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Selfis, autógrafos y una siesta: así fue el aterrizaje de Berlusconi en el Parlamento Europeo


2019-07-05

Por ÁLVARO SÁNCHEZ | AP

Estrasburgo 5 JUL 2019 - 10:30    CDT
En el barrio europeo de Bruselas, si de tu cuello no cuelga una acreditación —conocida popularmente como el badge, su traducción al inglés— o eres primer ministro o tienes las puertas cerradas. El accesorio, prolongación natural del cuerpo de periodistas, diplomáticos y lobistas, decide si puedes atravesar los numerosos controles que día sí, día también, afronta con resignada aceptación ese séquito de actores que operan en las instituciones europeas. Pocos se libran. El cinturón y el móvil lo colocan en la cinta móvil desde el becario recién aterrizado a experimentados conocedores de la burbuja impecablemente trajeados. Todos políglotas y sobradamente preparados. Todos manejando con soltura siglas incomprensibles para el profano.

El arte de medrar, idéntico en Madrid que en Budapest, adquiere en Bruselas su máxima expresión. Ya sea en la industria farmacéutica o la tabacalera, la del automóvil o la aérea, un ejército de misioneros del capitalismo comparte con políticos y ONG unos pocos cientos de metros a la redonda para tratar de influir en las decisiones de las instituciones. No siempre con éxito.

Un nuevo hombre ha entrado en ese círculo de poder, no se sabe por cuánto tiempo. Ni siquiera si es con voluntad de quedarse. Su nombre es Silvio. Silvio Berlusconi. Y de un modo parecido a lo que sucede con la acreditación, crece la sensación de que no eres nadie en Bruselas si no tienes un selfi con él. Aunque oficialmente solo sea uno más de la legión de 751 eurodiputados que conforman el Parlamento Europeo. Aunque tenga 82 años y sea el más veterano de todos ellos.

El caluroso recibimiento que le dispensaron en la sesión inaugural de la Eurocámara de este martes en Estrasburgo no fue obra únicamente de compañeros de partido. El agasajo incluyó a adversarios de formaciones rivales, especialmente de la extrema derecha. Un fenómeno fan poco usual en la meca del parlamentarismo comunitario.

Los ejemplos fueron variados. El eurodiputado de Vox Hermann Tertsch, sentado en el escaño de su izquierda, alzó el móvil y se inmortalizó con un ex primer ministro italiano sonriente. No fue el único. Berlusconi posó, exhibió dentadura, e incluso colmó sobradamente las expectativas de Gianantonio DA RE, eurodiputado de la Liga de Matteo Salvini reconvertido por momentos en tifosi. Con la camiseta del Milán extendida sobre el escaño y el rotulador en mano, esperó pacientemente a que Berlusconi, antaño presidente bianconero pero ahora más parecido a un afamado futbolista, terminase de estrechar manos para ponerle su rúbrica a la elástica rojinegra, el equipo del que fue propietario durante 30 años.

Tanto ajetreo acabó pasando factura. Berlusconi, que un día de 2003 llamó “turistas de la democracia” a un grupo de eurodiputados durante una comparecencia suya en la Eurocámara como primer ministro, y —paradojas del destino —, ha acabado siendo uno de ellos, terminó la jornada somnoliento. Ni siquiera pudo vencer el peso de sus párpados antes de llegar a su hotel y se permitió una breve siesta en el escaño.
 



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