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Otro día de protestas en Caracas; pero no es el final


2019-04-30

Por SYLVIA COLOMBO, The New York Times

CARACAS — Venezuela despertó este martes 30 de abril ilusionada con la idea de que este podría ser el último día de la dictadura de Nicolás Maduro. Estaba todavía oscuro cuando, desde la base militar de La Carlota, Juan Guaidó, el presidente encargado, apareció sorpresivamente en un video al lado de un circunspecto Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular y quien hasta entonces estaba en arresto domiciliario.

Los flanqueaban militares armados y agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) que habrían abandonado a Maduro.

Como quien exhibe un trofeo —el preso libre y parte de las fuerzas de seguridad—, Guaidó afirmó que Maduro ya no controlaba el país y llamó a los venezolanos a tomar las calles.

Muchos lo atendieron ilusionados apenas el sol se levantaba. Miradas esperanzadas, puños al aire, cuerpos envueltos en la bandera venezolana.

Afuera de una panadería en Caracas, un señor de edad avanzada preguntaba a las personas que lo pasaban, casi atropellándolo: “¿Renunció Maduro?”. Pero nadie lo sabía a ciencia cierta.

Con el paso de las horas se ha demostrado que la ilusión que despertó este episodio no pasaría de una nueva frustración colectiva, como muchas otras que la han antecedido desde la llegada de Nicolás Maduro al poder en 2013.

Ni Guaidó ni López lograron acercarse al palacio de Miraflores, ni Maduro renunció ni voló a Cuba, como se repitió durante el día. Incluso entre los periodistas proliferó la desinformación, la paranoia, las noticias falsas y la falta de fuentes fidedignas de información, lo que provocó que circularan muchas versiones ficticias sobre el paradero de Maduro y de Guaidó. Eso contribuyó a que muchos venezolanos, los que salieron a las calles o siguieron las protestas desde sus casas, creyeran que el día iba a ser distinto a los demás. Pero no lo fue.

Fue otra jornada de manifestaciones, enfrentamientos con gas lacrimógeno, un enjambre de colectivos que surgían de la nada para diluir los racimos de gente protestando, tanquetas que avanzaban sobre la gente para demostrar autoridad, pero con un nivel de represión menor que en 2017. En ese año, durante la víspera de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (el órgano afín a Maduro), hubo tiros, guarimbas, civiles encapuchados dispuestos a todo, sangre en las calles, miles de heridos y más de 160 muertes.

Este martes, Guaidó jugó con el factor sorpresa. Inició la última fase de la llamada Operación Libertad 24 horas antes de lo previsto, el 1 de mayo, el día de los trabajadores y el momento en el que estaba programada una marcha nacional.

Hace unos meses, Guaidó puso en marcha en Cúcuta, Colombia, una estrategia valiente pero ingenua para intentar introducir ayuda humanitaria en el país. El experimento no funcionó. Del mismo modo, el cálculo de que con un despliegue sorpresivo de opositores y civiles animados en la calle haría que el dictador renunciara fue erróneo.

Maduro aún no se ha ido, aunque quizás mostró un músculo político todavía más debilitado: su llamado al pueblo a ir al palacio de Miraflores para defender la revolución atrajo a mucha menos gente que la que se reunió en la plaza Altamira por la convocatoria de Guaidó. Sus voceros dijeron que seguían con él y Tareck el Aissami, exvicepresidente y actual ministro de Industrias, llegó a decir que el levantamiento militar era “microscópico”.

El Aissami exageraba. Los oficiales disidentes no eran muchos pero fueron muy aplaudidos durante el día mientras caminaban por la calle con una banda azul en el brazo, la señal de apoyo a Guaidó. Esos disidentes han sido un nuevo método de presión a Maduro. El otro fue la liberación de Leopoldo López, quien resurgió en el escenario político venezolano justo cuando ya se empezaba a decir que había una fricción entre él y Guaidó por supuestas disputas de liderazgo.

Aunque no haya habido una resolución el mismo día en el que inició la última fase de la Operación Libertad, la dictadura parece asustada. La arremetida contra Maduro reveló el temor del gobierno, pero no ha dado señales concretas sobre algo más importante: no se ha respondido cuándo y cómo terminará el sufrimiento de los venezolanos.

Más allá de las protestas, Caracas sigue triste y gris, muchos de sus comercios están cerrados, las escuelas sin clases, los cajeros automáticos con filas inmensas, el metro sin servicio, los camiones desbordados de gente y una escasez de agua que ha llevado a jóvenes a colectar aguas residuales en el río Guaire.

Se espera que la historia sea distinta el 1 de mayo, que nuevos elementos surjan para precipitar la salida de Maduro y hacer realidad el fin de esta saga. Los venezolanos esperan que se cumpla la promesa de unas prontas elecciones libres y justas y que se abran las fronteras para la entrada de la ayuda que millones de ellos necesitan.



regina


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