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El choque de civilizaciones entre Donald Trump y Europa
PABLO PARDO | El Mundo
"Huntington no pensaba que Occidente iba a iniciar su propio Choque de Civilizaciones". Matthias Matthijs, profesor de Economía Política de la Universidad Johns Hopkins, resume en esa frase la gran paradoja del viaje de Donald Trump a la cumbre de la OTAN de Bruselas el miércoles y el jueves. Matthijs se refiere al controvertido artículo 'El Choque de Civilizaciones', que fue publicado por el no menos polémico profesor de Harvard Samuel Huntington hace justo 25 años, en julio de 1993, en la revista 'Foreign Affairs'. Huntigton predijo un mundo dividido en grandes civilizaciones que competirían unas con otras, y, en particular, en una lucha épica entre el mundo islámico, apoyado por China, y Occidente. Lo que no pensó es que Occidente y el mundo musulmán iban a deshacerse en luchas internas, que en el segundo de los casos iban a alcanzar las dimensiones de una guerra civil religiosa en gran parte de Oriente Medio, desde Siria hasta Yemen, pasando por Irán, el Magreb, Asia Central, y África Occidental. En Occidente las cosas no son tan dramáticas. Pero. Aun así, la cumbre de Bruselas puede ser lo que Matthijs no descarta que sea "el inicio de una crisis de seguridad transatlántica". El detonante: Estados Unidos paga el 72% del presupuesto de la OTAN, y Donald Trump quiere reducir su aportación. Pero hay un problema subyacente: el presidente de EU tiene una admiración absoluta por Vladimir Putin, el presidente de Rusia, el país que es el enemigo tradicional de la Alianza Atlántica. El 72% del gasto de la OTAN que asume Washington suena a mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que el otro 28% se lo reparten 27 países europeos y Canadá. Aunque, si se desmenuzan las cifras, el desequilibrio es menor, porque Estados Unidos supone el 53% del PIB de la Alianza Atlántica. Gastar el 72% cuando se es el 53% no es una barbaridad tan enorme como Trump insistió en explicar en un mitin en Montana el jueves, cuando dijo que "nosotros somos los tontos que pagamos toda esa cosa", en referencia a la OTAN, y, con su característica cara dura, elevó la cuota estadounidense a entre el 70% y el 90%. Pero no sólo Trump es inflexible. La mayoría de los líderes europeos -desde Angela Merkel hasta Pedro Sánchez- han dicho que no van a incrementar su presupuesto militar. El bloqueo, así pues, es total. Trump, incluso, ha tratado de dinamitar a la Europa que conocemos en varias ocasiones, como cuando propuso en abril a su homólogo francés, Emmanuel Macron, que sacara a su país de la UE y del euro y firmara un acuerdo comercial con EU. Es una idea que no sólo es una locura -si Francia saliera del euro, probablemente suspendería pagos y sumiría al mundo en una depresión mundial-, sino que dinamita los cimientos de siete décadas de tradición en política exterior estadounidense: una Europa fuerte y unida. Y, sin embargo, la idea del Choque de Civilizaciones sigue siendo popular. Cuando el año pasado, en Polonia, Trump dijo que "nuestra civilización prevalecerá" estaba siguiendo las ideas de Huntington. Acaso sea porque la idea de la guerra entre las civilizaciones es muy vieja. El filósofo de la Historia Oswald Spengler tuvo un impacto considerable en la posguerra de la Primera Guerra Mundial con su libro 'La decadencia de Occidente', basado en la idea de que las civilizaciones son como los seres vivos: nacen, crecen, entran en decadencia y desaparecen. Muy lejos de Spencer, el escritor existencialista francés Albert Camus ya definió la lucha de Argelia por la independencia en 1946 como "un choque de civilizaciones". Así pues, Huntington, planteó una teoría aparentemente muy seria, pero en el fondo muy, muy vieja. Y muy básica. Tan básica que raya en la frivolidad, como cuando afirma que "el mundo quedará definido en el futuro por la interacción entre siete u ocho grandes civilizaciones". Así: "siete u ocho". En esa taxonomía de rigor folklórico, unos cuantos cientos de millones de personas en África quedan "posiblemente" dentro de una civilización. Es lo que tiene mirar al mundo desde un despacho en Harvard. Igual que el declive de Occidente de Spengler encajaba en la Alemania derrotada, al borde de la guerra civil y en hiperinflación que siguió a la Primera Guerra Mundial, la simplicidad de Huntington venía muy a mano en 1993. Las presuntas "fronteras" entre civilizaciones -los Balcanes, el Norte de África, el Cáucaso, México, Asia Central- estaban en guerra o en medio de inestabilidad política y social. El final de la Guerra Fría había hecho innecesario que los grupos que competían por el poder tuvieran que utilizar las ideologías dominantes -marxismo soviético, maoísmo chino, liberalismo occidental- como hoja de parra para tapar las vergüenzas de lo que no era más que competición por el poder. Hablar de civilizaciones enfrentadas era fácil de entender. Y, además, la palabra "civilización" significa lo que uno quiera que signifique. Huntington estaba abriendo la puerta a lo que el islamista francés Olivier Roy explicaría en su libro de 2004 'Globalized Islam' "la sustitución del marxismo por el culturalismo" como fórmula universal para explicarlo todo. El hecho de que Huntington no fuera capaz de definir lo que es una civilización acaso explique la fractura entre EU y sus aliados que parece estar fraguándose, así como el 'romance' entre Donald Trump y Vladimir Putin. Como explica Gregorio Bettiza, profesor de la Universidad británica de Exeter, "hoy hay dos visiones de la civilización occidental: una, definida alrededor de valores económicos, políticos y sociales, y de índole universalista; la otra, definida alrededor de la cultura, la religión, y la tradición, y con fronteras mucho más claras. Rusia es a menudo vista como un antagonista desde el punto de vista de la primera de esas concepciones, que podemos llamar 'liberal', mientras que para muchos es el custodio y defensor de la segunda concepción, que puede definirse como 'cristiana'". ¿Justifica eso la identificación de parte de los conservadores occidentales con la Rusia de Vladimir Putin? Para Bettiza, la respuesta es sí. "Quienes suscriben el segundo tipo de civilización cristiana, y que incluye a muchos conservadores de Europa y EU, ven en Rusia al muro de defensa de los valores fundacionales de Occidente: familia, religión, orden, y estabilidad contra el presunto caos, secularismo, inmoralidad, y materialismo liberales". Las civilizaciones no se han puesto a combatir unas contra otras, sino internamente. Al menos, las dos a las que Huntington daba más importancia: la islámica y la occidental. Ni siquiera las élites están unidas, en lo que, al menos, permitiría una explicación en términos de lucha de clases, o de desposeídos contra oligarcas. En EU hay multimillonarios pro-Trump (Sheldon Adelson, la familia Mercer, los hermanos David y Charles Koch) y anti-Trump (Michael Bloomberg, George Soros, Jeff Bezos). Y, por mucho que a los europeos les guste echar la culpa de todo al presidente estadounidense, no hay que olvidar que, como declara Matthijs, "ninguno de los problemas de la UE ha sido creado por Estados Unidos, ni empeorado por Estados Unidos". La parálisis de la unión bancaria, de las políticas inmigratoria y exterior de la UE son, pura y exclusivamente, hechas en Europa, del mismo modo que las desigualdades sociales y el aumento de la pobreza en EU no son culpa de los extranjeros o inmigrantes, y la guerra fratricida entre musulmanes en Oriente Medio, Asia Central, el Cuerno de África, el Magreb, y África Occidental, no tiene nada que ver con Israel ni con Occidente. Un cuarto de siglo después del Choque de las Civilizaciones, el Choque es dentro de las civilizaciones. Jamileth |
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