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Lo que Trump dijo en Helsinski, pero no debía decir


2018-07-19

Mark Landler, The New York Times

 


“Ningún presidente anterior se había humillado de manera tan lamentable ante un tirano”.

John McCain, senador estadounidense


El presidente Donald Trump, quien desafía alegremente las normas del comportamiento presidencial, hizo algo el 16 de julio que ninguno de sus predecesores había hecho jamás: aceptó la explicación de un gobernante extranjero hostil sobre los hallazgos de sus propias agencias de inteligencia.

La declaración de Trump en Helsinki, Finlandia, de que no veía razón para no creerle al presidente Vladimir Putin cuando dijo que los rusos no intentaron influenciar en la elección de 2016 fue bastante extraordinaria. Pero solo fue una de varias declaraciones que ningún otro presidente había dicho en el extranjero.

Desaprobó la investigación del Departamento de Justicia sobre los supuestos vínculos de su campaña con Rusia calificándola como “un desastre para nuestro país”. Sugirió que el FBI manejó deliberadamente mal su investigación sobre el hackeo de Rusia al Comité Nacional Demócrata. Además, tachó a un agente del FBI que testificó ante el Congreso sobre esa investigación como “una desgracia para nuestro país”.

En el estilo disruptivo, ígneo y cismático de Trump, sus afirmaciones durante la conferencia de prensa con Putin marcaron un nuevo hito, el equivalente en política exterior a lo sucedido en Charlottesville, Virginia.

De la misma manera en la que Trump rompió con las tradiciones más arraigadas de la presidencia estadounidense al equiparar a los supremacistas blancos con los activistas que los combatieron el verano pasado en Virginia, destruyó en Finlandia todas las convenciones sobre cómo debe comportarse un presidente estadounidense en el extranjero.

En vez de defender a Estados Unidos de quienes puedan amenazarlo, atacó a sus propios ciudadanos e instituciones. En vez de desafiar a Putin, un adversario con antecedentes bien documentados de irregularidades contra Estados Unidos, lo elogió sin reservas.

Sus declaraciones estaban tan distanciadas de los objetivos de las políticas estadunidenses, fueron tan opuestas al resto de su gobierno y son tan inexplicables en muchos niveles, que hicieron surgir una pregunta que desde hace tiempo ha eclipsado a Trump: ¿Rusia sabe algo sobre él?

Al parecer, el objetivo del presidente era pelear, morder y arañar para defender la legitimidad de su victoria en la elección de 2016. Mientras tanto, impugnó a las fuerzas del orden del país y socavó públicamente el consenso de sus agencias de inteligencia acerca de que Rusia interfirió en la campaña.

Cuando le preguntaron si usaría su conferencia de prensa con Putin para denunciar el comportamiento de Rusia, Trump reconoció que su propio director de inteligencia nacional, Dan Coats, y otros altos funcionarios le habían dicho que Rusia era culpable.

No obstante, el presidente declaró: “El presidente Putin me acaba de decir que no fue Rusia”. Y agregó: “Diré lo siguiente: no veo ninguna razón por la que debería serlo”.

Después lanzó una cascada de acusaciones acerca de Hillary Clinton y sus correos electrónicos perdidos, el FBI, el servidor no examinado del Comité Nacional Demócrata y el testimonio del agente del FBI, Peter Strzok. También ofreció una defensa desafiante de su “brillante” campaña presidencial, al recordarle a los reporteros el recuento del Colegio Electoral: 306-232.

Para las audiencias estadounidenses estas afirmaciones son conocidas porque suelen ser la base de un sinfín de tuits matutinos o de los arranques retóricos durante los mítines de “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grandioso”. Pero escuchar que Trump dijera estas cosas mientras estaba al lado del dirigente del país acusado de ejecutar esos ataques fue un espectáculo de una índole totalmente distinta.

“Ningún presidente anterior se había humillado de manera tan lamentable ante un tirano”, señaló mediante un comunicado el senador republicano de Arizona John McCain. “La conferencia de prensa de hoy en Helsinki fue una de las actuaciones más deplorables por parte de un presidente estadounidense en la historia”.

John O. Brennan, quien trabajó como director de la CIA durante el gobierno del presidente Barack Obama, tuiteó: “El desempeño de Trump en la conferencia de prensa en Helsinki excede el umbral de ‘grandes crímenes y fechorías’. Fue toda una traición”.

Incluso Coats contraatacó, al emitir un comunicado en el cual dice que las agencias de inteligencia se apegarían a su evaluación de “la interferencia rusa en las elecciones de 2016 y sus esfuerzos continuos y extendidos para socavar nuestra democracia”.

Como lo hizo después de que supremacistas blancos vencieron a sus oponentes en Charlottesville, Trump trató de encontrar una suerte de equivalencia moral en Helsinki.

“Creo que ambos países son responsables”, dijo, cuando le preguntaron si culpaba a Rusia de algo. “Creo que Estados Unidos ha sido insensato. Creo que todos lo hemos sido. Debimos haber tenido esta discusión hace mucho tiempo, francamente, antes de que yo llegara a la presidencia”.

Mientras que el mandatario atacó a todo tipo de enemigos nacionales, no dijo nada sobre la anexión de Crimea por parte de Rusia, su comportamiento predatorio respecto de Ucrania, su intervención sangrienta en Siria ni el supuesto envenenamiento de un exespía ruso en suelo británico.

El comportamiento de Trump fue tan desorientado que la tarea de intentar amortiguar los errores recayó en Putin —como si este reconociera el daño que los comentarios del presidente provocarían en Estados Unidos—.

Cuando un reportero preguntó si Trump se había opuesto a la anexión de Crimea en 2014, Putin respondió que, desde luego, el mandatario estadounidense se había opuesto. Trump guardó silencio.

Cuando otro reportero preguntó por qué Trump debía creer la negativa de Putin acerca de la interferencia rusa, el presidente ruso respondió: “¿De dónde sacaron la idea de que el presidente Trump confía en mí o yo confío en él? Él defiende los intereses de Estados Unidos y yo defiendo los de la Federación Rusa”.

Putin dejó claro que Trump era su favorito para ganar la elección. “Sí, así es”, dijo. “Sí, lo apoyé. Porque él habló de restablecer la relación entre Rusia y Estados Unidos”.

Sin embargo, sobre la que quizá fue la pregunta más inquietante de todas —si Rusia tenía material comprometedor del presidente— Putin no ayudó a Trump. En vez de simplemente responder que no, Putin dijo que estaba consciente de los rumores, pero que a él no se le había dicho que Trump había visitado Moscú como empresario privado. De cualquier forma, agregó, cientos de empresarios estadounidenses visitan Rusia cada año.

“¿Creen que intentamos recolectar material comprometedor de cada uno de ellos?”, preguntó Putin.



Jamileth


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