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Qué hacer en caso de incendio


2019-05-19

Joaquín Estefanía, El País

El primer año en el que el desarrollo económico superó la capacidad de carga de la Tierra fue 1980, según los científicos. Han pasado casi cuatro décadas desde entonces; a partir de ese momento, los ciudadanos comenzamos a consumir recursos naturales a un ritmo superior al que el planeta podrá recuperar. El consumo de recursos no renovables haría ya necesario un planeta y medio, y mucho más si el conjunto de la ciudadanía generalizase las pautas de vida y de consumo de EE UU o de la UE. Además de ello, padecemos un cambio climático muy profundo; se ha alterado el clima del mundo. Hoy se vive en un planeta un grado más caliente que el de nuestros tatarabuelos; a finales de este siglo, los nietos de nuestros hijos nacerán en un mundo en el que los gases de efecto invernadero habrán podido añadir uno, dos, tres y hasta cuatro grados a la fiebre planetaria.

La destrucción del planeta no es algo que deba preocupar sólo a ecologistas bienintencionados y sensibles amantes de los animales

Todos estos datos, y otros muchos, figuran en el libro ¿Qué hacer en caso de incendio? (Capitán Swing), escrito por el bioinformático Héctor Tejero y el antropólogo Emilio Santiago, que sin pretender ser alarmistas continúan la reflexión con la siguiente y rotunda frase: “Si finalmente la temperatura del incendio sube más, puede que sencillamente no haya nietos”. Es bajo estas premisas bajo las que ha movilizado a miles y miles de personas la adolescente sueca Greta Thunberg, que en el Foro de Davos, el pasado mes de enero, gritó: “Quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está”. Y los jóvenes comenzaron las huelgas escolares por el clima y los viernes para el futuro.

En el prólogo del texto, Íñigo Errejón hace una reflexión conjunta sobre el clima deteriorado y los recursos desbordados: a medida que se destruye el medio ambiente y los recursos empiezan a escasear, se tensan las costuras de la convivencia y la estabilidad, y se afilan las tendencias del “¡sálvese quien pueda!” y del autoritarismo para el disfrute cada vez más excluyente de recursos menguantes. Por tanto, la destrucción del planeta no es algo que deba preocupar sólo a ecologistas bienintencionados y sensibles amantes de los animales y de la naturaleza, sino que es una cuestión directamente política, la principal amenaza que se cierne sobre las democracias y sobre el ideal de tener sociedades más justas y libres posibles. La crisis ecológica no sería sólo una cuestión ambiental o tecnológica sino ante todo un problema político de primer orden porque interpela a la ciudadanía como especie y atañe a la calidad de la vida, a la propia supervivencia y la de las generaciones inmediatamente posteriores.

Es en este contexto en el que ha surgido como parte de la conversación política el Green New Deal (GND), un plan que ha nacido en EE UU (presentado y extendido por la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez) y que es una especie de keynesianismo verde en el que el sector público impulsa las inversiones necesarias para transformar el modelo económico hacia un crecimiento más sostenible, basado en las energías renovables. Los autores del libro entienden que el GND, con todos sus límites y contradicciones —que analizan—, es un contraataque en campo contrario, en los minutos finales del partido; posiblemente, el GND no permitirá apagar el incendio pero sí mitigarlo, conseguir tiempo, forzar una prórroga.

Es muy sugerente la reflexión de la lucha contra el cambio climático como una “dimensión ganadora” que puede acabar cargándose de un valor suplementario al de su significado concreto, y pase a designar (junto con el feminismo y la lucha contra la desigualdad) un conjunto más amplio que es mucho más que la suma de las partes. Anudar la cuestión social, la cuestión de género y la ecológica es fundamental para asegurar un bloque social suficiente como para que estas propuestas (entre ellas, el GND, con una movilización de recursos sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial) se conviertan en políticas públicas sostenidas en el tiempo. También China, con otros objetivos, está iniciando una billonaria renovación de las infraestructuras con la moderna Ruta de la Seda.



JMRS


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