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"Que se amen los unos a los otros como yo los he amado"


2019-05-14

Evangelio, Juan 15, 9-17

"Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos"

En aquel tiempo, Jesús dijo sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permaneced en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.

Reflexión

S.S. Papa Francisco

"Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando"

¡El mismo amor de Dios! Jesús tiene para nosotros el mismo amor con el que es amado por el Padre. Lo único que vale la pena es permanecer en este amor guardando los mandamientos, viviendo en ellos y de ellos, asemejándose, incluso en esto, al mismo Jesús. Nuestra alegría es permanecer en el Señor. Es una relación completamente nueva con Dios, la que trajo y ofreció Jesús.

El mandamiento del amor recíproco («amaos los unos a los otros») no es sólo horizontal, porque se refiere también a la relación con el Señor («como yo os he amado»). Él mismo es el cumplimiento total del mandamiento, porque dio su vida, como un acto de sacrificio, de ofrenda, por nosotros, sus amigos. El amigo no es menos que el hermano, sino más, si es posible, porque indica una predilección dentro de la fraternidad común de los discípulos. Y son los amigos los que asumen y ponen en práctica el mandamiento del amor.

Hay un ciclo entre el Amor de Dios y el permanecer en este Amor a través de la observancia de los mandamientos. Estos, sin embargo, en su multiplicidad y variedad, se reúnen en el que Jesús llama «suyo»: «Que os améis unos a otros como yo os he amado». Cada mandamiento es el camino del amor. Y el pecado es siempre una experiencia de ausencia o de renuncia al Amor.

Invitándonos a vivir en la plenitud de su alegría, Jesús se presenta como el que está lleno de ella. Una verdadera desproporción con respecto a nuestra condición habitual, a causa de nuestros pecados. Para merecer y conservar el don, es necesario, en primer lugar, recordar que es, precisamente, un don de Dios. Cada uno recibe el don, sea cual sea su persona o su historia.

Es el gran pasaje de Dios en medio de la humanidad. La fe cristiana no es el ascenso religioso de la humanidad hacia Dios, sino la humillación del Dios de Israel que, en el Hijo Jesús, desciende a nuestra humanidad hasta la muerte. Dios se entregó completamente -literalmente se puso en nuestras manos- en la persona de Jesús. Dios está entre nosotros y en nosotros.

«Y Jesús funda la Iglesia con aires de una amistad, como un acto de amor, como un gesto de compasión por nuestra condición frágil y limitada. Y al encarnarse, Jesucristo abraza nuestra humanidad, abraza a nuestro “yo”, a veces egoísta, tantas veces temeroso, para regalarnos su fuerza y mostrarnos que no estamos solos en el camino de la vida, que tenemos un amigo que nos acompaña. Gracias a ello, cada vez que decimos “yo” podemos decir “nosotros”, es decir, somos comunidad con Él. Tenemos un “amigo” que nos sostiene, nos invita a proponer misioneramente esa misma amistad a todos los demás y así dilatar la experiencia de “Iglesia”.»



JMRS


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