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Las denuncias de violación a una monja conmocionan a la India


2019-02-12

Por Maria Abi-Habib y Suhasini Raj | The New York Times

KOCHI, India — Cuando el obispo Franco Mulakkal decidió oficiar la ceremonia de la primera comunión del hijo de Darly, en su templo católico en India, su familia estaba llena de orgullo.

Durante la ceremonia, Darly volteó a ver a su hermana, una monja que trabajaba con el obispo, y vio que sus ojos se llenaban de lágrimas. Ella suponía que eran lágrimas de felicidad. Después se enteró de las denuncias de su hermana, quien afirma que la noche anterior el obispo la llamó a su habitación y ahí la violó. La familia dice que fue el primer ataque en un infierno de dos años en los que el prelado la violó trece veces.

El obispo, quien sostiene que es inocente, será acusado de violación e intimidación y enjuiciado por un fiscal especial, afirmaron las autoridades policiales que investigan el caso. Pero la Iglesia reconoció las acusaciones de la monja solo después de que cinco de sus compañeras se rebelaron y la apoyaron públicamente. Querían llamar la atención sobre su búsqueda de justicia durante el último año, a pesar de que habían sufrido una gran presión para que guardaran silencio.

“Solíamos ver a los padres de la iglesia como equivalentes a Dios, pero ya no”, afirmó Darly, con voz temblorosa. “¿Cómo voy a contarle a mi hijo que la persona que nos enseñó sobre lo que está bien y lo que está mal le dio su primera comunión después de cometer un pecado tan terrible?”.

Este caso, sucedido en el estado sureño de Kerala, India, forma parte de un problema mayor de la Iglesia que recientemente fue admitido por el papa Francisco, después de décadas de silencio por parte del Vaticano. La máxima autoridad de la Iglesia católica dijo que el abuso sexual de monjas a manos de clérigos es un problema persistente en la Iglesia.

En una época en que cada vez menos personas asisten a la iglesia en Occidente, mientras se clausuran parroquias y monasterios en toda Europa y América porque están vacíos, el Vaticano depende cada vez más de lugares como India para que la fe siga creciendo.

“Los sacerdotes y las monjas de India son de suma importancia para la Iglesia católica en Occidente. El entusiasmo de los cristianos de Asia sobresale en comparación con la tibia religiosidad que practican en Occidente”, sostuvo Diarmaid MacCulloch, especialista en historia de la Iglesia en la Universidad de Oxford.

Sin embargo, el escándalo en Kerala está dividiendo a los católicos de India, que suman aproximadamente 20 millones, a pesar de ser una minoría relativamente pequeña en una población inmensa.

Y quizá la historia se complique porque, según la policía del estado de Kerala, más monjas se han atrevido a denunciar actos de abuso sexual a manos de sacerdotes. Además, en el distrito Pathanamthitta de Kerala, cuatro sacerdotes han sido acusados de chantajear a mujeres durante la confesión, usando la información que les dan para obligarlas a tener sexo con ellos, según Sudhakaran Pillai, jefe del departamento de policía.

“Si este caso prosigue será un nuevo comienzo, y los sacerdotes y obispos serán obligados a rendir cuentas”, dijo el padre Augustine Vattoly, un sacerdote en Kerala que apoyó las acusaciones de la monja y dijo que sus superiores le ordenaron que dejara el asunto o asumiera las consecuencias.

“La Iglesia está perdiendo su autoridad moral”, dijo Vattoly. “Estamos perdiendo la fe de las personas. La Iglesia se va a convertir en un lugar vacío si esto continúa. Al igual que en Europa, los jóvenes ya no van a acudir a nosotros”.

Los detalles de las acusaciones de la monja provinieron de entrevistas con funcionarios de las fuerzas policiales, así como de declaraciones de su familia y de cinco religiosas que atestiguaron hechos en la Iglesia católica siro-malabar, con sede en India pero supeditada al Vaticano.

Las copias de las denuncias oficiales que la mujer envió a autoridades eclesiásticas por correo electrónico y postal también fueron puestas a disposición de The New York Times (no se menciona el nombre de la monja y a su hermana solo se le llama por su nombre de pila porque, en la ley india, los medios, incluyendo las organizaciones noticiosas internacionales, no pueden divulgar los nombres de las víctimas de violación).

La familia de la monja acusa a Mulakkal, de 54 años, de haberla violado en repetidas ocasiones a lo largo de dos años, a partir del 5 de mayo de 2014.

No se pudo contactar al obispo para que comentara sobre las acusaciones pero, según funcionarios de la Iglesia y la policía de Kerala, él insiste en su inocencia.

La monja, que pertenece a la orden religiosa Misioneros de Jesús, informó por primera vez a las autoridades eclesiásticas de los abusos en enero de 2017. Contactó a alrededor de doce funcionarios eclesiásticos como obispos, un cardenal y a representantes del Vaticano. Algunos le aconsejaron que esperara, asegurándole que la Iglesia tomaría acción. Su familia dijo que otros funcionarios le prohibieron contactar a la policía.

Pero la única acción sucedió en septiembre pasado, después de que el silencio de la Iglesia motivara a otras cinco monjas a rebelarse y acudir al tribunal superior de Kerala para protestar durante varios días.

Las mujeres se sentaron frente a un gran afiche basado en la famosa escultura de La piedad que representa a María sosteniendo en su regazo el cuerpo inerte de Jesús después de la crucifixión. En vez de Jesús, en la imagen estaba el cuerpo sin vida de una monja. En una pancarta se leía: “Justicia para las monjas”.

Aproximadamente dos semanas después de que iniciaron las protestas, el Vaticano depuso a Mulakkal de sus deberes administrativos. Al día siguiente, el 21 de septiembre, la policía de Kerala lo arrestó.

“En retrospectiva, la Iglesia debió actuar antes de haber sabido que se cometió un delito. Si ella pensaba que la Iglesia no hacía lo correcto, debió acudir antes con la policía”, afirmó el padre Paul Karendan, un vocero de la arquidiócesis que supervisa las oficinas centrales de la Iglesia siro-malabar.

Karendan dijo que al principio la Iglesia fue muy lenta para actuar, pues creían que la monja simplemente se oponía a las órdenes de transferencia dadas por Mulakkal.

Al regresar a su diócesis cuando salió libre bajo fianza en octubre, Mulakkal recibió una amorosa bienvenida y fue aclamado por la gente bajo una lluvia de pétalos. Su iglesia puso una pancarta grande con su foto en la que se le daba una “calurosa bienvenida”.

Un policía de alto rango que investiga el caso dijo que las autoridades tenían suficiente evidencia para demostrar que Mulakkal había violado a la monja y luego intimidó a su familia y a las de las religiosas que participaron en la protesta para silenciarlas. El policía habló sobre el caso con la condición de mantener su anonimato, pues el informe policíaco final será presentado en febrero, antes de que comience el juicio.

“Estamos destrozadas. La Iglesia a la que le hemos dado nuestras vidas ni siquiera nos escucha”, se lamentó Anupama Kelamangalathuveli, una monja que trabajó en el convento en la misma época en que la religiosa dijo que había sido violada. “Esta pelea no es solo para nosotras”, agregó. “La Iglesia tiene que escuchar a las mujeres y no solo a los sacerdotes y obispos”.

En noviembre de 2017, el cardenal George Alencherry le dijo a la monja que no llevara su caso ante los medios o la policía, según su familia y otras religiosas. Los representantes de Alencherry no respondieron a las reiteradas solicitudes de comentarios para este artículo.

Desesperada, la mujer decidió llevar su caso directamente al Vaticano y le escribió al representante del papa en la India, el arzobispo Giambattista Diquattro.

“Apenas llegué a la habitación, me jaló hacia él. Quedé estupefacta y aterrada por esta acción suya. Hice todo lo que pude por zafarme, pero fue en vano. Me violó de una manera brutal”, se lee en una carta que la monja le escribió a Diquattro el 28 de enero de 2018.

En la misiva se acusaba a Mulakkal de intimidarlas a ella y otras personas para que guardaran silencio; luego se explicaba cómo se había quejado con diversas autoridades eclesiásticas que no habían hecho nada al respecto. Reiteradas solicitudes a Diquattro, vía telefónica y por correo electrónico, para incluir sus comentarios en este artículo no fueron respondidas.

A lo largo de más de un año de esfuerzos para conseguir ayuda dentro de la Iglesia, ella les contó a otras cinco monjas que vivían con ella en el convento, St. Francis Mission Home, escondido entre la abundante jungla de la Kerala rural. Después llegaron a un punto crítico.

En abril del año pasado, las cinco —algunas habían sido transferidas a otros conventos— desafiaron las reglas de la Iglesia y se escaparon de sus residencias en otras partes de India, tomaron autobuses y trenes para viajar cientos de kilómetros y estar con su hermana y apoyarla.

Ahora las religiosas están presentando demandas civiles en contra de funcionarios eclesiásticos en India, pues afirman que tratan de intimidarlas para que dejen el caso o ignoren las acusaciones de violación. Las monjas siguen en St. Francis e ignoran las insistentes órdenes de autoridades de la Iglesia que el mes pasado les exigían separarse. El sábado, debido a que las monjas planeaban hacer otra protesta pública, la Iglesia revocó esas órdenes, así que las monjas obtuvieron una pequeña victoria.

“Hicimos un voto para ser una congregación, para que la congregación se convirtiera en nuestra familia”, dijo la hermana Josephine Villoonickal, una de las religiosas, que recibió instrucciones de regresar a su convento en la parte norte de Jharkhand, a unos 2400 kilómetros de distancia. “Ahora tratan de destruir esta familia”.



Jamileth


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