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Envíen jueces a la frontera, no soldados


2018-12-03

Por ROBERTA JACOBSON y DAN RESTREPO, The New York Times

Tratar de detener a los inmigrantes como lo hace el gobierno de Donald Trump —unilateralmente, en la frontera, con gas lacrimógeno y soldados— es señal de una sola cosa: fracaso.

De hecho, la respuesta del gobierno de Estados Unidos a la caravana migrante de centroamericanos que hace poco llegó a la frontera con México enfatiza gran parte de lo que está mal con la política migratoria y la política general en Estados Unidos en la actualidad.

Esos migrantes, sin importar sus motivos para venir, son víctimas del abuso en ambos extremos de su trayecto: en su país los atacan las pandillas, los traficantes de personas y las grandes organizaciones criminales; en Estados Unidos, sus verdugos son los políticos que buscan alguna victoria política.

Dada la situación en la frontera, hay una necesidad urgente de aplicar soluciones prácticas a los desafíos migratorios con el objetivo claro de establecer un sistema de migración seguro, organizado y legal.

Esto significa que Estados Unidos debe ser fiel a sus obligaciones legales, valores, historia e intereses nacionales en la manera en que gestiona a los solicitantes de asilo. Eso no implica que los dejen entrar a todos. Los migrantes económicos no califican para obtener asilo; deben entender que, para ellos, el peligroso viaje hacia el norte terminará por ser inútil.

Sin embargo, ser muy selectivos con las solicitudes de asilo no significa arrojar gas lacrimógeno a las familias en la frontera y desplegar soldados inútilmente a lo largo de la frontera mientras los graban las cámaras ni ignorar nuestro papel histórico como refugio para los perseguidos ni inventar una crisis por motivos políticos.

Más bien, Estados Unidos y sus aliados en América Latina deben abordar la disfunción gubernamental en Centroamérica que está provocando que tantas personas desesperadas inicien un trayecto asombrosamente peligroso en busca de una vida mejor y más segura.

A corto plazo, esto implica aumentar la capacidad de Estados Unidos para analizar solicitudes de asilo. El lento procesamiento de las solicitudes y la enorme acumulación de casos retrasados en los puertos de entrada solo contribuyen a la tensión regional. Se deben enviar a la frontera más jueces y agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, no más soldados, con el fin de acelerar los procesos de solicitud.

Estados Unidos también debe ampliar sus programas de refugiados en el llamado Triángulo Norte de Centroamérica —El Salvador, Guatemala y Honduras— para que la gente pueda solicitar asilo mientras aún está en su país de origen.

Estados Unidos también debe trabajar con organizaciones internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Organización Internacional para las Migraciones, así como con el gobierno mexicano, para proporcionar refugio y alimentos a los migrantes en la frontera sur de México. El gobierno mexicano ha dicho en el pasado que los migrantes centroamericanos en esta zona, al igual que los que están cerca de la frontera entre México y Estados Unidos, pueden solicitar permisos para trabajar en México.

Al mismo tiempo, Estados Unidos debe aumentar su financiamiento y compromiso con la Agencia de la ONU para los Refugiados con la idea de ampliar con rapidez la capacidad de México para procesar las solicitudes de refugio y asilo. Este sería un gran cambio para el gobierno de Trump, que ha vacilado al momento de trabajar con muchas organizaciones internacionales y que se salió del Pacto Mundial sobre Migración, negociado por las Naciones Unidas, incluso antes de que se estableciera.

También es esencial realizar trabajo a largo plazo para acabar con los ciclos de impunidad y privación económica que detonan la migración.

Estados Unidos no debería amenazar con frenar la ayuda a los países del Triángulo Norte, como lo ha hecho el presidente Trump. En cambio, debe proporcionar asistencia adicional enfocada en la creación de empleos y en reforzar los programas antipandillas y de prevención de la violencia. Ya existen programas locales eficaces a pequeña escala para combatir estos problemas; deben expandirse para que su impacto se perciba en toda la región.

Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México, quien tomó protesta el sábado 1 de diciembre, ha hablado de que su país desempeñará un papel más activo en el desarrollo económico del Triángulo Norte. Estados Unidos debe aprovechar ese interés y respaldarlo tanto como pueda.

Cualquier iniciativa para promover sociedades más estables y sustentables en el Triángulo Norte también debe incluir al sector privado de la región. Se le debe presionar para que contribuya financieramente en los paquetes de ayuda estadounidenses. Además, Estados Unidos debe apoyar los esfuerzos para acabar con la corrupción, que a menudo es impulsada por intereses corporativos rapaces.

En vez de la retórica agresiva y los gestos vacíos, es hora de que Estados Unidos proporcione liderazgo sustentado en nuestros intereses y valores nacionales. Si Donald Trump es inteligente y se muestra abierto a trabajar con otros, su gobierno podrá manejar el flujo migratorio de manera eficaz y humanitaria. Si no lo es, la crisis solo empeorará.



regina


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