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Los riesgos del apresuramiento 


2018-07-24

Olga Pellicer | Proceso


Ya se apagaron los reflectores sobre la visita de alto nivel encabezada por el canciller de los Estados Unidos, Mike Pompeo. Su estancia fue muy corta, no más de cinco horas, pero las consecuencias fueron significativas. 

En primer lugar, el gobierno de Trump dejó claro que no es indiferente a lo que ocurre en el país fronterizo que forma parte del perímetro de seguridad de los Estados Unidos. Como exdirector de la CIA, Pompeo conoce muy bien los diversos mecanismos que desde hace años se utilizan para tener información y ejercer influencia sobre el gobierno mexicano. No necesita ser explícito para hacer sentir que Estados Unidos es un factor importante en el devenir de la vida política y económica de nuestro país; desde esa perspectiva, la visita misma fue el mensaje.

En segundo lugar, el encuentro con el presidente electo, durante el que hizo un reconocimiento a su histórico triunfo electoral, fortaleció la legitimidad interna de López Obrador y abrió aún más la puerta para que se apresuren los tiempos políticos y, a sólo dos semanas de su elección, AMLO haya comenzado a operar como presidente en funciones. 

Fue interesante advertir, tanto en la visita de Pompeo a Los Pinos como en el encuentro con Luis Videgaray en la cancillería, que existe la disposición de los actuales dirigentes en México no sólo de coordinarse con el equipo que tomará posesión el 1 de diciembre, sino de pasarle abiertamente la estafeta.

En el campo de la política exterior, durante el breve encuentro con Pompeo, López Obrador entregó un documento dirigido a Trump que, según información proporcionada a la prensa, contiene las bases para mejorar la relación. Marcelo Ebrard, virtual canciller del próximo gobierno, informó que las grandes líneas del documento se referían a comercio, desarrollo, migración y seguridad. Hay versiones poco precisas sobre cuándo se dará a conocer su contenido a la opinión pública mexicana; puede ser cuando acuse recibo Trump, o cuando dé una respuesta más elaborada. 

La enumeración de los ejes principales del documento, aunado a declaraciones hechas durante la campaña y en la conversación telefónica AMLO-Trump, permiten anotar que se trata de incorporar al diálogo con Estados Unidos el principio según el cual no hay solución posible al tema migratorio ni estabilidad y seguridad en México y Centroamérica si no hay cooperación para el desarrollo. Sin duda, es un señalamiento válido. El grado en que sea el punto de partida para solucionar, o siquiera aliviar, los numerosos conflictos que hoy afectan la relación entre los dos países es otra cosa. 

Una mirada sobre lo que ocurre al interior de Estados Unidos en estos momentos lleva a concluir que no se dan condiciones para dar a México el tipo de respuesta que sería deseable. De una parte, la política exterior de Trump, en particular sus relaciones con Rusia y los aliados europeos, se ha convertido en una manzana de la discordia que despierta incertidumbres y críticas severas, incluso dentro del Partido Republicano. De la otra, las elecciones intermedias de noviembre invitan a subordinar la política hacia México a los vaivenes de la clientela electoral de Trump, la cual es francamente antimexicana. 

Más allá de la respuesta que se pueda dar, o no, al documento enviado, otras declaraciones de Marcelo Ebrard despiertan interrogantes. Hay una tendencia a fijar, como eje principal de la relación con Estados Unidos, la acción a través de los numerosos consulados que México tiene en aquel país, en particular para la defensa de los trabajadores indocumentados. Es una defensa necesaria, pero sólo una parte de los múltiples frentes que México tiene que atender en su relación con el país del norte. ¿Cuáles, por ejemplo, serían los canales para conducir el diálogo sobre los migrantes centroamericanos y, en general, los temas de seguridad? 

 El otro motivo de inquietud es la ausencia, hasta ahora, de una visión más integral de los objetivos, recursos y responsabilidades que debe tener la cancillería mexicana. Es bien sabido que se trata de una cancillería pobre, si se le compara con los recursos de países similares a México, como es Brasil. Es también conocido que los gobiernos de los últimos tres sexenios han descuidado la redefinición del papel de México en el mundo a la luz de grandes transformaciones ocurridas en la economía y la política internacionales. El ejemplo más evidente de tal descuido es la pobreza de las relaciones políticas que México mantiene con Asia, en particular, aunque no únicamente, con China. 

La cancillería que hereda Ebrard requiere reformular objetivos y estrategias para posicionar a México en un periodo de importantes cambios internos y externos. Internamente, debe imaginar un andamiaje institucional que le permita ejercer las labores de coordinación de las instancias del Poder Ejecutivo que se ocupan de las relaciones con el exterior. Urge un gabinete de política exterior, aunque para establecerlo se debe conocer antes el escenario en que se moverá la administración pública en el gobierno de López Obrador. 

Externamente, tiene que remediar las omisiones de un largo periodo de poco interés en los asuntos mundiales que han dejado a México como un país marginado tanto en términos de regiones como de asuntos multilaterales. 

Todo lo anterior obliga a ampliar, no a reducir, áreas de trabajo y personal de la cancillería. Bienvenida la austeridad en la administración pública. Bienvenida la planeación que permita fijar objetivos y mecanismos de seguimiento en las áreas que se mantienen, así como en las que deban crearse para cumplir con objetivos irrenunciables. 

Reflexionar sobre los mejores rumbos para las relaciones exteriores del país es uno de los retos más importantes del equipo que acompaña a AMLO. Decisiones apresuradas cerrarían la oportunidad que ahora se abre para avanzar hacia un nuevo proyecto nacional.

Este análisis se publicó el 22 de julio de 2018 en la edición 2177 de la revista Proceso.
 



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