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Organicemos otro mundo
Víctor Corcoba Herrero No me gusta este mundo que aparta, desune, confina y clausura. Cualquiera de nosotros podemos ser víctima de esta deshumanización sin precedentes. Los migrantes nunca deben ser considerados criminales. De igual modo, las personas indigentes no se merecen nuestra indiferencia. No estamos aquí para alejarnos, sino para reencontrarnos unos con otros, para injertarnos aliento y sustento, con toda sencillez y humildad. Me niego a concebir este círculo de soledad generado, en parte, por el pedestal de los acaudalados. Nuestro objetivo ha de ser muy distinto al de aquellos que atesoran pertenencias como objetivo de vida, debe ser de desprendimiento, de mano tendida, de consideración y afecto hacia los que menos tienen. Esto es fácil escribirlo. Lo sé. Nos han visionado y adoctrinado hacia una vida que excluye y esto, indudablemente, cuesta superarlo. Olvidamos que en esta vida todo es nuestro, y esto implica preocupación por los semejantes a nosotros y responsabilidad común de compartir. Al fin y al cabo, lo significativo es vivir con lo esencial, dejándose acariciar por esa mirada triste que tiene tras de sí su propia historia. En efecto, lo transcendental no es duplicar los gastos en defensa, sino la de adherirse a otra misión más de rectitud y clemencia, de comprensión y hermanamiento. Por otra parte, nadie me negará que seamos una generación que hablamos de paz continuamente; sin embargo, traficamos con armas como nunca, y hacemos el mayor negocio con ellas. Son estas incongruencias, precisamente, las que tenemos que cambiar. Con razón, el colmo de todas las maldades germina de la hipocresía. Naturalmente, somos fanáticos de ese mundo fingidor que es el que deberíamos rescatar, más pronto que tarde. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a decir una cosa, pero a hacer otra muy distinta. Y esto lo digo sin el menor asomo de revancha. Nos gobiernan las actitudes cínicas que todo lo contaminan y corrompen. La corrupción nos demuele como habitantes de bien. Además, andamos saciados de proclamas de los derechos humanos, pero tienen bien poca consideración para aquellos líderes que los pisotean a diario, que cierran las puertas fronterizas sin solidaridad internacional alguna. Predicamos de los jóvenes y de nuestro propio futuro y hacemos nada por enfrentarnos a las desigualdades en el mercado laboral. Es cierto que la educación y la formación son cruciales para conseguir un puesto de trabajo decente, pero luego los sistemas existentes no responden a las necesidades de aprendizaje de una gran cantidad de chavales. Efectivamente, lluvia de falsedades es lo que prolifera. Lo auténtico lo hemos desvirtuado y nada es lo que parece. Esto es una desgracia, como lo es la ausencia de libertades. Las personas requieren como primer valor, volar y poder pensar, hablar sin doblez. Únicamente de este modo podremos conciliar posturas, aproximar entendimiento, conjugar emociones y reconducir simpatías. Por eso, los mejores líderes del mundo son: el poético decir (la verdad siempre), el poético donar (siempre el amor) y el poético dirimir (armonizar siempre). Quizás, entonces, el cielo esté en nosotros. Jamileth |
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