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El ama de llaves indocumentada que tendía la cama de Trump


2018-12-06

Por MIRIAM JORDAN, The New York Times

BEDMINSTER, Nueva Jersey — Durante más de cinco años como ama de llaves en el club de golf de Trump en Bedminster, Nueva Jersey, Victorina Morales ha tendido la cama de Donald Trump, ha limpiado su retrete y desempolvado sus trofeos de golf de cristal. Cuando él visitó el club como presidente, se le indicó que debía portar un pin con la forma de la bandera estadounidense adornado con un logo del Servicio Secreto.

Debido al “sobresaliente” apoyo que ha brindado durante las visitas de Trump, Morales recibió en julio un certificado de la agencia de comunicaciones de la Casa Blanca con su nombre inscrito en el documento.

Todo un logro para un ama de llaves migrante sin papeles.

El recorrido de Morales desde cultivar maíz en Guatemala hasta arreglar las almohadas en un club de golf exclusivo la llevó desde la frontera suroeste, donde ella dijo que cruzó de manera ilegal en 1999, al área de los caballos de Nueva Jersey, donde fue contratada en la propiedad de Trump en 2013 con documentos que eran falsos, según ha indicado.

Morales dijo que no era la única trabajadora en el club que estaba en el país de manera ilegal.

Sandra Díaz, de 46 años, quien nació en Costa Rica y ahora es una residente legal en Estados Unidos, dijo que ella tampoco tenía papeles cuando trabajó en Bedminster entre 2010 y 2013. Las dos mujeres dijeron que trabajaron durante años como parte de un grupo de empleados de limpieza, mantenimiento y paisajismo en el club de golf que incluía un número de trabajadores indocumentados, aunque no pueden decir exactamente cuántos. No hay evidencia de que Trump o ejecutivos de Trump Organization supieran de su estatus migratorio. Sin embargo, por lo menos dos supervisores en el club estaban al tanto de ello, dijeron las mujeres, y tomaron medidas para ayudar a los trabajadores a no ser detectados y conservar sus empleos.

“Hay muchas personas sin papeles”, dijo Díaz, quien asegura haber presenciado la contratación de varias personas que ella sabía que no tenían papeles.

Trump ha convertido la seguridad fronteriza y la lucha para proteger los empleos de los estadounidenses en la piedra angular de su presidencia, desde su promesa de construir un muro fronterizo hasta las redadas en los sitios de trabajo y las auditorías de nómina que su gobierno ha realizado.

Durante la campaña presidencial, cuando el Trump International Hotel abrió sus puertas en Washington, Trump se jactó de haber utilizado un sistema de verificación electrónica, E-Verify, para garantizar que solo se contratara a las personas con papeles legales para trabajar.

“No tenemos ni un inmigrante ilegal en la empresa”, dijo Trump en ese momento.

Sin embargo, durante la campaña y el gobierno del presidente, Morales, de 45 años, se ha reportado a trabajar en el club de golf de Trump en Bedminster, en donde ella aún está en la nómina. La mujer y un grupo de otros trabajadores son llevados en auto por un empleado del club cada día, afirma ella, porque saben que no pueden obtener legalmente licencias de conducir.

Una mujer pequeña, con solo dos años de educación y que llegó a Estados Unidos sin hablar inglés, Morales tiene un acceso inusual a uno de los retiros favoritos de Trump: ha limpiado la villa del presidente mientras él veía televisión; Morales estaba cerca cuando miembros potenciales del gabinete fueron llevados para entrevistas y cuando el jefe de personal de la Casa Blanca, John Kelly, llegó para conversar con el presidente.

“Nunca imaginé, como una inmigrante de la zona rural de Guatemala, que vería a personas tan importantes tan cerca”, dijo ella.

No obstante, Morales dice que se siente herida por los comentarios en público de Trump desde que se convirtió en presidente, incluido el de comparar a los migrantes latinoamericanos con criminales violentos. Fue eso, mencionó, junto a los comentarios abusivos de parte de un supervisor en el trabajo sobre su inteligencia y estatus migratorio, que la hicieron sentir que ya no podía quedarse callada.

“Estamos cansadas del abuso, los insultos, la forma en la que habla sobre nosotros cuando él sabe que estamos aquí ayudándole a hacer dinero”, aseguró Morales. “Nos esforzamos para atender cada una de sus necesidades y tenemos que aguantar sus humillaciones”.

Morales y Díaz se acercaron a The New York Times a través de su abogado de Nueva Jersey, Aníbal Romero, quien las representa en asuntos migratorios. Morales dijo que ella entendía que podía ser despedida o deportada como resultado de divulgar esta información, aunque ha solicitado protección conforme a las leyes de asilo. Morales también analiza presentar una demanda por abuso laboral y discriminación.

En entrevistas en español, por separado, que duraron varias horas, Morales y Díaz brindaron relatos detallados de su trabajo en el club y de sus interacciones con la administración, incluido Trump. Ambas mujeres describieron al presidente como exigente pero amable, y que a veces les daba grandes propinas.

Aunque a menudo no tenían claro las fechas precisas en que ocurrieron los eventos, parecían recordar sucesos clave y conversaciones con precisión.

Morales ha tenido tratos con Trump desde hace muchos años; su esposo confirmó que en ocasiones ella llegaba feliz a casa porque el propietario del club le había hecho un elogio o le había dado una propina de 50 dólares, a veces de 100 dólares.

Para comprobar que de verdad era empleada del club de golf de Trump, The New York Times revisó los recibos de pago y los formatos de impuestos de Morales, los cuales señalan al club de golf como su empleador. Ella también presentó su identificación individual como contribuyente, un número de nueve dígitos emitido por el Servicio de Impuestos Internos a los extranjeros para permitirles declarar impuestos sin ser residentes permanentes de Estados Unidos. Tener un número no confiere permiso para trabajar.

El Times también examinó los documentos que Morales presentó como prueba de que tenía permiso para trabajar —una green card y una tarjeta de seguridad social, las cuales dijo que compró a alguien en Nueva Jersey que elabora documentos falsos para inmigrantes—. Buscamos el supuesto número de seguridad social de Morales en varias bases de datos de registros públicos y ninguno arrojó un resultado, lo que es a menudo un indicador de que el número no es válido. El número en el reverso de la green card que Morales tiene registrada en el club de golf no corresponde con el formato de números usado en la mayoría de las tarjetas de residencia legítimas. Por ejemplo, incluye iniciales que no son iguales a las de cualquier centro de servicio migratorio que emiten las green cards.

Díaz entregó documentos similares, aunque como ella ahora cuenta con la residencia legal le fue entregada una tarjeta de seguridad social genuina y una green card.

The Trump Organization, la propietaria del club de golf, no realizó comentarios específicos sobre Morales o Díaz. “Tenemos decenas de miles de empleados en todas nuestras propiedades y tenemos prácticas de contratación muy estrictas”, dijo Amanda Miller, la vicepresidenta sénior de Mercadotecnia y Comunicaciones Corporativas de la compañía, mediante un comunicado. “Si un empleado entregó documentación falsa en un intento de violar la ley, será despedido de inmediato”.

La Casa Blanca declinó hacer comentarios.

Que Morales haya podido conseguir un empleo con lo que ella afirma eran documentos falsos no es sorprendente: un estimado de ocho millones de migrantes no autorizados son parte de la fuerza laboral estadounidense, y es un secreto a voces que muchos negocios, especialmente en el sector de servicio, los contratan.

Trump tiene un largo historial de depender de los migrantes en su club de golf y hoteles. A pesar de que en 2017 firmó una orden ejecutiva de “Compra estadounidense, contrata estadounidense” que hacía más estrictas las visas para los trabajadores extranjeros, sus compañías han contratado a cientos de extranjeros mediante visas de trabajador invitado.

Al contratar a trabajadores que ya se encuentran en Estados Unidos, se requiere que los empleadores examinen los documentos de identidad y autorización de trabajo y que los registren en un formato de elegibilidad de empleo. Sin embargo, no se requiere que las compañías, en la mayoría de los casos, tomen medidas adicionales para verificar la autenticidad de los documentos. Debido a que falsificar estas identificaciones es tan sencillo, E-Verify —cuyo uso es obligatorio en veintidós estados— es ese paso adicional de verificarlas contra registros guardados por la Administración de Seguridad Social y el Departamento de Seguridad Interna.

La lista federal publicada en línea de empleadores que usan el sistema E-Verify incluye al club de golf de Trump en Carolina del Norte, un estado en el que es obligatorio, pero el club de Bedminster de Nueva Jersey, donde no lo es, no aparece en la lista.

Durante su campaña, el presidente estadounidense exhortó a expandir el programa a lugares de trabajo en todo el país. Hasta ahora, eso no ha ocurrido.

Trump inauguró su club en el opulento vecindario del condado de Somerset, Nueva Jersey, en 2004. Después de comprar la propiedad de 200 hectáreas a un grupo de inversionistas en 2002, Trump plantó árboles de arce en la entrada y construyó dos campos de golf de dieciocho hoyos; su diseño fue inspirado por los jardines del Palacio de Versalles. La primera cuota de la membresía es superior a los 100,000 dólares.

La propiedad tiene de cuarenta a ochenta empleados; la plantilla depende de la temporada. En la mayoría de los casos, los trabajadores de los servicios básicos son nacidos en el extranjero. Los migrantes mantienen las áreas verdes regadas y arregladas; limpian y dan mantenimiento a las casas de campo y suites que rodean la piscina climatizada.

El presidente estadounidense ha pasado unos setenta días en Bedminster, ya sea la jornada completa o parte de ella, desde que asumió el cargo. Posee una residencia de dos pisos en la propiedad; su hija Ivanka y su esposo, Jared Kushner, se casaron en el club en 2009, y también tienen una casa de campo.

El trabajo en Bedminster, en el que Morales gana 13 dólares la hora, es uno de varios que ella dice que ha tenido desde que llegó a Estados Unidos en 1999, cuando cruzó sin ser detectada hacia California después de un viaje de seis semanas en autobús y a pie.

Después de que llegó a Los Ángeles, un contacto le brindó un número de seguridad social falso y una identificación que le dijeron le permitiría conseguir un empleo. Entonces voló a Nueva Jersey, donde se encontró con su esposo, quien había llegado unos meses antes.
 



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