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¿El laberinto centroamericano tiene salidas?


2019-01-21

Por LUIS GUILLERMO SOLÍS RIVERA, The New York Times 

MIAMI— La tragedia de Centroamérica es que, pese a los enormes desafíos que enfrenta, podría estar mejor. Sus índices de crecimiento económico y penetración de internet han mejorado en la última década. En la mayoría de los países centroamericanos, los niveles de pobreza se han reducido en el mismo periodo y el crecimiento económico, con pocas excepciones, superó al promedio latinoamericano entre 2014 y 2017. Ello demuestra que la región posee condiciones para progresar.

Por eso resulta trágico que miles de habitantes del Triángulo Norte de Centroamérica continúen escapando (no migrando), de la violencia, de la falta de empleo y de la ausencia de oportunidades de progreso en sus países de origen.

Hoy, miles de estas personas —la mayoría provenientes de El Salvador, Honduras y Guatemala— están atrapadas en la frontera entre México y Estados Unidos. Contrario a lo que dicen altos funcionarios del gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, con el propósito de producir miedo y evidentes fines electorales, no son —ni deben ser tratadas como— criminales o terroristas. Son víctimas de la desigualdad y la exclusión de sistemas políticos que, siendo formalmente democráticos, siguen dominados por la corrupción y las acciones del crimen organizado.

En Guatemala, el gobierno de Jimmy Morales ha clausurado sospechosamente las tareas de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), el exitoso organismo nombrado por Naciones Unidas para atacar la ineficacia judicial y la impunidad en el país. En Honduras, el crimen violento descendió a 43 por 100,000 habitantes, un gran logro gubernamental sin duda, excepto cuando se descubre que esa cifra, una de las más altas del mundo, es más del triple que la de Panamá y la de Costa Rica. En El Salvador, un país donde las maras, conformadas por jóvenes desempleados, controlan los barrios y cobran peaje a sus habitantes para no asesinarles, ha tenido niveles bajos de crecimiento en la última década. En Nicaragua, la dictadura de Daniel Ortega ha llenado de miedo a la población y la ha expulsado hacia Costa Rica, y ha lanzado el crecimiento económico nicaragüense de un quinquenio a un abismo del cual tardará décadas en salir.

Los flujos humanos continuarán mientras las democracias en los países del Istmo Centroamericano sigan desprestigiándose, ya sea por la corrupción, el autoritarismo y la falta de escrúpulos de sus líderes o por la ilegitimidad y la ingobernabilidad cada vez mayores de los sistemas políticos que resultan de elecciones fraudulentas.

Centroamérica no logra liberarse de los obstáculos que la han sometido al subdesarrollo por casi dos siglos porque sus dirigentes han sido incapaces de construir sociedades integradas, gobiernos eficientes, economías modernas, sistemas tributarios justos y servicios públicos de educación, agua y salud universales. Tampoco ha podido separarse de manera permanente y definitiva de las tendencias autoritarias de su pasado, ni ha dejado de ser presa de algunos intereses transnacionales que la han expoliado.

Poco avanzará Centroamérica en los próximos años si no supera estos escollos. Así lo concluye “Central America 2030”, el último fascículo de la serie Trends publicado por la Universidad Internacional de la Florida y Global Americans.

Las instituciones en casi todos los países son lastres —no motores— para la movilidad y la innovación, lo que ha producido Estados disfuncionales: grandes y costosos pero débiles. A esto se añade que son países que se van a enfrentar cada vez más a retos globales y vertiginosos como el del cambio climático y demográfico con pocos instrumentos legales y técnicos para atenderlos.

Este escenario tan desalentador, el peor desde de la década de los ochenta, cuando la guerra era la norma en casi toda el área, está anclado en una “cultura política” que pretende ser, pero no es, democrática y cuya esencia sigue siendo despótica, excluyente y profundamente conservadora.

Para romper con esas dinámicas estructurales, Centroamérica necesita al menos tres cosas: liderazgos nuevos, honestos y con firme voluntad transformadora; recursos financieros saludables, fruto de un crecimiento económico sostenido que produzca empleo decente, y tiempo, el más escaso de los factores disponibles en sociedades con clases medias emergentes.

La salida a esa situación no es la “revolucionaria” tradicional, aunque claramente tiene que ser reformadora y progresista, capaz de romper con los círculos viciosos y poderosos anillos del statu quo que impiden el desarrollo humano inclusivo. Sobre todo, debe ajustar, con la rapidez requerida, los modelos de desarrollo que las nuevas condiciones históricas demandan, en particular servicios de educación formal y vocacional de alta calidad, que garanticen el acceso de más jóvenes —y especialmente de más mujeres jóvenes— a la fuerza productiva.

¿Por dónde empezar?

Primero, se tiene que reconocer que los problemas de Centroamérica son esencialmente nuestros, no de otros. Es imposible seguir el camino de antaño, cuando las menesterosas “banana republics” confiaban en los recursos de cooperantes externos para resolver sus desafíos estructurales. Hoy, las naciones centroamericanas deben producir más, gastar menos, invertir mejor, ser transparentes en el manejo de los asuntos públicos y adecuar sus sistemas tributarios de manera que los que más tienen, más contribuyan al desarrollo.

Segundo, se deben buscar más espacios de incidencia para liderazgos renovados y diversos y no dejar esa tarea solo en manos de quienes ejercen el gobierno.

Tercero, debemos propiciar un activismo ciudadano mayor y más constructivo desde el nivel local, que no es el que se expresa en las redes sociales o en el populismo callejero, sino el que encuentra soluciones concretas a problemas concretos y cotidianos que mejoran la calidad de vida de la gente en el corto plazo. Así se demuestra con hechos que la democracia funciona.

Y cuarto, tenemos que entender que “los problemas de la democracia solo se resuelven con más democracia”. Es decir, con mejores instituciones, con la formación de mejores ciudadanos y al evitar los populismos mesiánicos y fundamentalistas que tan bien conocemos, cuyas promesas de cambio son un espejismo y ponen en grave riesgo la convivencia con pluralismo y respeto a todos los derechos humanos.

Centroamérica puede salir de su laberinto, tiene los recursos para lograrlo. Su gran desafío, sin embargo, es más político que económico: tiene que recuperar la paz y depurar la democracia. Lo demás, probablemente, venga por añadidura.
 



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