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Bolsonaro y Trump, dos personalidades que se atraen


2018-11-22

Por Ernesto Londoño y Shasta Darlington, The New York Times

RÍO DE JANEIRO — Estados Unidos y Brasil han sido aliados incómodos en las mejores épocas.

Sin embargo, es posible que los electores brasileños le hayan puesto fin a esa dinámica al elegir como su próximo presidente a Jair Bolsonaro, un legislador de extrema derecha que es partidario evidente de Estados Unidos y quien es asombrosamente parecido a Donald Trump en cuanto a temperamento, tácticas y estilo.

“Puede que estemos en el umbral de una época dorada para las relaciones”, dijo Fernando Cutz, exfuncionario de alto rango de la Casa Blanca que trabajó en las políticas para Latinoamérica durante los gobiernos de Barack Obama y de Donald Trump. “Trump y Bolsonaro se van a llevar muy bien. Sus personalidades son casi idénticas y sus puntos de vista en materia de políticas son muy similares”.

El entusiasmo de Bolsonaro por forjar lazos más estrechos con Estados Unidos es una de las señales más claras de que la política exterior de Brasil está a punto de sufrir cambios profundos.

Como candidato, el presidente entrante denunció las alianzas y la política exterior del Partido de los Trabajadores, de izquierda, que gobernó Brasil de 2003 a 2016. Durante ese periodo, el país cultivó relaciones comerciales cercanas con China, abogó por el gobierno de Cuba y fue un pilar para alianzas multilaterales que excluían a Estados Unidos.

Bolsonaro aún no ha esbozado un enfoque detallado de política exterior, pero hace poco reveló su elección para ministro de Relaciones Exteriores: Ernesto Araújo, diplomático de nivel medio y director del Departamento de Estados Unidos y Canadá en el Ministerio de Relaciones Exteriores, que además comparte con Bolsonaro la admiración por Trump. En su blog, Araújo se ha referido al cambio climático como una conspiración marxista y ha elogiado a Trump por combatir el movimiento del “globalismo” encabezado por China.

En entrevistas recientes, Bolsonaro ha insinuado que Brasil podría trasladar su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, siguiendo los pasos de una estrategia similar de Trump, y ha planteado la posibilidad de romper relaciones diplomáticas con Cuba.

No obstante, es evidente que la prioridad de su equipo es crear una asociación sólida con el gobierno de Donald Trump. Los defensores estratégicos ya emprendieron una ofensiva cautivadora que parece diseñada para pulir la imagen internacional de Bolsonaro, quien se hizo de una mala reputación como legislador por insultar a grupos minoritarios y alabar la dictadura militar de Brasil.

“Nuestro próximo presidente ha sido acusado de muchas cosas, pero les puedo asegurar a todos ustedes que es un demócrata”, le dijo a Fox News su compañero de fórmula, el general retirado Hamilton Mourão, en una entrevista reciente. Se mostró confiado en que las relaciones entre Estados Unidos y Brasil —las naciones más grandes del continente americano— “serán más cercanas durante este periodo”.

Uno de los hijos del presidente, Eduardo Bolsonaro, legislador federal, planea viajar pronto a Estados Unidos para llevar a cabo lo que él llamó “un esfuerzo preliminar para abrir el diálogo y sembrar buena voluntad entre Brasil y Estados Unidos, dos naciones amistosas que se distanciaron en los últimos años por razones ideológicas”.

Es seguro que el nuevo presidente de Brasil y su hijo recibirán una cálida bienvenida en Washington. Tanto Bolsonaro como Trump ascendieron al poder por medio de campañas insurgentes impulsadas por las redes sociales que tuvieron como blanco al sistema político establecido. En un principio, los analistas políticos consideraron que ambos eran demasiado inexpertos y toscos como para sobrevivir la contienda. Asimismo, al parecer ambos disfrutan más de intensificar las batallas políticas que de disiparlas.

Hace poco, el asesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, celebró la elección de Bolsonaro, a quien se refirió como un líder “afín”. El gobierno de Donald Trump ha expresado la esperanza de que una generación de nuevos dirigentes conservadores en Latinoamérica ayude a Estados Unidos a socavar a los gobiernos de izquierda de Cuba, Venezuela y Nicaragua, a los que Bolton llamó “la troika de la tiranía en este hemisferio”.

El ascenso de Bolsonaro llega en un momento en que el entramado de alianzas de gobiernos izquierdistas creado a principios de siglo como un intento para terminar con la hegemonía de Washington en la región en gran medida se ha desintegrado. Venezuela, que era un eje clave de esa red, se ha convertido en un paria regional bajo el mandato del presidente Nicolás Maduro, cuya mala gestión de la economía ha dado como resultado una escasez severa de alimentos y medicinas.

Es probable que la crisis humanitaria en ese país, la cual ha causado un éxodo de más de tres millones de personas, esté en la lista de prioridades que discutir con Estados Unidos una vez que Bolsonaro tome posesión.

“Con el impulso de Estados Unidos, Brasil podría tomar una postura pública más firme en contra del régimen de Maduro y usar la afluencia de refugiados como una excusa para actuar”, opinó Jana Nelson, exfuncionaria del Departamento de Estado que trabajó en las políticas para Brasil. “El reto principal sería convencer a los otros países de Latinoamérica de trabajar con el gobierno de Jair Bolsonaro, cuya reputación como un líder severo y políticamente incorrecto lo precede”.

Bolsonaro ya se enemistó con Cuba. La Habana anunció que retiraría a los más de ocho mil doctores desplegados en regiones apartadas y pobres de Brasil después de que el futuro presidente brasileño acusó al gobierno comunista de tratar a los profesionales de la salud como esclavos.

Además, cuando era candidato, Bolsonaro visitó Taiwán, lo cual enfureció a Pekín, que considera a la isla como parte de su territorio. Asimismo, lanzó una advertencia sobre la creciente influencia de China en Latinoamérica y expresó preocupación ante la posibilidad de dejar que las empresas chinas invirtieran en compañías brasileñas propiedad del Estado.

Ese recelo lo pone en sintonía con el gobierno de Donald Trump, que está rechazando la estrategia que China ha adoptado de invertir y ofrecer préstamos a economías en desarrollo.

Sin embargo, los analistas señalaron que Bolsonaro tendría una capacidad limitada para debilitar los intereses de China en Brasil sin enfadar a distritos electorales cruciales que han llegado a depender considerablemente del mercado chino. China sobrepasó a Estados Unidos como el principal socio comercial de Brasil hace una década aproximadamente; el crecimiento económico brasileño en gran parte está sujeto a la expansión y diversificación de su relación comercial con Pekín.

Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la universidad Fundación Getulio Vargas en São Paulo, predijo que Bolsonaro terminará por reconocer que mantener relaciones cercanas con China es fundamental para Brasil.

“Los lazos estrechos con Estados Unidos no ofrecen las mismas recompensas financieras”, comentó Stuenkel. “China no obligará a Brasil a escoger entre Washington y Pekín siempre y cuando no se rebasen ciertos límites. Los chinos no quieren amor ni admiración declarada, sino a alguien que sepan con seguridad que no será hostil”.

Una nueva era de cooperación más cercana entre Estados Unidos y Brasil podría crear “una gran oportunidad para hacer cosas con un gobierno que habla, camina y suena como el que tenemos aquí”, mencionó Thomas Shannon, exfuncionario de alto nivel del Departamento de Estado que fungió como embajador de Brasil.

Eso podría incluir una expansión significativa del comercio, asociaciones más amplias en temas de seguridad y una mayor cooperación en la investigación médica y científica, agregó Shannon. No obstante, dijo que había buenas razones para ser escépticos respecto a que el gobierno de Trump aproveche la oportunidad.

“Lo que me preocupa, sinceramente, es que no haremos las cosas en una forma estratégica de gran alcance”, continuó. En cambio, Estados Unidos podría “solo tratar de que nos ayuden con Venezuela o Nicaragua y después marcharse”.

La Casa Blanca y el Departamento de Estado no respondieron a nuestra solicitud para una entrevista acerca de la perspectiva del gobierno de Trump sobre la era de Bolsonaro.

Matias Spektor, otro profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas, dijo que la última vez que Brasil y Estados Unidos forjaron una sociedad sólida y resistente fue en la década de los cuarenta, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt persuadió al gobierno brasileño de dar la espalda a la Alemania nazi y unirse a la alianza ganadora de la Segunda Guerra Mundial.

Luego de que la democracia se restauró en Brasil a mediados de los años ochenta —tras una dictadura militar de veintiún años que comenzó con un golpe de Estado respaldado por Washington—, gran parte de la izquierda política brasileña veía a Estados Unidos con desconfianza y resentimiento.

En 2013, las relaciones se deterioraron mucho cuando el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, de izquierda, reaccionó con rabia ante la revelación de que la Agencia de Seguridad Nacional había estado espiándola a ella y a otros funcionarios brasileños de alto nivel.

A lo largo de los años, los intentos por mejorar las relaciones han fallado ya sea porque el asunto no era una prioridad para el gobierno estadounidense o porque era políticamente conveniente para Brasil.

“Históricamente ha sido muy complicado”, señaló Spektor. “Se deben tener ciertas condiciones de convergencia que son muy específicas”.

Desde el juicio político de Rousseff, Washington y Brasilia han ampliado su cooperación en materia de seguridad, en particular contra las drogas, dijo Cutz, el exfuncionario de la Casa Blanca.

“Ahora tenemos relaciones más sólidas que antes, más capacidades”, comentó. “Eso solo puede mejorar”.

El rotundo apoyo de Bolsonaro quizá habría sembrado dudas en gobiernos estadounidenses anteriores debido a inquietudes sobre su compromiso con los principios democráticos y los derechos humanos. Sin embargo, Cutz dijo que era muy poco probable que el gobierno de Trump tuviera objeciones.

“Se podría argumentar que, si Estados Unidos acepta a Bolsonaro rápidamente, podremos ayudar a formarlo”, opinó Cutz, que nació en Brasil. “Si nos mantenemos alejados, actuará por su cuenta”.


 



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