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La parálisis fronteriza de Venezuela


2019-02-21

Por The New York Times

Justo cuando se acerca un momento decisivo en la crisis de Venezuela, el presidente estadounidense tensó más la situación el lunes 18 de febrero. En un discurso, Donald Trump lanzó una advertencia al ejército venezolano: abandonan al presidente venezolano Nicolás Maduro o lo “pierden todo”.

Sí, los militares deberían abandonar a Maduro —quien ha llevado a la ruina a uno de los países más ricos de América Latina— y unirse a los esfuerzos de Juan Guaidó, el líder de la oposición, para reencaminar a Venezuela. Sin embargo, no es Trump quien debe poner los ultimátums, amenazar a los soldados ni quien les tiene que decir qué hacer. Trump y Guaidó determinaron que el sábado 23 de febrero es la fecha límite para que las fuerzas armadas permitan que la ayuda humanitaria almacenada en la frontera colombiana se entregue en Venezuela. Si esto no sucede, aún no está claro cuál será la consecuencia.

Al parecer, Trump ha hecho una excepción en su predilección por los líderes autoritarios y está abogando por un pueblo que ha llegado al borde de la desesperación debido a una moneda sin valor y una escasez drástica de medicinas y alimentos. Y alrededor de cincuenta naciones ya se han sumado a la postura de Estados Unidos de no reconocer a Maduro como presidente.

El gobierno de Trump ha intentado manejar este respaldo internacional a la oposición venezolana como un ejemplo del liderazgo de Estados Unidos, que lleva libertad a un pueblo desahuciado. Durante la Conferencia de Seguridad anual de Múnich, el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, hizo un llamado categórico a los países de Europa para que se unan a Estados Unidos para “defender la libertad”. La reacción poco entusiasta dejó en evidencia que los europeos no se creen el cuento de un repentino estallido de altruismo en la Casa Blanca de Trump.

El respaldo de Trump a un pueblo oprimido es incidental. Parece que su principal motivación es cooptar el apoyo de su base de extrema derecha al autoproclamarse como un paladín contra el “socialismo”, un mal que él asocia no solo con las políticas radicales de Hugo Chávez, el predecesor y mentor de Maduro, sino también con las plataformas de algunos de los posibles candidatos del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Además, la postura de Trump respecto a Venezuela tiene el respaldo de John Bolton, el consejero estadounidense de Seguridad Nacional. Bolton ha exigido “medidas directas” en contra de los países latinoamericanos con regímenes izquierdistas, a los que se refiere como la “troica de la tiranía”: Venezuela, Cuba y Nicaragua. A su vez, Bolton cuenta con el apoyo de Elliott Abrams, el nuevo enviado especial de Estados Unidos a Venezuela, quien se declaró culpable de engañar al congreso sobre el escándalo Irán-Contras, en la década de los ochenta, y otras interferencias estadounidenses en Centroamérica. Este es un equipo con mala reputación que amenaza con manchar la imagen de Juan Guaidó y le da más armas al argumento que pregona Maduro sobre un complot “gringo”.

Su estrategia es tan simple como riesgosa. El gobierno de Estados Unidos ha transportado a la frontera venezolana toneladas de ayuda humanitaria para que Guaidó la distribuya dentro del país —con la idea de que el pueblo se pondrá del lado de quienes les ofrezcan alimentos y medicinas—. Sin embargo, Maduro ha enviado soldados y vehículos blindados para bloquear la entrada de las provisiones, con lo que se ha creado un enfrentamiento dramático en un cruce fronterizo. Ese será el escenario para un concierto al estilo Live Aid que está organizando el multimillonario británico Richard Branson del lado colombiano de la frontera (Maduro no tardó en anunciar un concierto rival del lado venezolano en otro cruce fronterizo).

El gobierno estadounidense y Guaidó esperan que el ejército venezolano, con el presentimiento del fin del régimen de Maduro y el atractivo de las promesas de amnistía, deserte y deje el camino libre para los suministros. Esta semana, Trump advirtió que si los soldados venezolanos no aceptan la oferta de amnistía, “no encontrarán un puerto seguro ni una salida fácil ni escapatoria alguna”.

No se sabe si las duras palabras de Trump tendrán el efecto deseado o el opuesto: unir a la base de Maduro a su favor. Tampoco se sabe qué hará la oposición si el ejército no cede.

Lo que sí está claro es que la estrategia que está implementando el gobierno de Estados Unidos —amenazas de guerra y el uso de la ayuda como arma— es peligrosa y posiblemente contraproducente para ayudar a los venezolanos.

Sin duda, lo mejor para todos sería que los militares le dejaran claro a Maduro que su tiempo en el poder ya acabó y que ayudarán a Guaidó a convocar nuevas elecciones. También es ideal que haya más presión internacional sobre Maduro para que renuncie al poder. Pero el objetivo debe ser el de mayor beneficio para el pueblo venezolano, no un golpe de Estado ideológico.



Jamileth


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