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“Demócratas” enamorados del poder
Por Francisco José Cruz y González | Revista Siempre Mi comentario se refiere, en esta ocasión, a los políticos que se ostentan como demócratas, pero en realidad son unos ambiciosos, ególatras, obsesionados con el ejercicio del poder, usando en su provecho, sin el menor escrúpulo, los mecanismos de la democracia liberal. También aludiré a dirigentes políticos de países pseudodemocráticos, importantes en el concierto mundial. Advierto que mi reseña de personajes y mis comentarios llevan segundas intenciones. Comienzo con Latinoamérica y el Caribe, donde pululan —como lo hacen insectos y sabandijas, según definicón del diccionario de la Academia— los presidentes “demócratas” enamorados del poder. De la izquierda, que floreció de manera efímera en la primera década de este siglo, y también de la derecha. De Cuba a la Argentina, sin pasar por México, donde felizmente está en vigor, desde hace un siglo, —con la excepción de un maximato a finales de los 20, a mitad de los 30— la no reelección presidencial como dogma inmutable. Gobernantes de izquierda y derecha cuyo ejercicio del poder, como dictadores, desprestigia ante el pueblo a la democracia. De los actuales gobernantes de izquierda en el continente, Maduro, el más impresentable, se ha reelegido y se mantiene en el cargo a través de fraude y de la represión a opositores, políticos y ciudadanos de a pie. Completan la lista de esta izquierda impresentable Daniel Ortega, el nicaragüense, reeligiéndose de manera vitalicia y recreando la infame dictadura del clan Somoza. Asimismo Evo Morales, buen gestor, pero convencido de que es el líder necesario de Bolivia y que a través de trácalas legales, se reelige sin recato. Hay, sin embargo, unas izquierdas que ha respetado la legislación electoral: la de Chile y la de Uruguay, cuyos dirigentes, que han sido jefes de Estado, los chilenos Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, así como Pepe Mujica y Tabaré Vázquez, de Uruguay, la enaltecen. Es cierto también que Lula en Brasil y Cristina Kirscher en Argentina no se han reelegido indefinidamente, pero sus mandatos han sido de claroscuros. ¿Y Cuba? Siempre me he resistido a encasillar a su gobierno como demócrata o no, por su accidentada historia de icono de la izquierda y del comunismo en América Latina y, al mismo tiempo, de víctima propiciatoria del peor imperialismo estadounidense. Hoy la isla se encamina, entre los estertores de los ancianos —y también de jóvenes— de la nomenklatura, a la iniciativa privada de Miami y de la isla —el cuentapropismo— y los bandazos del gobierno estadounidense —de Obama a Trump— al liberalismo económico. Que no al político, por lo menos en el corto plazo. La derecha latinoamericana también tiene cuentas pendientes. A guisa de ejemplo, recuérdense reelecciones fraudulentas, como la del desprestigiado Juan Orlando Hernández en Honduras y el maximato en Colombia de Álvaro Uribe, tramposo, irascible y ególatra, que gobierna a través del bisoño Iván Duque. Queda por verse, con escepticismo, cuando no con temor, si Jair Bolsonaro sigue considerándose el mesías brasileño y buscará las reelecciones indefinidas. Si seguimos hablando de América, reiteremos que el más peligroso de los “demócratas” enamorados del poder es Donald Trump. De él se habla hasta la saciedad y es motivo permanente de nuestra indignación por sus mentiras, proyectos —como el muro de la infamia— e insultos que afectan a México. Como es también indignante, la legión de ignorantes, xenófobos y racistas que lo siguen. Mi esperanza, en fin, es de que sus cuentas con la justicia o las elecciones liberen de él al mundo. Pero Trump tiene otra cuenta pendiente, de la que poco se informa, con la Unión Europea. Si a él y a no pocos de sus compatriotas, y también a no pocos británicos, el Viejo Continente le causa una suerte de erisipela —el brexit es la expresión, absurda, de tal rechazo— no se había revelado al gran público que multimillonarios estadounidenses, ultraderechistas y vinculados al mandatario financian campañas de fomento al extremismo y para desestabilizar a esa Europa comunitaria. No solo se trata de Steve Bannon y su activismo ultra en el continente, sino de millonarias campañas de importantes empresas, muy bien montadas para desprestigiar gobiernos y líderes europeos —por ejemplo a Macron en el asunto de los chalecos amarillos—, así como para apoyar a líderes y partidos eurófobos: Geert Wilders en Holanda, el británico Nigel Farage, entusiasta del brexit, y el partido ultraderechista alemán, Alternativa para Alemania (AfD) que tuvo exitosos resultados, como nunca, en los comicios de 2017. Sin hablar también del apoyo a la francesa Marine Le Pen, líder del Reagrupamiento Nacional. Esta violenta ofensiva contra Europa, desde el exterior, tiene cómplices en el interior de la “fortaleza” europea. Ostensible, rijosa, en Matteo Salvini, vicepresidente italiano y en el gobierno de Roma; hipócrita en el canciller (premier) austriaco Sebastian Kurz y otros gobiernos de Europa Central; y extremadamente peligrosa con Viktor Orban, el primer ministro húngaro, al grado de que la autoridad de la Unión Europea —Bruselas— ha tomado cartas en el asunto y activa mecanismos legales para hacerle frente, y de que el grupo del Partido Popular Europeo (PPE) en el parlamento comunitario, se prepara a expulsar de sus filas a Orban y a su partido Fidesz, en vísperas de las elecciones del parlamento europeo, este mes de mayo. Orban, ante la amenaza de expulsión, amaga con aliarse a los populistas que gobiernan Polonia. Recuérdese que Varsovia está gobernada por el partido ultraderechista Ley y Justicia (PiS) al mando, desde la sombra, de Jaroslaw Kaczynski, un siniestro monje laico. Orban es un populista, enamorado del poder —gobernó de 1998 a 2002, y ha vuelto al poder desde 2010. Cuenta ahora con mayorías aplastantes en el parlamento y juega al enfrentamiento con la Unión Europea, empleando la imagen de David contra Goliat, muy arraigada en Hungría, acosada en el pasado por alemanes y rusos —igual que Polonia— y hoy, “por Bruselas”, según la falacia que vende el ministro a sus compatriotas. En este desafío a la Unión Europea todo se vale para el húngaro, que afirma defender la “cultura cristiana”; mientras la prensa progubernamental dice que los partidos de derecha —que amenazan con expulsar de su grupo a Orban— “ya no defienden a las naciones, ni al cristianismo, ni a la familia tradicional, y se han convertido en siervos del liberalismo enfermo”. Esa prensa, además, urge al premier a hacer “nuevas alianzas” con partidos ultranacionalistas como el mencionado PiS polaco, el del italiano Salvini —la liga— y el ultraderechista FPÖ austriaco. Europa está siendo, igualmente, blanco de campañas de desinformación, con el objeto de desestabilizar a la Unión Europea, orquestadas por el Kremlin. De manera que Moscú, presente en los Estados Unidos, donde, con la complicidad de Trump o manipulándolo, habría influido en la última elección presidencial, también lo está en el Viejo Continente. Bajo la conducción, Rusia, de un “demócrata —de Eurasia— también enamorado del poder”. Que gana todas las elecciones, cumpliendo con los ritos del derecho electoral: ceder la presidencia por un período, para retornarla en el siguiente. “Hombre fuerte”, como Trump y Orban, este Vladimir Putin “es quien ha reivindicado a la Rusia-URSS humillada por los Estados Unidos y Europa Occidental cuando colapsó el comunismo”. Los tres personajes, uno de America, otro de Europa y el tercero de Eurasia encarnan hoy al “hombre fuerte”, al líder —führer— “que habrá de rescatar a su pueblo, y al mundo de la decadencia a la que lo condena la democracia liberal y sus falsos valores de justicia e igualdad para todos”. Un ejemplo, el de estos personajes que contagia por igual a otros dirigentes, que se consideran el hombre indispensable para su pueblo, y a los gobernados, que buscan y se entregan incondicionalmente al líder. ¿Es el retorno del fascismo?, ¿también en México? Hay en la periferia del mundo otros dirigentes “demócratas” enamorados del poder, “hombres fuertes”, el líder —el führer. Como Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, entre 1996 y 1999, y de 2013 a la fecha, quien, debilitado políticamente —está enjuiciado por corrupción— hace campaña para la elección parlamentaria del 9 de abril, declarando que “Israel solo pertenece a los judíos, no a todos sus ciudadanos”, con lo que discrimina a la importante minoría árabe que vive en el país. Lo que ha valido, por lo pronto, al primer ministro, el rechazo por parte de la acrtiz israeli, Gail Gadot, Wonder Woman. No omito referirme al caso de Abdelaziz Buteflika, presidente, “hombre fuerte”, de Argelia, quien es hoy noticia de primera plana, porque desde 1999 ejerce la presidencia y en estos días fue postulado para un quinto mandato, a pesar de que, a consecuencia de un derrame cerebral en 2013, no es él quien gobierna, sino líderes del ejército, los servicios secretos y empresarios amafiados con esta camarilla. Importa señalar al respecto, que la nueva candidatura de Buteflika, quien se encontraba recluído en un hospital de Suiza, fue presentada como “alternativa al caos”: el “hombre fuerte”, a pesar de que ello constituía una burla al pueblo. Por otra parte, esta burla al pueblo provocó reacciones, inesperadas para la camarilla que gobierna, de millones de argelinos que salieron a la calle durante varios días, exigiendo el retiro de la candidatura —el día internacional de la mujer, ocho de marzo, las manifestantes exhortaron a vestirse con las mejores ropas, a “ser bellas para Argelia y que el país se enorgullezca de sus hijos”. Por último, que la presión popular dio resultado y el presidente retiró su candidatura; una señal de que hoy, hasta en regímenes no precisamente democráticos, las acciones de la sociedad civil llegan a tener éxito. Sin embargo, las protestas no han cejado porque el pueblo —la sociedad civil— teme fundadamente que, la renuncia de Buteflika, sin una auténtica convocatoria a elecciones libres, sea una maniobra gatopardista, de “cambiar para que todo quede igual”. El escenario internacional, que he recorrido en estos comentarios muestra realidades que hacen temer la exhumación y el retorno del fascismo de los años 20 a los 40 del siglo pasado, que llevó al mundo a la segunda guerra mundial y a una interminable guerra fría de medio siglo. ¿Es irremisible este retorno? No, si la mejor Europa, Alemania y Francia —motores de la Unión Europea— más los gobiernos y comunidades nacionales que creen en esa Europa comunitaria, dan respuestas inteligentes y contundentes a la protesta —a veces con razón— de la sociedad civil y unidos enfrentan políticamente, con energía a los gobernantes y políticos eurófobos. Ya el mandatario francés, Emmanuel Macron, ha presentado en una carta titulada “Por un renacimiento europeo”, que dirige a los “ciudadanos de Europa”, y muchos diarios importantes del continente publicaron los días cuatro y cinco de marzo, su visión de Europa en víspera de las elecciones al parlamento europeo. Mientras en Alemania Annegret Kramp-Karrenbauer, líder de la conservadora CDU, y quien habría de suceder a la canciller Ángela Merkel, presentó también sus propuestas para reformar Europa. Que difieren en los temas sociales de lo que propone Macron, pero coinciden en su “patriotismo europeo.” Hay esperanza, además, si las investigaciones sobre graves responsabilidades políticas y penales en que habría incurrido Trump en los Estados Unidos frenan los perversos ataques, de un loco, que lanza el presidente a gobiernos, empresarios y la sociedad civil de otros países y que atentan contra la frágil estabilidad de la sociedad internacional. Y si los demócratas compiten con éxito en los comicios presidenciales de 2020 y expulsan del escenario político a quien nunca debió haber llegado. Habrá que seguir de cerca a los posibles candidatos: Joe Biden, vicepresidente de Obama (hoy con 31 por ciento de preferencias), Bernie Sanders, el izquierdista senador de Vermont, precandidato ya en las pasadas elecciones, y la senadora de California, Kamala Harris, mestiza, “de color”, como Obama, que ya es la tercera en las preferencias de los electores (11 por ciento). Para los mexicanos —y latinoamericanos— tiene especial valor la candidatura de Julián Castro, nieto de mexicanos y ya con sólidas credenciales políticas. Asimismo, aunque entiendo que aún no participa en la contienda por la candidatura, el texano Beto O´Rourke, profundamente vinculado a la comunidad hispana. Por último, mi candidata, que hoy mismo no está en la liza electoral, pero tengo la esperanza de que compita y gane: Alexandria Ocasio-Cortez, la más joven integrante de la cámara de representantes, brillante, carismática, idealista; también con raíces hispanas o latinas. Expreso, por último, el deseo de una América Latina —y Caribe— con políticos, partidos políticos y gobernantes honestos, preparados y equilibrados. Insch´Alá. regina |
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