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La emoción que desata una ola de mujeres


2018-11-08

Por Jill Filipovic\The New York Times

Enorme participación. Una cantidad récord de mujeres que contendieron y que ganaron, algunas de ellas en victorias apretadas en las que derrotaron a la persona en el cargo y convirtieron distritos republicanos en demócratas. Mikie Sherrill, quien habló durante la campaña sobre su etapa como pilota naval y madre de cuatro hijos, ganó en Nueva Jersey. Elaine Luria y Abigail Spanberger ganaron en Virginia. Lauren Underwood ganó en Illinois. En la carrera por la gubernatura de Kansas, Laura Kelly venció a Kris Kobach, uno de los principales responsables en Estados Unidos de la supresión de votantes —una estrategia usada para modificar el resultado de una elección a través de desalentar o impedir el voto de ciertos grupos de personas—.

Un número importante de mujeres negras se postularon este año y, aunque parece que Stacey Abrams no ganará en Georgia después una prolongada pelea no solo por los votantes sino también contra la supresión de votos, muchas de las candidatas ganaron. Algunas obtuvieron la victoria con equipos pequeños que tenían un personal compuesto en su mayoría por mujeres. Todas ellas lo hicieron con la energía de las votantes, muchas de las cuales dijeron sentirse fastidiadas por el presidente Trump y las acciones chauvinistas de la Casa Blanca y el Congreso, que están bajo el dominio masculino.

Ver a estas mujeres ganar ha sido como un bálsamo en una herida que supura desde hace dos años, mientras un presidente que basó su campaña en la misoginia y el racismo usó su plataforma para amplificar esa intolerancia. Esta fue una elección difícil y, a pesar de que los demócratas no lograron el control del Senado y muchos candidatos de alto perfil perdieron, las candidatas lo hicieron notablemente bien. Los números todavía son contabilizados, pero todo indica que por primera vez habrá más de cien mujeres en la Cámara de Representantes. Texas enviará a una mujer latina al Congreso por primera vez; de hecho, dos mujeres. La nación enviará a dos mujeres nativas estadounidenses al Congreso, también será la primera vez.

Es estimulante y notorio ver a tantas mujeres triunfar ante escasas posibilidades y es alentador ver a tantas tomar su lugar como “la primera” en la que nunca ha sido una democracia verdaderamente representativa.

Sin embargo, también estoy preocupada. Las mujeres están aquí y la expectativa es que hagan lo que a menudo hacen las mujeres: actuar como un equipo de limpieza.

Los resultados de la elección no fueron por completo el material de los sueños de las feministas de la ola rosa. Además de la posible derrota de Abrams, Claire McCaskill y Heidi Heitkamp no conservaron sus escaños en el Senado. Varios candidatos de alto perfil que gozan de un significativo apoyo femenino (y de labor femenina durante la campaña) también perdieron, incluidos, entre los más notables, Andrew Gillum y Beto O’Rourke. Las mujeres republicanas también lograron algunas victorias, por supuesto. Marsha Blackburn, cuya campaña se basó en su oposición al derecho al aborto y en infundir miedo racista, ganó en Tennessee. Kristi Noem ganó en la contienda y se convertirá en la próxima gobernadora de Dakota del Sur.

Para todas las personas que acudieron a votar para enviar el mensaje de que el presidente Trump no representa a lo mejor de Estados Unidos, muchos otros fieles simpatizantes de Trump enviaron el mensaje de que el presidente sí representa a su Estados Unidos: enojados sobre una nación más incluyente, nostálgicos por un pasado en el que los hombres blancos tenían un monopolio sobre el poder y el resto de nosotros sabíamos cuál era nuestro lugar.

Las mujeres progresistas que contendieron en 2018 —victoriosas o no— hicieron un reclamo a su país. Muchas de ellas lo hicieron en reacción al presidente Trump, muchas debido a un sentido de obligación para arreglar lo que claramente está descompuesto y muchas desde una postura de confianza recién adquirida, también perversamente fomentada por el presidente. La victoria de Trump “te demostró que cualquiera puede hacer esto”, me dijo el año pasado una joven republicana que estaba considerando contender para un cargo.

Las candidatas rompieron muchas de las viejas reglas de las campañas. Hablaron sobre sus familias. Amamantaron ante las cámaras en anuncios políticos. Fueron abiertamente competitivas.

Sin embargo, cuando asuman el cargo, enfrentarán un conjunto de expectativas diferentes de parte de nuestro presidente rompedor de reglas e incluso de sus colegas masculinos.

En el mundo de los negocios, los investigadores hablan sobre el acantilado de cristal: el hecho de que las mujeres son ascendidas a puestos de liderazgo en tiempos de crisis, lo que minimiza la probabilidad del éxito. Cuando muchas de esas mujeres fracasan en salvar un barco que alguien más hundió, terminan con la carga de la culpa.

Es un hecho positivo sin paralelo que tantas mujeres buscaran un cargo este año, así como que tantas mujeres trabajaron y fueron voluntarias en las campañas. Los encuestadores y los periodistas en todo Estados Unidos notaron la fuerza del entusiasmo demócrata femenino, y las casas de encuestas lo respaldan.

Los análisis sobre quién perdió y por qué casi con certeza tocará el tema de la identidad, al cuestionar si las candidatas se “enfocaron en la identidad” demasiado en virtud de reconocer que no son hombres blancos y que sus vidas, experiencias y prioridades son diferentes. La lectura simplista parece destinada a eclipsar enfoques más matizados sobre cómo el sexismo y el racismo dan forma a nuestras percepciones, preferencias y comportamientos. También ignora una maravillosa realidad: las mujeres hicieron la ola azul de los demócratas.

Si el análisis post mortem será sin duda duro contra las mujeres que perdieron, los próximos años no serán mucho más fáciles para las mujeres que ganaron. Existe una percepción de que necesitamos más lideresas no solo porque una democracia representativa es una democracia más justa, sino porque las mujeres podrían ser mejores en características que les faltan a nuestros actuales líderes: comunicación, colaboración, la capacidad de tranquilizarse antes de usar los dedos para tuitear y de restaurar un poco de integridad a la política. Hay la expectativa de que las mujeres demócratas electas el 6 de noviembre hagan un cambio verdadero y cumplan con lo que prometieron: combatir a Trump, ser defensoras de sus comunidades, hacer nuestras políticas nacionales tan representativas como nuestro país.

El problema es que realmente no les han dado las herramientas para hacerlo. Los republicanos mantienen el control del Senado. Tienen un líder en la Casa Blanca que dijo que hará lo que desee.

En la política y en los negocios, la investigación muestra que las mujeres son castigadas por ser vistas como ávidas de atención o que se intentan autopromover. Eso deja a las mujeres en la política sin una defensa crucial y una herramienta de negociación. Y más ojos estarán sobre las legisladoras, porque las minorías en cualquier habitación son inevitablemente más visibles. Entonces, las mujeres que ganaron la noche del martes enfrentan la monumental tarea de limpiar nuestro desorden actual, uno hecho en su mayor parte por hombres, sin recibir crédito por sus esfuerzos.

No obstante, la verdadera historia de esta elección no es lo que las mujeres han o no han hecho o qué harán y qué no harán; es otro escenario del largo baile entre el desastre y el progreso que ha animado ganancias en derechos civiles y derechos de las mujeres desde la fundación de nuestro país. La desastrosa y protoautoritaria presidencia de Donald Trump ocurrió porque un hombre negro ocupó el cargo antes que él y después una mujer contendió contra él; la presidencia de Trump también ha inspirado a muchas mujeres a buscar un cargo; su presidencia también es una crisis de tal magnitud que muchas mujeres ganaron. Estas victorias no funcionan como caminos directos y en raras ocasiones son absolutos.

Cuando asuman el cargo, nuestras legisladoras en ocasiones nos decepcionarán, de la misma manera en que lo hacen los varones. A veces serán sorprendentemente valientes, de la misma manera en que lo son los hombres. Muchas de ellas probablemente trabajarán más arduamente y pedirán menos reconocimiento que sus colegas, que no es algo que los hombres hagan con frecuencia. La realidad es que incluso con todas estas victorias femeninas, las mujeres todavía equivaldrán a menos de un cuarto de la Cámara de Representantes. Podemos ver este nuevo Congreso y ver a más mujeres y personas que no son blancas que marcan puntos en el panorama desde hace mucho monocromático y abrumadoramente blanco, en su mayoría rostros masculinos, y reconocer que el progreso ha llegado, aunque se vea frágil. Y podemos mirar esas mismas caras y ver todas las maneras en las que nuestros representantes estadounidenses no representan por completo todo lo que es Estados Unidos.



Jamileth


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