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Las mujeres mexicanas rompen el silencio con una sola voz


2019-03-31

David Marcial Pérez, Almudena Barragán, Sonia Corona, El País

Un elefante en el cuarto. Un secreto a voces. Una olla a presión que acaba de estallar. Cientos de mujeres mexicanas han roto el silencio contra la violencia machista incrustada en los entornos del trabajo y las relaciones profesionales. Desde el sábado pasado, una catarata de voces se han ido arropando unas otras, conjurando el miedo y el desamparo en las redes sociales. El resultado de la explosión es todavía una nube caótica de denuncias –en buena parte anónimas y personales-, una llamarada catártica aún por ordenar y articular. Han usado el paraguas del MeToo, pero el movimiento en México va más allá de ser una secuela del estadounidense, tiene raíces y componentes propios de un país que dobla la tasa mundial de violencia contra las mujeres y arrastra unos índices feroces de impunidad.

Lo primero fue la literatura. El jueves 21 de marzo, el escritor Herson Barona tenía programada una presentación en una liberaría de Ciudad de México. Unas incipientes denuncias por Twitter instaron al establecimiento a no amparar a un supuesto maltratador físico y emocional de al menos 10 mujeres. La librería recogió el guante y canceló el acto. Barona respondió con un texto exculpatorio donde reconocía que había “lastimado emocionalmente a varias personas” pero negaba las acusaciones de violencia. El sábado una antigua pareja le confrontó en las redes exponiendo su caso de maltrato.

A partir de ahí, la brecha se fue haciendo cada vez más grande. De manera espontánea y colaborativa, nació el hashtag #Metooscritoresmexicanos, se abrió una cuenta de Twitter y otra de correo electrónico para recibir denuncias. La iniciativa del mundo de la literatura fue replicada en los siguientes días en los ámbitos del periodismo, cine, academia, publicidad, abogacía, hasta superar la decena de ámbitos profesionales.

El martes 26 de marzo se reunieron más de un centenar de escritoras, editoras y comunicadoras en una asamblea para pensar juntas los siguientes pasos. El texto producido en la reunión incide en la voluntad de enunciar desde una voz colectiva y, asumiendo la complejidad del conflicto, escapar de manifiestos y hojas de ruta simplistas y maniqueas: “Hoy lo que queremos aquí es re-conocernos, vernos aunque nunca nos hayamos visto, reconocer que estamos juntas, poder juntas hacer algo útil, una organización en donde sintamos que todas podemos sostenernos, no tenemos que estar solas”

Ana G. González, 29 años, fue una de las primeras voces en alzarse y desatar el MeToo de escritores. “En la asamblea nos sentimos protegidas. Pero no todas estábamos allí. Me pregunto si esto es un movimiento o un momento, que todavía no agarra forma. Nos ha costado mucho producir un primer texto colectivo y ya sentimos mucha presión por responder a las grandes preguntas. Apenas estamos sacando la sopa como para saberlo todo. Apenas nos estamos conociendo entre nosotras”.

Esta no ha sido el primer “momento”, la primera acción colectiva de denuncia en redes y bajo el anonimato. En 2015, trabajadoras del ámbito de la cultura lanzaron #ropasucia para ventilar situaciones sexistas. Al año siguiente #MiPrimerAcoso enumeraba otra lista de tipologías. En 2017 bajo el lema #simematan se articuló una campaña contra la revictimización de las mujeres durante las coberturas mediáticas y los proceso penales de instrucción de feminicidios. En México, al menos 6 de cada 10 mujeres ha sufrido un incidente de violencia, el doble que la media mundial, según ONU Mujeres. Nueve mujeres son asesinadas cada día en el país.

“Si te da miedo denunciar, manda un mensaje y publicamos el nombre del agresor”, es el mensaje de invitación de la cuenta de escritores, que ha recibido casi 300 denuncias en una semana. Malestar, abandono, miedo, enojo, vergüenza o angustia son las palabras más repetidas por la decena de víctimas que han denunciado a escritores, periodistas y cineastas con las que EL PAÍS ha podido contactar y que prefieren no dar su nombre por miedo a las represalias. El anonimato y la respuesta colectiva, el efecto de sentirse respaldadas, acompañadas, escuchadas en un foro en el que la gente está prestando atención ha sido, a su juicio, clave para tomar el impulso necesario para salir del aislamiento traumático y, en muchos casos, hurgar heridas del pasado.

El vendaval va tomando tierra con el paso de los días. La primera señal de que el movimiento estaba cimbrando algunos centros de trabajo ocurrió en la industria periodística. El diario Reforma separó de su cargo al director de operaciones editoriales, Leonardo Valero, quien fue denunciado ante los tribunales laborales por una exeditora del periódico por acoso y hostigamiento sexual. El relato de la periodista también se hizo público a través de las redes sociales, donde al menos dos mujeres más se sumaron a la denuncia. El periódico se mostró, en una columna editorial, en favor de que las empresas tomen acciones ante los señalamientos, pero no ha ofrecido un posicionamiento sobre este caso en particular. Valero ha negado las acusaciones en una carta enviada a diversos medios de comunicación de México.

“Se van sumando estas denuncias y todas estamos pensando en eso, reinterpretando, reescribiendo cosas que nos sucedieron. Hay muchos abusos que una no clasifica así hasta mucho después. Pasa mucho tiempo hasta que te das cuenta o estás preparada a admitir la violencia que viviste”, dice una de las víctimas. Según los datos de instituto oficial de estadística, INEGI, alrededor de la mitad de las mujeres que han sufrido violencia manifestaron consecuencias psico-emocionales posteriores, entre ellas, trastornos de alimentación, problemas nerviosos y del sueño, angustia y particularmente tristeza, aflicción y depresión.

Antes de este fenómeno impulsado en las redes, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el mayor centro universitario de Latinoamérica, había reconocido que existe un grave problema de acoso sexual en sus aulas. Durante el curso lectivo del año pasado registró 251 quejas por abuso sexual. En siete de cada 10 casos se trataba de agresiones que ocurrieron en una relación entre profesor y alumna. El 73% de las periodistas consultadas en una encuesta realizada por el colectivo de Periodistas Unidas Mexicanas (PUM) —al frente de la hashtag de comunicadores que acumula casi 200 denuncias— dijeron haber vivido algún tipo de acoso sexual en su puesto de trabajo. El 84% de ellas reconocieron no tener acceso a un protocolo contra el acoso en sus empresas ya sea porque no existen o porque desconocen si los hay.

“Las denuncias anónimas en las redes son un medio que ha permitido generar una discusión pública que de otra manera no se hubiera socializado tan rápido. El tema está llegando a otros medios, en la opinión pública está empezando una conversación que antes no sucedía”, apunta Christian Mendoza, investigadora del centro de estudios de género Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir.

El abanico de denuncias compone todo un termómetro de prácticas e intensidades, desde el ámbito privado de la pareja, al comportamiento en el espacio laboral, desde el menosprecio hasta la violación. Los debates que se están produciendo dentro del incipiente movimiento ya están planteando la necesidad de modular y clasificar el tipo de violencia, pero también inciden en que la cuestión trasciende las fronteras jurídicas. Se trata más bien de redefinir los mecanismos y las reglas de convivencia entre hombres y mujeres, repensar las licencias que el marco cultural concede al hombre, especialmente dentro las relaciones de poder en los espacios de trabajo.

En México, solo el 7% de los delitos son denunciados, y apenas el 3% de las investigaciones policiales acaban en sentencia. “Existe muchas trabas del sistema de justicia por problemas estructurales”, apunta el profesor de Derecho penal del ITAM, Héctor Pérez. “La prioridad son causas que tienen que ver con cuestiones patrimoniales, se cree poco a las víctimas y hay poca capacidad institucional para procesar casos como el acoso. Eso ha provocado que las víctimas no denuncien. En un país con altas tasas de impunidad, empeora aún más para grupos vulnerables como las mujeres”.



JMRS


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