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La futilidad de perseguir a 'capos' de la caza ilegal


2018-09-27

Por RACHEL NUWER 

En 2003 los criminales emprendedores del sureste de Asia se dieron cuenta de que podían aprovecharse de una laguna jurídica en las leyes sudafricanas de caza con el fin de transportar cuernos de rinoceronte legalmente a través de fronteras internacionales. En general, la mayoría de los permisos sudafricanos de caza de rinocerontes son obtenidos por estadounidenses y europeos. Sin embargo, ese año, también diez “cazadores” vietnamitas discretamente los solicitaron.

A los cazadores se les permite transportar legalmente trofeos obtenidos a través de las fronteras bajo distintas leyes nacionales e internacionales. Cada uno de los cazadores vietnamitas regresó a casa con el cuerno, la cabeza o incluso el cuerpo entero de un rinoceronte, todos ya montados.

Se corrió la voz. Aunque Vietnam y otros países asiáticos no tienen un historial de caza deportiva importante, Sudáfrica no tardó en recibir un torrente de solicitudes de asiáticos, que a veces pagaron 85,000 dólares o más para cazar un solo rinoceronte blanco.

Eso marcó el inicio de una industria ilícita denominada seudocaza, un primer paso hacia la crisis de caza ilegal de rinocerontes que se está propagando actualmente. La historia de uno de sus principales practicantes revela lo que los criminales están dispuestos a hacer con el fin de transportar contrabando de fauna salvaje.

Nadie sabe exactamente cuántos cuernos de rinocerontes fueron enviados a Asia como supuestos trofeos de caza. Sudáfrica tiene registro de más de 650 trofeos de rinocerontes que salieron del país con destino a Vietnam entre 2003 y 2010, artículos con un valor de 200 a 300 millones de dólares en el mercado negro. No obstante, Vietnam tiene documentos correspondientes a solo una fracción de esa cantidad.

Para 2012, los investigadores sudafricanos habían identificado por lo menos cinco grupos criminales dirigidos por vietnamitas que aprovechan el vacío jurídico que posibilita la seudocaza. Chumlong Lemtongthai, un ciudadano tailandés, y su banda de prostitutas armadas fueron sin duda la más destacada de esas pandillas.

Para adquirir más permisos de caza, Lemtongthai contrató a más de una decena de mujeres para que se hicieran pasar por cazadoras. Las mujeres recibieron cerca de 550 dólares tan solo por entregar copias de sus pasaportes y tomar unas “vacaciones” breves con Lemtongthai y sus hombres en Sudáfrica.

Lemtongthai probablemente se habría salido con la suya si no hubiera sido por Johnny Olivier, su facilitador e intérprete en Sudáfrica. Olivier trabajaba para Lemtongthai y, después de la caza de más o menos cincuenta rinocerontes, comenzó a sentir remordimiento de conciencia.

“Estos no son trofeos ni mucho menos”, Olivier recordó haber pensado. “Esto se está convirtiendo en una masacre solo por dinero. Estos rinocerontes son el legado de mi nación”.

Olivier habló del comercio ilegal de Lemtongthai con un investigador privado, que comenzó a indagar. Al final, recopiló 222 páginas de evidencias.

Cuando el caso llegó a los tribunales en 2012, los fiscales sudafricanos describieron a Lemtongthai como la mente maestra tras “una de las más grandes operaciones en la historia de los crímenes contra el medioambiente”. Para sorpresa de Lemtongthai, y de muchos observadores, lo sentenciaron a cuarenta años en prisión.

Fue un castigo sin precedentes por su severidad, sobre todo en un país con una tasa baja de condenas por crímenes relacionados con la vida silvestre. De 317 arrestos vinculados con la caza ilegal de rinocerontes en 2015, por ejemplo, solo el 15 por ciento dio como resultado veredictos de culpabilidad.

Sin embargo, el tiempo que Lemtongthai permaneció en prisión fue mucho menor a los cuarenta años. En 2014, redujeron su condena a trece años en prisión, más una fianza de casi 78,000 dólares.

Además, este mes Sudáfrica le otorgó la liberación anticipada después de haber pasado solo seis años en la cárcel. En medio de una avalancha de críticas por parte de grupos de conservación y funcionarios de gobierno, rápidamente lo deportaron a Tailandia.

Entrevisté a Lemtongthai en el Centro Correccional Central de Pretoria una mañana soleada de domingo en octubre de 2016.

Los guardias me llevaron hasta una oficina austera donde lo encontré sentado en una banca cerca de la pared, con un uniforme naranja que tenía la palabra “Correccional” escrita en patrones circulares por todas partes. Llevaba anteojos con armazón delgado de metal que enmarcaban sus ojos oscuros y su cabello, alguna vez teñido de negro, estaba cortado al ras y cano, al igual que el vello corto alrededor de su barbilla y su labio superior.

Lemtongthai me dijo que era un empresario legítimo que reclutaba a turistas asiáticos para cazar en Sudáfrica. Relató haber tenido lo que, según creyó, eran permisos de caza legales, aun así la policía sudafricana lo arrestó por fraude y lo trasladaron a la cárcel después de firmar lo que pensó que era un acuerdo para pagar una multa.

Poco después, prácticamente estaba temblando, con los ojos bien abiertos y hablando con voz aguda.

“¡Mi abogado decirme mentiras! Traficante de rinocerontes ir a casa y yo ir a la cárcel cuarenta años!”.

Por la manera en que lo narró, parecía posible que Lemtongthai hubiera sido un chivo expiatorio de criminales más expertos que se aprovecharon de su ignorancia a fin de que les ayudara a sacar cuernos de rinoceronte del país.

De acuerdo con las autoridades y los defensores de la protección del medioambiente tailandeses y sudafricanos, el jefe de Lemtongthai era Vixay Keosavang, un habitante de Laos al que alguna vez llamaron el Pablo Escobar del tráfico de especies salvajes. Él ha negado su participación en el contrabando, y Lemtongthai me dijo que no había tenido contacto alguno con Keosavang después de su arresto.


El gran capo no importa

El caso de Lemtongthai ilustra uno de los obstáculos más profundos para frenar el comercio ilegal e internacional de vida silvestre: las redes descentralizadas en constante transformación a través de las cuales se transportan los productos obtenidos de la caza furtiva.

Sudáfrica reforzó sus reglas de caza deportiva después del arresto de Lemtongthai, y la seudocaza demostró ser un “apartado temporal” en la historia general del comercio ilegal de fauna salvaje, como lo dijo Ronald Orenstein, defensor de la preservación de las especies, en su libro Ivory, Horn and Blood.

El tráfico y la caza ilegal de animales silvestres ahora dominan el entorno. Sin embargo, muchos de los criminales aún son los mismos.

Una y otra vez, los socios de Lemtongthai y Keosavang de hace una década o más han aparecido en casos de tráfico de especies salvajes, entre ellos Bach “Boonchai” Mai, a quien la policía tailandesa arrestó este año.

No obstante, debido a la manera en que funcionan las redes del tráfico y caza ilegal, abatir a cualquiera de estos supuestos capos no detendrá el comercio ilegal.

Para obtener sus recompensas, los cazadores furtivos de rinocerontes —que a menudo son lugareños desesperadamente pobres que viven en la periferia de parques y reservas— tienden a operar de noche para pasar inadvertidos.

Una vez que están dentro del parque, generalmente esperan a que empiece a salir el sol para matar a un rinoceronte. Después, pueden aguardar a que un grupo bien organizado lo recoja o sepultar el cuerno para recuperarlo después. Otros simplemente corren a casa con el cuerno tan rápido como pueden.

Después de sacar del parque un cuerno —o colmillos, bolsas de huesos, cajas de escamas u otras partes animales de contrabando—, usualmente se transporta la mercancía mediante una cadena de “corredores” que la llevan a ciudades cada vez más grandes. En algún momento, es probable que participen empresarios asiáticos con sede en África. Los capos vietnamitas habitualmente se encargan de los cuernos de rinocerontes; los chinos, del marfil.

Una vez que el contrabando comienza su trayecto ilegal de comercio, la ruta a menudo es indirecta. Un cargamento de marfil con destino a China podría enviarse primero a España o Togo, o un pasajero que transporta un cuerno de rinoceronte quizá vuele a Dubái antes de dirigirse a Kuala Lumpur y después a Hong Kong.

Los capos de estas bandas de traficantes a menudo también tienen negocios legítimos e incluso bien conocidos.

Tim Wittig, científico ambientalista de la Universidad de Groninga en los Países Bajos, dijo que, entre los traficantes de especies silvestres, “los grandes criminales generalmente también son grandes empresarios”.

“Habitualmente, están involucrados en negocios relacionados con la logística —empresas de comercio o transportación, por ejemplo— o en otros basados en materias primas, por lo que les es fácil transportar artículos de un lado a otro”, explicó.

A estos individuos a veces se les llama capos, un término trillado, según los expertos.

“En algunos aspectos, ir tras un gran jefe no es más que un mito”, comentó Julian Rademeyer, líder de proyectos en Traffic, un grupo defensor de la preservación de las especies, y autor de Killing for Profit: Exposing the Illegal Rhino Horn Trade.

Una de las características más importantes de la caza ilegal y las redes de contrabando es su diversidad, de acuerdo con Vanda Felbab-Brown, experta en delitos internacionales del Instituto Brookings en Washington.

Aunque algunas redes están muy bien organizadas, otras están totalmente dispersas. Es posible que un contrabandista que trafica marfil desde un puerto africano no conozca al jefe local que supervisa la caza ilegal o al comerciante que termina vendiendo el contrabando en Asia.

En los cárteles encabezados por tan solo uno o pocos individuos, los vacíos que van dejando los arrestos se llenan con rapidez.

Por eso es que estas condenas, incluso las de alto perfil como la de Lemtongthai, generalmente no tienen un gran impacto para frenar el comercio ilegal, ya sea de especies salvajes, drogas o cualquier otro tipo de contrabando, señaló Felbab-Brown.

Cambiar esto depende en gran medida de transformar la manera en que el mundo aborda el comercio ilegal de vida silvestre.

John Sellar, exdirector de vigilancia del cumplimiento de la ley de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, ha argumentado que, más bien, debemos pensar en el contrabando de especies salvajes simplemente como un delito, no un tema de conservación del medioambiente.

Sin embargo, la mayoría de los encargados de combatir este tipo de crimen son defensores de la preservación de las especies, guardas forestales y administradores de la vida silvestre. Sellar y otros expertos argumentan que este trabajo debería asignarse a policías, detectives, expertos en lavado de dinero y tribunales.

Según los expertos, desintegrar las redes criminales descentralizadas de cazadores furtivos requerirá la construcción de nuevas redes de colaboración entre los que se oponen a la aniquilación de especies animales. Arrestar a unos cuantos “capos” por aquí y por allá jamás podrá sustituir eficazmente esa estrategia.

“Si el genio dentro de una lámpara fuera a concederme solo un deseo para combatir los delitos internacionales de la vida silvestre, pediría que todos trabajaran de manera más colaborativa”, ha escrito Sellar. “Estoy profundamente convencido de que lograríamos mayores avances en el combate del crimen internacional si tan solo pudiéramos organizarnos como se debe”.
 



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