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Donald Trump exporta su modelo de populismo


2019-01-21

PABLO PARDO | El Mundo

Jorge Luis Borges escribió que el patriotismo "es la menos perspicaz de las pasiones". No parece ser ése, sin embargo, el caso de Steve Bannon, el máximo asesor electoral de Donald Trump, y uno de sus mayores confidentes, al menos hasta la publicación hace un año del libro Fuego y Furia. Dentro de la Casa Blanca de Trump.

Porque Bannon es un ultranacionalista con simpatías por el fascismo que considera que cada país debe buscar de manera inexcusable su propio futuro, sin injerencias extranjeras, pero que, curiosamente, siempre está dispuesto a asesorar -formal o informalmente, cobrando o pro bono- a partidos políticos extranjeros. Como ha escrito el diario británico de capital japonés y vocación globalista, Bannon cree que el comercio internacional es malo, salvo cuando se trata de comerciar con su propio talento como consultor.

El ex asesor de Trump fue presidente de la consultora británica Cambridge Analytica, que está en el centro del mayor escándalo de uso de datos privados de Facebook. También dirigió la web de ultraderecha estadounidense Breitbart, que tiene una edición en Gran Bretaña. En marzo pasado habló en el Congreso de La Reagrupación Nacional de Marine Le Pen (donde dijo "dejad que os llamen racistas"). Un mes más tarde se reunió en Washington con representantes del partido de derecha radical español Vox.

En agosto se reunió con el parlamentario brasileño Eduardo Bolsonaro, hijo del candidato -y ahora presidente- de ese país, Jair Bolsonaro, en cuya campaña colaboró. De cara a las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de este año, Bannon ha formado una coalición de partidos populistas conservadores en Europa llamada El Movimiento, junto con el primer ministro italiano, Matteo Salvini.

Bannon es un ultranacionalista con vocación internacionalista propia del Che Guevara o de Vladimir Illyich Ulyanov, alias Lenin. Es algo en consonancia con su defensa de la industria pesada y su carrera en el sector financiero, en Goldman Sachs -epítome de banco globalista- y en Hollywood. Cada vez que una televisión emite un capítulo de la serie de televisión de los noventa Seinfield, Bannon cobra, porque es uno de los propietarios de la producción.

Pero, más allá de este caso concreto, Trump puede presumir de que el movimiento del que forma parte es global (otra cosa es que el presidente de Estados Unidos acepte que él es parte de un movimiento, y no que él es el movimiento). No es sólo el auge de los partidos y movimientos nacionalistas y aislacionistas en Italia, Gran Bretaña, Francia, Austria, Hungría, Polonia, Israel, y Rusia (aunque ese país no es una democracia). Es, también, la percepción que en gran parte del mundo se tiene de Donald Trump y de Estados Unidos.

Una encuesta realizada por el Centro de Estudios Pew en septiembre ponía de manifiesto que la popularidad de Trump en todo el mundo es muy baja, pero que eso no ha alterado apenas la percepción que se tiene de Estados Unidos. En España, en aquel momento, Estados Unidos tenía una popularidad del 42%, a pesar de que solo el 7% de los encuestados consideraban que el presidente de ese país les provocaba confianza. Incluso en países como Brasil, que han votado abrumadoramente por un líder, Bolsonaro, al que muchos ven como un Trump latinoamericano, el respaldo al actual inquilino de la Casa Blanca apenas alcanzaba el 17%.

Pero el estudio, que había sido realizado sobre la base de un sondeo a 26.112 personas en 25 países -desde Nigeria hasta Filipinas, pasando por España, Australia o Argentina- dejaba claro que la dinámica del trumpismo se replica, con pocas variaciones, en todas partes. Por ejemplo, a nivel global, Trump tenía entre los hombres más apoyo que entre las mujeres.

Eso era especialmente visible en países como Australia, el Reino Unido, y Japón, donde la diferencia ascendía a 14, 13, y 12 puntos respectivamente. Aunque en Estados Unidos la diferencia es mucho mayor -24 puntos- la dinámica es la misma. Su respaldo popular era, asimismo, muy superior entre los conservadores. Y también en países como Israel, Hungría y Polonia, que tienen líderes que practican el nacionalismo con tintes étnicos.

La cuestión, sin embargo, no es solo el apoyo. Sino lo que hacen los que apoyan a una y a otra opción. El caso de Estados Unidos es paradigmático. Los votantes de Trump son pocos. Pero votan. Sus opositores son más. Pero en las elecciones de 2016 se quedaron en casa. En general, cuando la movilización popular es baja -el caso del referéndum del Brexit es paradigmático- las opciones nacionalistas tienden a ganar. El Partido Republicano es consciente de ello. De ahí sus esfuerzos para limitar el ejercicio del derecho del voto en un país, Estados Unidos, en el que no existe una legislación nacional ni un organismo supervisor que controle las elecciones. 


 



regina


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