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Bashar Asad se corona sobre las ruinas de Siria


2019-03-19

POR LLUÍS MIQUEL HURTADO, EL MUNDO

En Daraa se ha cerrado un círculo de ocho años.El 15 de marzo de 2011, al calor de la Primavera Árabe, unos chavales furiosos con el presidente y oftalmólogo Bashar Asad grafitearon en uno de sus muros: 'Es tu turno, doctor'. El salvaje castigo que sufrieron desató la indignación popular en esta localidad sureña, que pasaría a ser conocida como 'la cuna de la Revolución'. Hace una semana, la erección de una estatua dedicada al padre del rais, cerca de aquel muro, volvió a encender las calles.

A los cientos que protestaron contra el monumento a Hafez Asad, el fundador de la dinastía baazista que gobernó por 29 años, poco les importó que Daraa esté bajo control oficial. Pancartas como "Caerá. Tu estatua es del pasado, no es bienvenida" circularon entre cánticos como "Siria es nuestra, no para la casa de Asad". "Asad mató a nuestros familiares y amigos, no les olvidaremos ni perdonaremos lo que hicieron. Destruyeron nuestras tierras y nuestras casas", lamentó un manifestante al medio The National.

"En Daraa fueron realmente valientes", opina por teléfono Abdulkafi Alhamdo, un maestro de inglés que huyó de Alepo a finales de 2016, tras uno de los llamados acuerdos de reconciliación. "En ocho años la gente ha conocido qué es la muerte, pero también qué es la libertad, por lo que rechazan volver a estar bajo control de Asad", explica. "Durante la reconciliación se prometió que no se arrestaría a quienes permanecieran, pero al final se arrestó. El régimen ha demostrado que no es de fiar".

Los acuerdos de reconciliación se forjaron entre Gobierno y opositores, con mediación rusa, tras asedios devastadores sobre áreas rebeldes. Con los alzados casi rendidos, ofrecieron una vía de salida a los más díscolos y, a quienes aceptaran el control oficialista, una promesa vaga de no ser perseguidos. "Aunque se publicitan como reconciliaciones, la situación sigue siendo conflictiva bajo el punto de vista social. La gente puede volver a sus casas y hacer vida normal, pero la estabilidad no está garantizada", matiza Gabriel Garroum, investigador en el departamento de Estudios de la Guerra de King's College.

Lo sucedido en Daraa demuestra que una guerra no se acaba cuando el ganador iza su bandera. Alrededor todo es ruina. Muchos habitantes se desplazaron. Las luchas fratricidas han sedimentado en un poso de desconfianza casi irrecuperable. Eso es Siria hoy. "Asad ha ganado, pero al mismo tiempo ha perdido Siria, porque la ha entregado a Rusia e Irán, y ha perdido al pueblo sirio, que no tolerará ni su Gobierno ni su existencia sin rendir cuentas", denuncia Jalid Hamud, uno de los manifestantes en Daraa.

La Red Siria para los Derechos Humanos, que ha tratado de hacer recuento de víctimas del conflicto, acaban de publicar la cifra de 223.161 muertos en ocho años. Otros la elevan a medio millón. El 88,91% de ellos murieron bajo fuego asadista o de sus aliados rusos e iraníes; el Estado Islámico (IS) y otros grupos extremistas mataron a más de 5,400 personas y la coalición occidental, orquestada para acabar con los yihadistas - que se hicieron fuertes gracias a los petrodólares y al apoyo logístico turco -, a más de 3,000 sirios. Seis millones de sirios han sido desplazados internos y 5,6 millones se han tenido que refugiar en países extranjeros, huyendo de una violencia para, en muchos casos, recalar en otra. Más de cien mil sirios siguen desaparecidos.

Las protestas nacidas en Daraa se extendieron durante 2011 por los suburbios de las principales ciudades y por capitales provinciales conservadoras. Unieron a jóvenes e intelectuales, que creían ver en ellas una oportunidad para democratizar Siria, a élites conservadoras suníes, tradicionalmente enfrentadas al régimen secularista del Baaz, y a campesinos recién migrados a las ciudades, empobrecidos en los últimos tiempos. Todos testigos de un poder corrompido y sostenido por un gran aparato de seguridad.

La respuesta violenta a las protestas recrudeció la situación en las calles sirias hasta que, en verano de 2011, se organizó una milicia integrada por desertores del ejército sirio, con apoyo extranjero. Su avance territorial creció al mismo tiempo que lo hizo la radicalización ideológica de ciertos grupos aliados, que acabarían aliándose con Al Qaeda o fundando el Estado Islámico. Sólo la intervención directa de Rusia, el 30 de septiembre de 2015, junto con las fuerzas chiítas mantenidas con Irán salvó el trono de Asad.

Las tornas han cambiado hoy. Los leales a Damasco dominan todas las grandes urbes industriales. Sólo el norte escapa a su control. La oposición, capitalizada por radicales, preserva Idlib, una provincia noroccidental, bajo amenaza de ataque, con tres millones de desplazados. Turquía y varios grupos alzados mantienen una franja septentrional de la provincia de Alepo. Una alianza de mayoría kurda gestiona el noreste y este de Siria, donde se concentran las reservas de hidrocarburos. El IS es casi historia.

"El debate de los últimos años giraba en torno a qué hacer con Asad; hoy, es sobre cómo reconstruir el país, normalizar las relaciones diplomáticas y qué hacer con los refugiados", resume Garroum. La ONU estima en cerca de 350,000 millones de euros el precio de reconstruir el país, cantidad que ni Siria ni sus socios Rusia e Irán - de quienes depende económica y militarmente - pueden costear. Entre quienes aspiran a colaborar está, paradójicamente, Arabia Saudí, apoyo de la oposición armada. Emiratos reabrió su embajada, se cree, para canalizar las comunicaciones con Riad.

Este proceso, particularmente para los civiles que pretenden volver a la normalidad, se antoja traumático. "A los desplazados que quieren volver se les identifica como rebeldes, y eso genera una sensación de inseguridad tremenda a la hora de reclamar una propiedad", subraya Gabriel Garroum. "Si tu casa está destruida, y quieres ejercer tus derechos sobre la propiedad, necesitas papeles y trámites presenciales, los cuales te identifican políticamente por haberte ido", ejemplifica. Por eso, Abdulkafi Alhamdo ve lejano su retorno: "Esta guerra me ha arrebatado a alumnos y amigos pero, sobre todo, me ha arrebatado mi confianza en la comunidad internacional. Hay algo diabólico en este mundo".



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