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Los políticos que ponen trabas al comercio son ingenuos y carecen de visión de futuro


2019-06-11

Luis Doncel, El País

Harta de escuchar largas y tediosas explicaciones cuando oía la pregunta de por qué ganó el Nobel de Economía, la esposa de Finn Erling Kydland dio al fin con una respuesta rápida: “Mi marido recibió el premio por demostrar que los bancos centrales tienen que ser independientes”, resumió. El interesado parece haber adoptado con gusto esta frase-eslogan como carta de presentación.

“Trump trata de proteger su industria pero acabará dañando a EE UU”

Al encontrarse con EL PAÍS el pasado 3 de junio, este economista noruego de 75 años venía de visitar una escuela de un barrio humilde de Valencia. “¿Por qué cambiamos la peseta por el euro?”, o “¿por qué los bancos tienen tanto dinero?” eran algunas de las preguntas que le hicieron los estudiantes. Bastante difíciles. “Para algunas me costó dar con la respuesta adecuada”, admite. Esta entrevista, en cambio, le resulta mucho más fácil.

Pese a que sus investigaciones se centran en series de datos históricas y rechaza valorar acontecimientos actuales —“Odio decirle esto, pero no leo periódicos”, lanza con una sonrisilla malévola lo que entiende que para un periodista es algo parecido a un sacrilegio—, Kydland sí tiene una opinión muy clara sobre las tensiones comerciales que sacuden la economía global y sobre el papel de los bancos centrales en la resolución de la crisis. Y no se anda con rodeos: arremete por igual contra los líderes que han entrado en la carrera proteccionista como contra los gobernadores centrales que se apartaron de la ortodoxia para luchar contra la Gran Recesión de 2008.

Pero vayamos por partes. Una de las patas de su trabajo académico es el estudio de cómo las interferencias políticas dañan la economía. Admite su sorpresa por los ataques furibundos del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Jerome Powell, el hombre que él mismo eligió como jefe de la Reserva Federal. Ayer mismo, Trump acusó a Powell de ayudar a China con sus decisiones. “Es un buen ejemplo de por qué es importante la independencia del banco central. Trump podrá presionar, pero no puede hacer demasiado para influir en el organismo”, asegura.

Admite que jamás pensó que las crecientes trabas al comercio internacional fueran a proceder de EE UU, país donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera. “Estas decisiones están impulsadas por políticos ingenuos y sin visión de futuro”, asegura desde Valencia, donde, al igual que otros 18 Nobel, formó parte del jurado de los Premios Jaume I. Todos ellos se concentraban en el mismo hotel. Así que al pasear por su jardín era difícil dar un paso sin toparse con un médico o un físico galardonado con el premio, acompañado por su correspondiente entrevistador.

“Lo que hace crecer es la productividad, no la política monetaria”

Está convencido de que la escalada proteccionista impulsada por Washington es un bumerán que acabará golpeando la economía estadounidense. “Siempre es difícil adivinar qué motivos mueven a Trump, pero parece que piensa que estas decisiones son importantes para proteger ciertas industrias domésticas. Olvida que imponiendo aranceles acabarán siendo menos productivas respecto al resto del mundo. Así que a largo plazo será malo para EE UU”, concluye.

En su defensa del libre comercio, Kydland coincide con la mayoría de economistas. Pero donde se aleja de muchos colegas es en su escepticismo sobre el arsenal que los bancos centrales de las economías occidentales —desde Japón a EE UU pasando por la eurozona— han desplegado para hacer frente a la crisis.

—Las medidas extraordinarias han sido innecesarias. No hay evidencia de que hayan sido de ayuda. En EE UU, la economía ha crecido desde 2009 más lentamente que en los 70 años anteriores. Esto sugiere que el QE [siglas de Quantitive Easing, el programa de compra masiva de bonos que entre 2008 y 2013 cuadriplicó el balance de la Reserva Federal] no ha tenido mucho efecto, y en cambio sí que ha traído incertidumbres. Y en economía la incertidumbre es siempre negativa.

—Pero los críticos de este programa anunciaron riesgos de inflación que no se han cumplido.

—Es cierto, pero la cuestión es si el QE ha propagado el crecimiento. Y no lo ha hecho. No creo que los bancos centrales puedan hacer demasiado para generar crecimiento a largo plazo. La política fiscal es mucho más importante. Para crecer hace falta más productividad o un cambio tecnológico. ¿Y cómo afecta el QE en el cambio tecnológico?

Hace 15 años que Kydland y su compañero Edward C. Prescott —de la escuela neoclásica, enfrentados a los postulados keynesianos— ganaron el Nobel. Obtuvieron el galardón, entre otros hallazgos, por su idea de la inconsistencia temporal, que mostraba cómo una política considerada conveniente por generar unas expectativas adecuadas podía no llevarse a cabo una vez que esas expectativas se hubieran fijado. Solo que el resultado final para la economía era peor porque a futuro se genera desconfianza. Por eso, en el ejemplo de la política monetaria, conviene que los bancos centrales sean independientes y tengan unas reglas fijas: para que los Gobiernos no cedan a la tentación de aumentar los tipos de interés alegremente para impulsar el crecimiento y rebajar la tasa de paro, lo que generaría un efecto inflacionario adverso.

Pero, ¿cómo aplica esta teoría en un mundo como el actual, en el que los bancos centrales de Europa o EE UU precisamente se quejan de su incapacidad de generar inflación, el problema contrario al que se enfrentaron los economistas de los setenta y ochenta? “Bueno, es cierto que en muchos países la inflación es un problema del pasado. Me sorprendería que volviera a los niveles de los ochenta. Pero aún puede haber sorpresas”, concluye.



Jamileth


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