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¡Trump go home! (Trump Tower, Nueva York)
Por RICARDO SILVA ROMERO, El País
Si algo ha hecho el Gobierno de Duque, conformado por una oposición que llamó “democracia sometida” a la democracia colombiana durante ocho años, es congraciarse con el proyecto de Trump –ha llegado al extremo de estar de acuerdo con él– como ofrendándole una nación a una deidad anaranjada: reinició el fracaso del prohibicionismo apenas pudo, retomó esa larga e inescrupulosa derrota que es la Guerra contra las Drogas, acusó a la Corte Constitucional de entorpecer la lucha contra el narcotráfico, agradeció a los padres fundadores de Estados Unidos su papel “fundamental” en nuestra Independencia, hizo el papelón de redentor crucificado de Venezuela, objetó la ley de la JEP y llamó “Mi presidente Trump” –fue la vicepresidenta Ramírez– a un hombre capaz de destruir el planeta si resultara un buen negocio. Y Trump le ha respondido a Duque con una serie de puñaladas traperas: “Es un buen tipo, pero no ha hecho nada por nosotros…”, “Hay más drogas saliendo de Colombia ahora mismo que antes de que él fuera presidente…”, “Están mandándonos verdaderos asesinos…”. Y su Gobierno perdonavidas e insólito le ha agradecido a este país su triste lealtad, que ha dejado cientos de miles de víctimas, quitándoles la visa a un puñado de funcionarios que no han estado trabajando para los Estados Unidos de Trump, sino para Colombia. En honor a la verdad, la relación entre los dos países ha sido así –de puertas para afuera, una sociedad; de puertas para adentro, un sometimiento– desde que el presidente Theodore Roosevelt soltó su presuntuoso “I took Panama” a finales de 1903. Vinieron el Tratado Thomson-Urrutia en 1914, la Misión Kemmerer en 1923, la Política del Buen Vecino en 1933, la Misión Currie en 1949, la Guerra contra las Drogas en 1971, el Plan Colombia en 2001. Vinieron gobiernos dignos e indignos. Pero quizás porque esta república con alma de colonia le ha dedicado su historia a pensar en lo que debería ser –si España o Francia o Estados Unidos–, mucho más que a pensar en lo que es, habría que decir que este último siglo hemos vivido arrimados al árbol de dólares de los gringos. Y que el Gobierno de Duque se ha jugado su vida por esa tradición. Su respuesta al humillante manotazo contra los magistrados, algo nunca visto, ha sido una respuesta insulsa e innecesaria: “Respetamos las decisiones de cada país…”, sí, quién no. Pues su sumisión le da derecho a dejar en claro que así no se trata a los socios, que los saboteadores son ellos, que este no es un pulso entre las cortes colombianas y los Estados Unidos, sino una afrenta a nuestra democracia. Es tarde, me parece, para aprender el sentimiento antiyanqui. Pero tiene sentido gritarle “¡Trump go home!”, como lo quiera gritar la diplomacia, pues es claro que su casa no es todo su país, sino esa torre ominosa desde la que pretende jugar con el mundo sin resignarse a sus reglas. regina |
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