siendo buscados. Se incluyen en los treinta mil desaparecidos que reclaman históricamente los organismos de derechos humanos. Hoy, a cuarenta años, se publican nuevos libros y documentales que recuerdan la convivencia entre la fiesta y el horror. Ese “carnaval insensato”, como lo describió un poema del periodista Carlos Ferreira.

Cubrí el Mundial 78 con ojos bien abiertos, pero sin saber exactamente dónde había que mirar. Recuerdo inclusive una entrevista que le hice al atacante holandés Johnny Rep horas antes de la final contra Argentina. “Tenemos miedo de ganar”, me dijo Rep. Así inicié el artículo. Pero sin comprender, en realidad, a qué miedo aludía Rep. La selección dirigida por César Menotti ganó 3-1 esa final en tiempo extra. Los torturadores de la ESMA vieron el partido junto con los presos que usaban como mano de obra esclava. A algunos de ellos los sacaron inclusive a las calles dentro de un automóvil para demostrarles que nadie se preocupaba por ellos. Que el pueblo celebraba por fin una Copa del Mundo.

En un momento, con el auto sin poder avanzar un metro, en medio de la multitud, Graciela Daleo le pidió a sus captores abrir el techo descapotable del automóvil. Sintió que si gritaba que era una desaparecida nadie le prestaría atención. Me lo contó ella misma en un documental que trabajé para la televisión argentina en 2003 y que luego compró History Channel. Algunos que habían logrado escapar, como el filósofo Claudio Tamburrini, exarquero del club Almagro, aprovecharon la fiesta para salir del encierro y mezclarse entre la gente.

La primera investigación la hice en 1982, apenas regresé del Mundial de España, junto con compañeros de la agencia Diarios y Noticias (DyN). Establecimos que los gastos económicos del Mundial 78 casi cuadruplicaban a los de la Copa de España 82. Ese mismo año trabajé en otro documental para una radio sobre cómo vivieron el Mundial las víctimas de la represión. Con los años, ampliando un poco la mira, cambié mi enojo inicial sobre cómo fue posible que se jugara ese campeonato en medio del horror. Entrevisté a jugadores peruanos que recibieron en el vestuario la visita inesperada de Videla junto con Henry Kissinger antes de su derrota sospechada de 6-0 ante Argentina, que se clasificó a la final por mejor diferencia de gol.

“La dictadura supuso que el triunfo deportivo le daría gloria eterna”.

Y hablé también con víctimas que, aún con capuchas y grilletes, recordaron su grito de gol en la prisión como un inolvidable segundo de libertad. Me conmoví cuando Osvaldo Ardiles, acaso el jugador más lúcido del equipo, me contó que, con el tiempo, él se preguntó siempre sobre las consecuencias de cada gol de la selección. Por un lado, me dijo, sintió que ese gol aflojaba acaso la furia del torturador. Pero, simultáneamente, ese mismo gol podía servir también para alargar la dictadura.

Imposible saberlo en aquellos días. Tras la conquista del 78, la dictadura supuso que el triunfo deportivo le daría gloria eterna. Videla, que se creyó dueño de la pelota y en ese entonces recibía elogios de la prensa, murió en 2013 cumpliendo su condena de prisión perpetua y Argentina volvió a coronarse en México 86, cuando algunos confundieron la Mano de Dios de Diego Maradona contra Inglaterra con casi una revancha de la Guerra de Malvinas.

Me impresionó en la Copa del 98 ver al presidente francés Jacques Chirac, a poco metros de donde yo estaba, casi pujando con el capitán Didier Deschamps para ganarle el centro de la escena en el palco del triunfo. Y escuchar en la última Copa de Brasil 2014 a casi todo un estadio lanzar insultos homofóbicos contra la presidenta Dilma Rousseff.

Vladimir Putin no será el primero ni el último político que, tal vez, busque sacar provecho del Mundial que comenzará el jueves próximo en Moscú. Pero la historia ya ha demostrado que los réditos, si los hay, tienen fecha de vencimiento.



Jamileth


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