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El gran momento del futbol femenino, pisoteado por la indiferencia y un ‘error burocrático’


2019-06-07

Por RORY SMITH, The New York Times

Se pensó mucho para decidir dónde y cuándo se jugaría la final de la Copa Oro de este año. Es, después de todo, una oportunidad para demostrar el nivel de su futbol para Concacaf, el órgano rector del futbol en Norte, Centroamérica y el Caribe.

Las conversaciones sobre la logística comenzaron hace más de un año, de acuerdo con Victor Montagliani, el presidente de la confederación. Montagliani y su equipo consultaron a “todos sus miembros”, dijo: los principales, Major League Soccer de Estados Unidos y la Liga MX de México, para acordar “cuándo sería el mejor momento para ellos”.

El 27 de septiembre del año pasado, llegaron a una decisión: la final se jugaría en el Soldier Field en Chicago el 7 de julio. Ahora, el resto de la competición podía ser calendarizada y el resto del trabajo —planes de viaje, publicidad, boletaje— podía comenzar.

Esos engranes ya estaban en movimiento cuando (en palabras de Montagliani) “alguien señaló que había un conflicto”. Concacaf había cometido lo que él describió como un “error burocrático”.

Era demasiado tarde cuando alguien dentro de la organización que rige un deporte entero en América del Norte, Centroamérica y el Caribe se dio cuenta de que otro evento estaba programado también para el 7 de julio de 2019. Lyon, Francia, sería la sede de la final del Mundial Femenino ese día. Tres equipos de Concacaf (Estados Unidos, Canadá y Jamaica) tenían esperanza de llegar a ella. El empalme, por supuesto, no era ideal, dijo Montagliani, pero ya no había nada que pudiera hacerse.

“Para el momento del descubrimiento, no podíamos movernos operacionalmente”, dijo. “Entiendo completamente que existe un problema, pero hemos vendido boletos. Simplemente no podemos. Era demasiado tarde”.

Concacaf, increíblemente, no era la única. Conmebol —la organización que supervisa el futbol en Sudamérica— había cometido el mismo error. La final del campeonato sudamericano, la Copa América, había sido programada para el mismo día. Dos importantes competiciones varoniles tendrían su partido definitorio en el día más grande del calendario del futbol femenino en cuatro años.

“Es un poco ridículo tener otras dos finales el mismo día”, dijo Alex Morgan, delantera de la selección estadounidense a Sports Illustrated el año pasado. “Nosotras nunca programaríamos algo tan importante en el día de la final de la Copa Mundial varonil. Me encantaría ver que tengamos un día para nosotras”.

Es difícil apreciar lo suficiente lo que Concacaf y Conmebol pudieron haber hecho para evitar el empalme. Después de todo, la Federación Francesa de Futbol y FIFA solo les notificaron con un año de anticipación: la fecha de la final del Mundial Femenino de Futbol había sido fijada, y hecho pública, el 28 de septiembre de 2017.

El hecho de que nadie tanto en Concacaf como en Conmebol parecía estar al tanto de ello conforme planeaban sus propios torneos revela la manera en la que el futbol femenino es tratado por los órganos precisamente a cargo de proteger y promover el deporte: una forma de “negligencia administrada”, como una defensora del futbol femenino desde hace mucho tiempo lo mencionó.

La Copa Mundial de este año, que se inaugura hoy, 7 de junio, con el juego de Francia contra Corea del Sur, será, en cualquier medida, la más grande en la historia del futbol femenil. Alrededor de cinco millones de personas sintonizaron la estación TF1 de la televisión francesa el mes pasado para observar a la directora técnica de la selección nacional francesa, Corinne Diacre, anunciar su escuadra. Más de 750,000 boletos ya han sido vendidos en los nueve estadios programados para albergar partidos; la asistencia total se espera que supere el millón de personas.

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Sería poco actual describirlo como un momento de gran avance potencial para el futbol femenino: el crecimiento del deporte, en los cuatro años desde la última Copa Mundial, ha sido exponencial. Los barómetros están por todos lados: desde el número de grandes clubes varoniles europeos que ahora invierten en equipos femeniles hasta los ocasionales anuncios de la FIFA y la UEFA sobre planes para expandir el deporte aún más.

Más significativos, y más concretos, son los efectos: en diciembre, FIFA otorgó un Balón de Oro femenino por primera vez a Ada Hegerberg, una delantera noruega; en marzo, una cifra récord de asistencia en Italia presenció el juego entre Juventus y Fiorentina, y un público récord en España observó un juego entre Barcelona y Atlético de Madrid. El mes pasado, el órgano rector del futbol en Argentina confirmó que su liga femenil se volvería completamente profesional, un cambio de grandes proporciones dado que las dificultades organizacionales habían dejado a la selección argentina esencialmente en pausa no hace mucho tiempo.

Entonces, esta Copa del Mundo debería ser vista como una celebración de todo lo que ha sido logrado, un hito en una trayectoria con una gran inclinación hacia arriba, y como una oportunidad para el futbol femenil de acelerar aún más.

“Cuando analizamos en qué punto se encuentra el futbol varonil en términos de comercialización, está casi completamente saturado”, ha dicho Sarai Bareman, directora de Futbol Femenino de la FIFA. “Después ves qué tan lejos está el futbol femenil de llegar ahí, las oportunidades que existen. Y no hay mejor momento para aprovechar estas oportunidades que en este año en la Copa del Mundo”.

Aun así, es imposible empatar esa actitud con la que permite que tanto la Copa Oro como la Copa América —a pesar del aviso con anticipación de un año completo— realicen sus finales en el mismo día que el partido más significativo en el futbol femenil.

“Es muy decepcionante”, dijo la mediocampista de la selección estadounidense Megan Rapinoe. “Ridículo y decepcionante”. Su entrenadora, Jill Ellis, dijo que “jugar tres partidos de gran importancia en un día es no apoyar al futbol femenil”.

La réplica de ese argumento, como lo expresó Montagliani, es que provee “una celebración total” del futbol, veinticuatro horas en las que el deporte dominará no solo las transmisiones televisivas, sino también la agenda informativa, particularmente en Estados Unidos (ni la Copa Oro ni siquiera la Copa América atraen a grandes públicos en sus regiones).

Eso sería más fácil de creer si hubiera sido una política deliberada —aunque fallida—, y no una consecuencia de un “error burocrático”. En cambio, evidencia la forma en la que el futbol femenino todavía es visto por aquellos que gobiernan el deporte, a nivel regional o internacional; evidencia la indiferencia institucional que ha tenido que superar para crecer tanto como lo ha hecho.

No es, afirman los que han estado al tanto de estas conversaciones, un intento consciente de evitar el crecimiento del futbol femenino. Es más un desinterés crónico de parte de aquellos que están en el poder. El apetito por el cambio es superficial: por ejemplo, FIFA gastó sumas considerables el año pasado en el sorteo para que la Copa Mundial tuviera tantas celebridades como el equivalente de la competición varonil. Sin embargo, ha probado ser más elusiva sobre planes concretos para un equivalente femenino de su Copa Mundial de Clubes. Existe una sensación de que prometer es sencillo, pero cumplir con acciones es más difícil.

“Se han dado grandes pasos”, dijo Rapinoe. “Sin embargo, en términos de su capacidad de cambio, la capacidad de que ellos cambien ya que ellos tienen recursos ilimitados, realmente no ha habido un gran cambio. El cambio creciente que hemos visto no es suficiente. Ha habido tal falta de cuidado, atención e inversión durante todos estos años que duplicar, triplicar o cuadriplicar el cuidado, la atención y la inversión sería apropiado. Hacer cambios deja al deporte queriendo más”.

Lo que pase en Francia durante el próximo mes demostrará exactamente cuánto ha cambiado en el futbol femenino, incluso ante la irresponsabilidad e indiferencia de esos órganos cuyo trabajo es promoverlo. Lo que ocurrirá el 7 de julio —mientras dos finales varoniles celebran su ocasión más grande, avariciosamente acaparando todo el oxígeno que pueden— demostrará qué tanto camino falta por recorrer.


 



regina


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