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Degradando las conciencias


2019-05-23

 

Por: Salvador I. Reding Vidaña 

La conciencia, de acuerdo con una moral natural, es parte de la persona humana cuando nace y crece

Un fenómeno social y moral, y en el fondo religioso, es la vida de la conciencia. Convengamos que la conciencia es en lenguaje de Francisco Gabilondo Soler, como el Pepe Grillo de Pinocho. Es ese pequeño ángel que nos dice qué está bien y qué está mal de los que hacemos o pensamos hacer.
 
La conciencia, de acuerdo con una moral natural, es parte de la persona humana cuando nace y crece. Nos dice, aún sin preguntarle, en nuestro interior, qué está bien y qué está mal. Según va creciendo la persona, esa conciencia, aunque sigue juzgando la bondad o maldad de la conducta, puede ir cambiando sus parámetros morales, volviéndose más exigente, más intransigente, o más laxa, más permisiva, sobre todo cuando en vez de hacerle caso, la vamos modulando al gusto.
 
Pero en principio, la conciencia no cede mucho en su integridad, lo que pasa es que la persona va amoldando su escucha para evitarse o permitirse diversas decisiones y actos humanos, que dependen de nosotros mismos. En realidad, cuando parece volverse más laxa, más permisiva, es más bien la voluntad que busca engañarse a sí misma dando por bueno lo que no es.
 
Pero sobre esa permisividad, lo que impera más bien es cerrar el corazón y la mente a la conciencia, se pasa de la moralidad a la amoralidad, se deja de juzgar si algo está bien o no, simplemente se hace. La moral deja de tomarse en cuenta. Digamos que hay para efectos prácticos, una degradación de la propia conciencia.
 
Esta degradación puede venir de una voluntad de justificar con uno mismo lo injustificable, o al menos lo de dudoso valor moral. Pero en ocasiones, esta degradación de la voz de la conciencia proviene de una vida de crisis, en la cual la necesidad de supervivencia empieza a justificar conductas que permiten ir resolviendo problemas de vida, como es la resistencia a la violencia usando también violencia, y ésta llega a ser aceptada sin juzgarla. Si para sobrevivir con los seres cercanos, hay que dañar a otros, robar, amenazar, extorsionar o hasta matar, llega a convertirse como “moralmente aceptable”, cuando no lo es.
 
La solidaridad como esencia de convivencia humana, para ayudarse unos a otros, para compartir lo escaso, como es comida, agua, ropa o medicinas, o hasta cobijo bajo un techo y muros, en casos de grave escasez, se va diluyendo, y se cae en la avaricia, producto posible de la desesperación y la inseguridad del hoy o del mañana. Una forma de insensibilidad que hace oídos sordos a la conciencia.
 
Esta pasa en sociedades en crisis, y sobran ejemplos en la historia. Las crisis llevan a la gente a degradar la conciencia, y a caer en el falso principio de que el fin, como es la supervivencia, justifica los medios. Las personas se niegan a compartir lo que tengan, se ciegan ante la necesidad de otros, se cae hasta a una total falta de caridad, en sentido religioso, o de solidaridad en lenguaje social.
 
Pero hay algo más grave, y es la explotación comercial frente a sociedades en grave necesidad. Quienes tienen cosas que vender, sobre todo de artículos de primera necesidad, como alimentos, agua y medicamentos, piensan que hay que aprovechar las “leyes del mercado”, y ante una ingente demanda, someten su oferta a los mayores precios posibles. Deja de importar la necesidad de otros y se da paso a la avaricia, y la voluntad simplemente se cierra a la conciencia.
 
Algo de todo esto está pasando, según testimonios y observaciones calificadas, en lugares como Venezuela. Muchas personas, ante la necesidad personal o familiar, y la escasez de artículos indispensables para la vida diaria, acaparan lo mucho o poco que tengan y se olvidan del mundo, la conciencia ha sido acallada para practicar la caridad o solidaridad.
 
Los comerciantes llegan a abusar de esas necesidades para su enriquecimiento personal, y ya no se trata de escoger entre “ellos” y “nosotros”, sino de aprovechar la ocasión para tener más, con absoluta insensibilidad de la necesidad ajena.
 
Por otra parte, quienes ejercen el poder y quienes les sirven, no dudan en olvidarse de los llamados derechos humanos, que reclama una recta conciencia. La represión se vuelve práctica “normal”, el asesinato, el encarcelamiento de inocentes, la violencia en todas sus formas, inhiben completamente la conciencia. Ya no se hacen juicios morales, simplemente se actúa con lo que da resultados.
 
Entre más dure esa situación, más grave es esta que llamo degradación de la conciencia. Y es algo muy crítico, ante lo que se deben hacerse llamados a volver al sentido solidario y caritativo del mundo.
 
¿Qué sebe hacer una persona consciente de estas situaciones? Primero, orar para pedir al Señor que alerte las mentes y los corazones ante la pérdida de la buena conciencia. Buscar el diálogo y las recomendaciones para que la gente, en situaciones críticas, no olvide los principios morales, para que no hagan oídos sordos a la voz de la conciencia, que mantengan vivos los principios morales de responsabilidad sobre los demás, con solidaridad y caridad.
 
Pero, sobre todo, estar alertas siempre para que no caigamos en esos procesos de degradación de la conciencia, pues en ello se cae aún en situaciones de vida que no corren peligros o amenazas. Para no caer en la avaricia, algo que puede suceder inconscientemente si no estamos alertas a mantener viva una recta conciencia.


 



regina


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