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El juicio al Chapo: el poder detrás del trono
Por DIEGO ENRIQUE OSORNO, The New York Times Si entras al mundo del narco puedes vivir muy bien, pero será solo por poco tiempo. Tu destino seguro será encierro eterno o entierro trágico. Y si eres un capo, para fugarte una o dos veces de una prisión de máxima seguridad te hará falta tener mucho dinero y buenos contactos en el gobierno. Pero ¿qué tipo de poder necesitas para llevar medio siglo en el negocio, seguir con vida y no haber pisado nunca una cárcel? Este es el caso de Ismael Zambada García: un humilde ranchero de Culiacán que nació el mismo año en que murió Al Capone y que en el siglo XXI se volvió de manera sigilosa el capo más antiguo y poderoso de México. Quizá por eso, en el arranque del llamado juicio del siglo contra su antiguo socio, Joaquín Guzmán Loera, el apodo que robó la atención de manera sorpresiva fue el del Mayo —como apodan a Zambada—, cuando el abogado del Chapo lo señaló de manera directa como el auténtico líder del Cártel de Sinaloa. La especulación de que detrás del Chapo —o del capo en turno— haya alguien o alguna instancia con mayor poder no es nueva. Además de ser una creencia popular, desde los noventa, investigadores serios del tema como Luis Astorga o Jean Francois Boyer, han expuesto la íntima colusión que existe en torno al narcotráfico, no solo entre criminales y autoridades mexicanas, sino también por parte de agencias estadounidenses como la DEA y la CIA, lo cual da como resultado la exaltación de ciertas figuras que son usadas como rostro visible de un intrincado sistema económico y político alrededor del comercio de las drogas prohibidas. Sin embargo, hasta ahora, el afán de anonimato de Zambada era tan legendario como la notoriedad de Guzmán Loera. Cuestión de estilos. Si antes de ser detenido, el Chapo dio su primera y única entrevista a las estrellas de Hollywood Kate del Castillo y Sean Penn, por el contrario, el Mayo pensó que era mejor idea tener la suya con el decano del periodismo en México, Julio Scherer, un reportero cabal que a sus 83 años de edad lo fue a encontrar en algún rincón entre las montañas de Sinaloa y Durango. Justo desde ese feudo, Zambada es señalado por dirigir un imperio con presencia lo mismo en Chicago que Cancún, Barcelona, Medellín, Ámsterdam, Tijuana, Panamá, Los Cabos, Tucson y Ciudad de México. Hijo del monte, como le gusta definirse, fue discípulo de Miguel Ángel Félix Gallardo —socio mexicano de Pablo Escobar en los ochenta y jefe de la primera organización mexicana clasificada como cártel por el gobierno de Estados Unidos—, vio encumbrarse y caer a Amado Carrillo Fuentes —fallecido líder del Cártel de Juárez en los noventa—, combatió a la familia Arellano Félix —que sigue traficando en Tijuana— y ayudó a escapar de dos distintas cárceles de máxima seguridad al Chapo, hasta ser hoy el único jefe que parecen respetar todas las facciones criminales enfrentadas en Sinaloa. Un emperador con seis mujeres, diez hijos y más de quince nietos, cuya dinastía no ha gozado por completo de su buena suerte. Hijos, hermanos, compadres y amigos han sido asesinados o extraditados a cárceles de Estados Unidos. Su hijo Vicente, quien recibirá pronto una sentencia por un juez de Illinois, dirigía a través de aviones, barcos, trenes, camiones e incluso submarinos, la importación de droga a México, para luego ser enviada a Estados Unidos. Mientras que su hermano Jesús, apodado el Rey, ayudaba también con la logística desde la capital del país, en especial, a través del aeropuerto internacional de Ciudad de México. Marihuana, cocaína, heroína y metanfetamina son algunos de los productos del mercado negro que Zambada sabe producir, transportar y comercializar a lo largo del mundo. Las autoridades estadounidenses y mexicanas también le han atribuido la administración de negocios lícitos como la leche, el atún, la ropa, muebles, bienes raíces y los autos de carreras. Aunque es famoso por su discreción, operativos oficiales han dado cuenta de que posee en Sinaloa un rancho llamado Puerto Rico y una quinta con un inmenso lago artificial de nombre Isla Palma de Mallorca, que se ha hecho cirugía plástica y está acusado de haber planeado un atentado contra el presidente Felipe Calderón. Tiene más corridos que ningún otro narco y, en el momento de mayor persecución oficial, cuando dio la entrevista clandestina al periodista Scherer, sentenció que podría entregarse, pero que “el narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”. En una época en la que la letra zeta se convirtió en México en sinónimo de violencia extrema, Zambada remite todavía a aquella máxima de antaño de que el narcotráfico es un asunto de negocios que se debe hacer con la menor cantidad de sangre posible. Es por ello que durante décadas ha cooptado o se ha asociado por igual con policías, militares, alcaldes, diputados, gobernadores y agentes estadounidenses. Pero el círculo de protección más importante que ha logrado crear Zambada a su alrededor no solo es político ni policial, sino social. El arraigo cultural del narcotráfico es tan grande en amplias comunidades y pueblos de Sinaloa y Durango que el capo es visto más como un protector que como un transgresor de la ley. Entonces, ¿qué tipo de poder necesitas para cumplir medio siglo traficando millones de toneladas de droga, estar vivo y no haber pisado nunca la cárcel? ¿Cómo puedes dirigir desde el monte un imperio económico que abarca varios países y continentes? ¿Puede un capo de la vieja guardia sobrevivir a la era moderna y evitar el mismo destino de sus antecesores: encierro eterno o entierro trágico? Ni siquiera hay una sola mención al Mayo en la nueva temporada de la exitosa serie Narcos de Netflix, la cual transcurre en México y repasa los nombres de todos los capos más famosos de los últimos tiempos. Pero el juicio del siglo en Nueva York sí ha golpeado un pilar de la estrategia de supervivencia del Mayo: su anonimato. regina |
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