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Holocausto a la mexicana
Por Raúl Jiménez Vázquez | Revista Siempre Tras su visita oficial de hace unas semanas, Michelle Bachelet, la flamante Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, declaró públicamente que estaba profundamente impactada por la magnitud de la crisis humanitaria en la que se halla envuelta la nación. Sus severas palabras evidencian la intensidad de ese sentimiento de asombro: “México tiene cifras propias de un país en guerra”. La percepción de la ex presidenta chilena es más que certera, empero, constituye apenas un atisbo de la hondura del gravísimo estado de cosas que padecemos los mexicanos. En realidad, se trata de algo definitivamente más profundo: la existencia de una mega crisis integrada por varias crisis, todas ellas dotadas de su propia dinámica perversa y violatoria de los derechos humanos. La primera de ellas es la crisis representada por las más de 300 mil vidas humanas sacrificadas a lo largo de los sexenios de Calderón y Peña Nieto, sin que hasta la fecha se sepa qué ocasionó las muertes ni quiénes son los responsables. Toda una hecatombe cuyas proporciones rebasan incluso los registros de la guerra de Vietnam cuyo número de víctimas ascendió aproximadamente a 45 mil. La segunda crisis proviene de los más de 40 mil desaparecidos habidos en ese lapso, a los que se agregan los desaparecidos históricos que arrojó la abominable guerra sucia de la década de los setentas, suceso documentado plenamente dentro de la emblemática recomendación 26/2001 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. La tercera crisis se conforma con los más de 26 mil cuerpos sin identificar, lo que ha dado curso a una genuina “emergencia forense”. Este asunto es ya parte de las preocupaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y asimismo figura en la agenda del representante de la Oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, quien está impulsando la puesta en marcha de un mecanismo internacional de asistencia técnica y forense para el procesamiento e identificación de los cadáveres. La cuarta crisis tiene su fuente en los incesantes ataques a mujeres, niños y adolescentes y en la práctica generalizada de las torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes. Esta última quedó reflejada con tinta indeleble en el informe que acaba de emitir el Comité contra la Tortura de la Organización de las Naciones Unidas como resultado de la evaluación a la que fue sometido el Estado mexicano. La conclusión a la que arribó dicho cuerpo colegiado fue más que categórica: “La situación en México es muy preocupante. La tortura es endémica y generalizada. Existe una muy alta incidencia de esa práctica, incluida la violencia sexual, que es cometida sobre todo por elementos de las fuerzas de seguridad y agentes de investigación durante el arresto y las primeras horas de la detención. Las autoridades deben pronunciarse sin ambigüedades en favor de la prohibición absoluta de esa irregularidad y anunciar públicamente que quien cometa actos de esa índole, sea cómplice o los tolere, será responsable ante la ley y estará sujeto a las sanciones apropiadas”. Las cuatro crisis son de una enorme gravedad, más aún porque esos terribles escenarios no distan mucho del sangriento saldo de los gobiernos dictatoriales imperantes décadas atrás en las naciones del cono sur del continente americano. Sin embargo, hay una quinta crisis que es considerablemente más delicada y angustiante. Ésta consiste en el hecho de que estamos en presencia de un holocausto a la mexicana que, por desgracia, no está en el radar de las inquietudes de muchos sectores de la población. Ante esa insensibilidad y ausencia de empatía con el dolor de las víctimas y sus familiares cabe preguntarse: ¿acaso ya echó raíces en nuestra sociedad la nefasta patología ética, social y política de la banalización del mal a la que se refirió la gran filósofa Hannah Arendt a fin de explicar la dinámica del nazismo? regina |
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