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Familiares de la tripulación del submarino San Juan exigen recuperar sus restos


2018-11-20

Por Daniel Politi, The New York Times

MAR DEL PLATA, Argentina — Después del anuncio de Argentina de que había sido encontrado el submarino de la armada que desapareció hace un año con 44 marinos a bordo, varios familiares de los miembros de la tripulación exigieron a las autoridades que hicieran todo lo posible para recuperar rápidamente sus restos.

Sus súplicas aumentaron la necesidad de tener éxito en una tarea que funcionarios de gobierno y expertos describieron como titánica. Dirigentes de la armada pidieron a los familiares ser pacientes mientras deciden los siguientes pasos a dar.

El gobierno también se esforzó en aplastar las expectativas de que se puedan recuperar el naufragio y los restos humanos desde las profundidades del océano.

“Argentina no tiene los medios técnicos para traer a la superficie el submarino y es poco probable que exista algo en el mundo que pueda traer desde 900 metros de profundidad una masa que pesa 2,300 toneladas”, dijo Óscar Aguad, ministro de Defensa, a Radio Mitre.

Si deciden intentar la hazaña, aseguran funcionarios y expertos, hará falta una planificación meticulosa para evitar más daño al submarino, el ARA San Juan. Eso podría afectar a la investigación sobre qué fue lo que condenó al submarino y a su tripulación.

Para las familias reunidas en Mar del Plata, la ciudad de la costa atlántica que era la base para el submarino, la exigencia por recuperar los cuerpos se ha convertido en el último grito de batalla en su frecuentemente tensa relación con los funcionarios navales.

Los familiares han acusado a las fuerzas armadas de no esforzarse lo suficiente para encontrar a sus seres queridos. En el periodo que siguió a la desaparición del submarino, también las culparon de ofrecer información incompleta o engañosa sobre el accidente.

Muchos creen que el submarino fue finalmente descubierto solo porque los familiares instalaron un campamento improvisado afuera del palacio presidencial durante 52 días hace unos meses. Eso provocó que el gobierno contratara a una compañía de Houston, Ocean Infinity, que localizó al submarino el 16 de noviembre después de una búsqueda internacional previa que resultó infructuosa.

Ahora las familias quieren los restos.

“No es algo que quiera, es algo que necesito”, dijo Yolanda Susana Mendiola, de 55 años, madre de Leandro Cisneros, de 28. “Necesito tener algo de mi hijo para poder vivir el duelo”.

Mendiola habló afuera del hotel donde unos setenta familiares permanecían el domingo. Muchos habían llegado el jueves para una ceremonia en conmemoración por el primer aniversario de la desaparición del submarino y decidieron quedarse después de las noticias del hallazgo.

El domingo, el vicealmirante José Luis Villán, jefe del Estado Mayor General de la Armada Argentina, fue al hotel para hablar con los familiares. Dijo que los siguientes pasos serían lentos y que cualquier decisión para intentar recuperar la nave sería tomada por el poder judicial que investiga el accidente.

“No lo dijo, pero dio a entender que deberíamos comenzar a pensar en dejar el hotel e irnos a casa”, dijo Daniel Esteban Polo, de 56 años, padre de uno de los miembros de la tripulación, Daniel Alejandro Polo. “Me voy a volver mañana. Necesito comenzar a vivir mi vida de nuevo”.

Otros familiares parecían menos preparados para seguir adelante y dijeron que el descubrimiento del submarino todavía no les daba la sensación de cierre que muchos habían esperado en su búsqueda de respuestas.

Juan Alberto Aramayo, de 60 años, cuyo hijo estaba en el submarino, ha permanecido en el hotel desde que llegó aquí hace un año, cuando la nave desapareció. Dijo que no estaba listo para irse.

“No me iré a ningún lado hasta que traigan el submarino a la orilla”, dijo Aramayo. “Sabemos que es posible, pero depende del gobierno decidir si quiere hacerlo”.

Mientras los familiares están convencidos de que es posible traer el submarino a la superficie y llevarlo a la costa, los expertos no están tan seguros.

“No existen muchos precedentes en el mundo de llevar a cabo una hazaña de esta magnitud”, dijo Fernando Morales, experto naval y vicepresidente de la Liga Naval Argentina. “Presupone una hazaña de ingeniería que, incluso si fuera posible, podría requerir de uno a dos años de preparación, e incluso de esa manera sería prohibitivamente caro”.

Aunque algunos han citado el ejemplo de un submarino ruso hundido, el Kursk, que fue traído con éxito a la superficie desde el lecho marino en 2001, la nave se encontraba a solo 116 metros de profundidad. El San Juan se ubica a 900.

Para Oliver Plunkett, director ejecutivo de Ocean Infinity, hay otros obstáculos. Incluso si el submarino pudiera ser traído a la costa, dijo, la nave podría no estar en la condición que los familiares imaginan. Además, podría no ofrecer información útil para la investigación.

“Podría ser técnicamente imposible elevarlo para que en tierra se vea exactamente igual a cómo se ve en el lecho marino”, dijo Plunkett, haciendo énfasis de que todavía era “demasiado pronto” para tener una respuesta definitiva.

Richard Bryant, un capitán y comandante de submarinos retirado de la armada estadounidense, dijo que los esfuerzos para recuperarlo a tales profundidades son complejos y dependen principalmente de vehículos operados de manera remota. Debido a la antigüedad y el estado de la mayor parte de la flota naval argentina, es probable que su gobierno solicite ayuda internacional.

“Tenemos importantes capacidades de salvamento”, dijo Bryant en referencia a la armada estadounidense. “Recuperamos todo, desde aviones derribados hasta naves hundidas”.

Aunque es poco probable que las naves no tripuladas sean capaces de traer a la superficie partes pesadas del submarino, pueden ser usadas para fijarles cables que pueden ser alzados por grandes barcos o barcazas, agregó.

La jueza federal que está a cargo de investigar la desaparición, Marta Yáñez, dijo a medios locales que esperaba recibir 67,000 imágenes del naufragio de parte de Ocean Infinity. Esas imágenes —junto con un informe final— es poco probable que lleguen antes de finales de mes, dijo Plunkett.

Para algunos familiares, traer el San Juan a la orilla sería la única manera de dar una conclusión a numerosas teorías de conspiración que han surgido desde la desaparición (incluido un relato sobre que los tripulantes habían sido tomados como prisioneros).

“¿Cómo sé que el submarino no está vacío?”, dijo Mendiola. “Sé que algunas personas dirán que estoy loca, pero realmente ya no sé a quién creerle”.

Expertos forenses afirman que mientras existan algunos restos, la identificación podría ser posible. Sin embargo, el estado de los cuerpos dependería de varios factores que hasta el momento siguen sin saberse.

Incluso sin los cuerpos, muchos familiares afirman que el descubrimiento del naufragio era lo que ellos necesitaban para aceptar que sus seres queridos no regresarán.

Por ejemplo, Margarita Ventícola, la esposa de Polo, se enojó al enterarse de que un familiar había incluido una fotografía de su hijo en un altar para Día de Muertos. Exigió que la fotografía de su hijo fuera retirada porque, insistió, él no estaba muerto.

No obstante, el próximo año, la familia afirma que incluirá una fotografía de su hijo en el altar junto a, como es tradición, su comida favorita: sopa de maní y carne y pastel de papa.

“También quiero que saquen a mi hijo del agua, pero al menos finalmente sé dónde está”, dijo Polo.

La tarde del domingo, un grupo de familiares bloquearon esporádicamente el tráfico afuera de la Base Naval en Mar del Plata como parte de una protesta. Leyeron en voz alta los nombres de los miembros de la tripulación.

Entre ellos estaba Andrea Mereles, de 38 años, cuyo esposo, Ricardo Gabriel Alfaro Rodríguez, estaba a bordo del submarino y quien habló sobre la gran responsabilidad que yace ante ella: decirle a su hijo de 8 años, Tiziano, que su padre ha muerto.

Tiziano ha estado convencido desde el año pasado que él volvería a casa.

“Dice que su padre es su mejor amigo”, mencionó ella, mientras se le quebraba la voz. “Tengo que decirle que su mejor amigo no volverá”.



JMRS


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