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Theresa May, la dama de hierro 'fundido'


2019-05-24

Por CARLOS FRESNEDA, El País

El tópico de la nueva Dama de Hierro nos vino bien como tarjeta de presentación. La vitola de la 'hija del vicario' sirvió para compararla prematuramente con Angela Merkel. Luego vino el sambenito de "mujer terriblemente difícil" (gentileza de su correligionario Kenneth Clarke), utilizado por ella misma para pavonearse por Bruselas, mientras en Londres reiteraba aquello de "Brexit means Brexit" para apacentar a las hienas del ala dura de su partido.

El declive de Theresa May empezó realmente con aquel "Fuerte y Estable" que sirvió como el peor de los lemas para su campaña en las elecciones anticipadas del 2017, su primer gran error de cálculo. En vez de afianzar su mandato como sucesora de David Cameron, la líder conservadora demostró ser una líder bastante más "débil e inestable" de lo que cabía deducir tras su forja como secretaria de Interior, totalmente perdida en el oleaje de la campaña, incapaz de conectar con los votantes.

Aun así, la mayoría de los británicos siguieron respetándola durante meses, creyendo a pies juntillas que el Brexit se produciría a las 11 de la noche de Londres (medianoche en Bruselas) del 29 de marzo del 2019.

La fecha escrita en piedra se fue desmenuzando en arcilla. Su talante de hierro se acabó fundiendo en el fuego abierto de su propio partido. Los 'brexiteros' duros dispararon a matar y los medios conservadores (con el Daily Telegraph y The Sun a la cabeza) la fueron fusilando con sus titulares y sus viñetas, hasta convertirla en una caricatura de sí misma.

"May vive en otra galaxia", llegó a decir el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, precisamente cuando la 'premier' tenía aún un mínimo de credibilidad en su tierra. Luego llegaría la cura de realidad, y la astilla de la "salvaguarda" irlandesa, que fue la chinita en sus zapatos de imitación de leopardo.

Juncker declara ahora su admiración postrera por May y su condición de "mujer dura y resiliente", frente a la caterva de sucesores y sucesoras que llevan afilando sus cuchillos desde el desastre de aquellas elecciones anticipadas que sirvieron para complicarlo todo. Los 'tories' perdieron su mayoría parlamentaria y la 'premier' se vio de pronto entre la espada del ala dura de su partido y la pared de los unionistas norirlandeses.

Las conspiraciones contra May se remontan a septiembre del 2017, ahí empezó a 'ablandarse' el Brexit en su discurso de Florencia. Después llegó la pesadilla de la Conferencia del Partido Conservador en Manchester, cuando se quedó sin voz mientras el cartel a sus espaldas iba perdiendo las letras, después de que un espontáneo interrumpiera su intervención. Muchos vieron todo aquello como un anticipo de su caída. Pero aún le quedaba cuerda.

Persistente hasta la náusea, la 'premier' dio la impresión de enderezar la nave cuando faltaba un año para las campanadas. Aquel otro discurso, en la Mansion House, marcó sin embargo un nuevo punto de inflexión. Luego llegaría la 'encerrona' de Chequers, que propició la dimisión de su ministro del Brexit David Davis y la tan anunciada fuga de Boris Johnson, por fin libre, dejando una estela de sonoras meteduras de pata como titular del Foreign Office.

Comenzó así la marejada incesante de crisis de Gobierno y la sucesión de titulares pronosticando las últimas tardes con Theresa. Pero la mayor batalla estaba aún acechando en Westminster, después de aquella carrera contrarreloj para cerrar el acuerdo del Brexit con Bruselas en los estertores del 2018. La Cámara de los Comunes castigó a May con la mayor derrota parlamentaria de un Gobierno en la historia del Reino Unido: 432 frente a 202 votos. Ajena al contratiempo, la "premier" volvió a intentarlo otras dos veces, y redujo al final la diferencia a 58 votos, incluidos los 34 'ultrabrexiteros' de su propio partido que cavaron definitivamente su fosa.

Desde entonces, May ha vivido de prestado, por más que el martes se desmarcara con otro de sus desafortunados discursos en la sede de PricewaterhouseCoopers, abriendo las puertas a un segundo referéndum y proclamando a su desapasionado estilo: "Este es un gran momento para estar viva".

A sus 62 años, las ojeras y los collares le pesan como cadenas, aunque se obstine en disimularlo. La resiliencia tiene un límite, por más que su batalla personal contra la diabetes de tipo 1 (que le obliga a inyectarse insulina varias veces al día) le haya preparado contra sus enemigos más íntimos. A su marido Philip, que siempre huyó de las comparaciones con Denise Thatcher, le tocará volver a decir al cabo de más 28 años algo parecido: "Ya has hecho bastante, querida. Has puesto todo de tu parte. Por amor de Dios, no te quedes más tiempo".



regina


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