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Necesitamos un nuevo concepto de maternidad


2018-08-18

Diksha Basu, The New York Times

A las cuatro semanas de haber dado a luz, The Windfall, mi primera novela, llegó a las librerías de Estados Unidos. El proceso de darle vida a un libro parecía similar al nacimiento de un hijo: fue difícil, pasé noches sin dormir, fue un proceso largo pero, sobre todo, fue maravilloso.

Todo el mundo celebró mi novela y nadie mencionó los años de dificultades que pasaron durante su escritura. Ningún escritor me contactó para advertirme sobre el futuro. Mientras presentaba mi libro y cargaba a mi bebé, me ponía nerviosa pensar cómo haría para escribir el siguiente. Una ira silenciosa crecía en mi interior. Estaba preocupada porque había elegido la maternidad y mucha gente me hablaba de lo difícil que era.

En las semanas siguientes, mis amigas, que acababan de estrenarse como madres, y yo repetíamos estas advertencias mientras tomábamos café y yo regresaba a casa sumamente molesta. Encontraba consuelo en la ira porque me convertía oficialmente en madre y me permitía formar parte del discurso general que rodeaba mi reciente maternidad. Así es como debía sentirme, me lo habían advertido. El sentimiento alcanzó su punto álgido el Día de las Madres cuando observaba a mis amigas publicando fotografías de sus madres (en las que casi siempre la autora de la publicación se veía mejor) con los habituales agradecimientos por tanto sacrificio, valor y abnegación.

¿Por qué la maternidad tenía que representar un sacrificio tan grande cuando estaba haciendo lo que deseaba? ¿Por qué el discurso generalizado giraba en torno al sufrimiento?

La maternidad y la paternidad son una elección, como casarse, escribir un libro o elegir una ciudad que podamos llamar hogar y, al igual que todas esas decisiones, hay otras opciones que debemos excluir. Así que no queda claro por qué tomar esa decisión se ha convertido en sinónimo de sacrificio.

Este rol necesita una renovación conceptual urgente; la paternidad muy pocas veces recibe una compasión tan santurrona. No sorprende el hecho de que la mayoría de mis amigas hayan elegido no tener hijos y que las mujeres adopten el término “Sin niños”, como si estuvieran libres de alguna enfermedad. Todavía no nos pagan los permisos de maternidad, los servicios de cuidado infantil y de salud son costosos, el Estado no ayuda mucho, ¿y ahora nos decimos unas a otras que, de cualquier modo, la maternidad es bastante fea?

Es difícil describir la felicidad de la maternidad. No es tan “instagrameable” como una vida de vacaciones eternas, cielos azules, cocteles y repostería local en las calles empedradas de tierras lejanas, así que no queda registrada en encuestas, ni en conversaciones casuales. No se trata de una felicidad que pueda compartirse con tanta facilidad con el mundo o en las redes sociales.

En los restaurantes, cuando mi hija con sus dos dientes y medio, arruga su carita, yo miro alrededor para ver si alguien se dio cuenta y quedó cautivado. Nadie la vio y me molesta, aunque yo misma ignoro a otros bebés que están a mi alrededor. La felicidad y la diversión de la maternidad son tan personales, tan íntimas y tan egoístas, que no hay manera de explicárselas al mundo, en especial a nuestro pesado mundo actual de las redes sociales.

Jennifer Senior, autora de All Joy and No Fun: The Paradox of Modern Parenthood, asegura en una entrevista que el “sentimiento cuando escuchas la risa de tu hijo o cuando dice algo que es absolutamente extraño, reflexivo o sensible, no puede equipararse con reírse a todo pulmón, ver una película o pasar un rato muy agradable con un amigo. Es una categoría de experiencia diferente”.

Es una categoría diferente, que no puede compararse con tu vida previa a los hijos porque, una vez que eres padre, no hay punto de comparación.

Poco después del nacimiento de mi hija, fuimos de vacaciones a casa de mis padres al norte del estado de Nueva York. Ahí, en las montañas, rodeados de árboles y lejos del parloteo referente a la maternidad, descubrí que estaba disfrutando el momento. Es cierto, cuidar a mi bebé a pesar de estar de vacaciones era difícil, pero solo se trataba de mi nueva normalidad. Una noche, mientras escuchaba el silencio, me confesé a mí misma en secreto que estaba disfrutando el momento al máximo.

Esa noche decidí fijar las fechas límite para mi siguiente novela. Después de todo, siempre hay un pretexto para no escribir y un bebé era simplemente un pretexto más. En todo caso, ahora aprovecho mejor el tiempo porque es más fácil despertar y trabajar después de una noche sin dormir con un bebé, que después de una noche sin dormir por beber e irme de fiesta. Y, ciertamente, ya no tengo tiempo, ni ganas, de hacer esto último.

Aun así, cuando una amiga anunció su embarazo, le lancé una de las advertencias que me habían hecho a mí. Comencé a hablarle de las noches sin dormir y los brasieres de lactancia matapasiones, pero me detuve.

“Es superdivertido”, le dije.

“Eres la primera que me lo dice”, comentó.

Quizá debamos decirlo más a menudo entre nosotras. Si no se considerara una actividad tan sacrificada, quizá cada vez más mujeres se animarían a tener hijos. Si no nos dijeran que vamos a perder cada partícula de nuestro ser que tanto trabajo nos ha costado amar.

Quiero disfrutar este momento sin advertencias, sin el discurso de abnegación y sin notar este cambio en mi identidad. Quiero ser madre y escritora y un montón de cosas más, sin ninguna opinión respecto al orden de esas identidades.

En todo caso, hasta ahora ser madre es bastante disfrutable y autoindulgente. Tengo una hija en la que busco constantemente pedacitos de mi ser, y los encuentro; mejor aún: encuentro pedacitos de mi ser mejorados.

Tan feliz estoy que estoy haciendo todo de nuevo, y esta vez tengo planeado disfrutar la etapa del recién nacido sin importar lo que digan los demás… y mira que todo mundo tiene algo que decir acerca de tener dos hijos menores de dos años.

Y cuando, con el tiempo, mis hijos tengan sus propias redes sociales, me aseguraré de que elijan fotos mías donde yo luzca radiante y feliz, sin importar cómo se vean ellos, y no les permitiré hablar de mi abnegación y sacrificio.



JMRS


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