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Inteligencia artificial y sus límites


2019-01-25

POR MAURO GONZÁLEZ LUNA, Proceso

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En meses pasados escuché hablar a un talentoso astrónomo de profesión, radicado en un país europeo, sobre temas fascinantes. Habló entre otras cosas, del complejo y enigmático tema de la inteligencia artificial. Ello me motivó a indagar al respecto por sus hondas implicaciones teóricas y prácticas. Abordar tal tema resulta verdaderamente retador desde el punto de vista intelectual y requiere acudir con modestia a los conocedores.

Revisé el pensamiento de filósofos y juristas de renombre acerca del tema. Leí algunas páginas de Romano Guardini, teólogo de fama universal que hablan de cultura y técnica, las de un pensador existencialista que tiene geniales advertencias sobre los peligros de la técnica, como esa del descarte del pensar meditativo en aras del pensar calculador, mismo que un día arrastró al mundo con su funcionalismo a una “asfixiante tristeza”, a un horroroso exterminio de seres humanos. Pensar calculador que suplanta a la razón práctica, a la “inteligencia deseosa” que es el hombre. Inteligencia que delibera sobre el bien y el mal para bien vivir.

Traté de entender lo elemental del concepto técnico: “the singularity”, que describe el punto decisivo de inflexión cuando las máquinas supuestamente aventajan a los humanos. Y para ampliar el horizonte, leí algunas opiniones de E. Musk del MIT y de N. Bostrom de Oxford, quienes alertan sobre el peligro de la inteligencia artificial. También Wittgenstein en su momento, opinó que los sistemas de inteligencia artificial no son relevantes para el pensamiento humano porque este último rebasa toda mecanización.

Por otro lado, lo positivo de  los artificios inteligentes ubicados  dentro de límites racionales y éticos que los pongan en el lugar que les corresponde, es que por ejemplo, en el campo de la medicina contribuyen en forma extraordinaria a salvar vidas en el quirófano, en política, tan ajena con frecuencia a la planeación estratégica en el rubro de los diagnósticos, de las decisiones acerca de los graves problemas nacionales, dichos artificios resultan benéficos para superar las carencias que se manifiestan en aventurerismos o improvisaciones dañinos para el bien comunitario, y los cuales a pesar de ello, son aplaudidos por tantos para quedar bien y no caer de la gracia de los jefes.

Un robot podría fungir como aquel personaje que para el bien del pueblo y de todos, advertía a los césares de Roma que no eran inmortales para ubicarlos en la realidad de la vida, cuya gloria es tan pasajera; personaje ese que muchas veces pagaba caro por la ingrata pero necesaria tarea de decir la verdad al poderoso. En el caso del robot, no se correría riesgo alguno, salvo el de ser desactivado en su momento y suplido por otro cada vez más adiestrado en tan benéfico menester para la moderación del poder. Dejando atrás la ironía, aprendí ciertas cosas de las innovaciones de A. Newell y H. Simmons en Rand Corp, en 1955, para plantear la cuestión sobre si en realidad dicho artificio puede en el futuro ir más allá de la reflexión humana para terminar dominándola.

Pensadores como Dreyfus y Horst Eidenmüller de Oxford, consideran que “pensar” es mucho más que lo que hacen las máquinas ahora o en el futuro. Es de coincidirse con estos últimos, basándonos en Aristóteles (Ética a Nicómaco) y en todos los contemporáneos esencialistas que se fundan en el genio de Estagira, y que sostienen que el cuerpo es instrumento del alma, frente a los funcionalistas-positivistas que afirman que el alma es instrumento del cuerpo, que reducen la conciencia, la inteligencia y la libertad a meras funciones del cerebro, posibilitando el traspasar a animales y a cosas, dicha inteligencia. El que delibera es el hombre prudente, es decir el espíritu encarnado que practica la virtud y tiene en su haber la palabra.

La palabra que permite andar el camino del yo al tú con el fin de sanar la enfermedad más grave del espíritu según Ebner: “la carencia del tú en el yo del hombre” que lo mantiene en su autoencierro, en su insolencia -como esa del trumpismo y su muro, como esa que festina la muerte del otro calcinado en páramos de Hidalgo, en lugar de compadecerse callando, sin juzgar. La máquina nunca podrá sanar tal patología, al contrario, la ahondará.

Desde el horizonte de la moral, la religión y el derecho, la pretensión de algunos de otorgar personalidad y responsabilidad a las máquinas con inteligencia artificial, es una aberración y un insulto a la dignidad humana. Hay argumentos epistemológicos y ontológicos muy bien desarrollados en un artículo de H. Eidenmüller (Oxford) en contra del otorgamiento de personalidad jurídica a los robots. Al final de cuentas quien responde en puridad en todos los casos, es el ser humano dotado de libertad.

Nunca la máquina por portentosos avances, podrá tener la sonrisa de un niño -lo más noble y hermoso que hay según Wilde- ni deliberar como el ser humano sobre el bien y el mal, simple y sencillamente porque la verdadera deliberación como principio de las decisiones, exige el practicar las virtudes como la prudencia que determina la licitud de los medios para alcanzar los fines nobles. La inteligencia demostrativa que deduce conclusiones de los datos acumulados no agota el pensar humano, que en materia de conducta se manifiesta como inteligencia prudencial, práctica, la propia del derecho.

Una perspectiva jurídica positivista y funcionalista que reduce el pensar a las funciones del cerebro, es inepta para defender a la humanidad de los gravísimos peligros y amenazas de la técnica inmisericorde, al hacer inoperantes en la práctica los genuinos derechos humanos, que son la parte moral del derecho, precisamente porque dicha perspectiva positivista, vacía al derecho de contenido verdaderamente humano. Así el derecho es convertido también en mera técnica de control al servicio de un mito tecnológico implacable con las libertades, ciego para la justicia, para la amistad comunitaria, y sobre todo para la compasión ante el sufrimiento, pues “donde lo hay, hay suelo sagrado”, dijo un alto poeta.

Estoy con Pascal quien un día memorable dijo que: “EL CORAZÓN TIENE RAZONES QUE LA RAZÓN IGNORA”. SI ESE ES EL CASO EN TRATÁNDOSE DE LA RAZÓN HUMANA, QUÉ SERÁ DE LA FRÍA INTELIGENCIA ARTIFICIAL QUE IGNORA LOS MISTERIOS E INTUICIONES DE LA RAZÓN HUMANA MISMA, ASÍ COMO LAS RAZONES INSONDABLES DEL CORAZÓN HUMANO.



regina


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